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martes, 4 de febrero de 2014

Ramón Vargas debe renunciar a la Ópera de Bellas Artes. Carta abierta


Maestro Ramón Vargas:

Está por cumplirse el primer aniversario de su arribo a la Dirección artística de la Ópera de Bellas Artes (OBA), a la cual usted llegó prácticamente con un cheque en blanco extendido por la generalmente ignorante y acrítica comunidad operística nacional, la cual vio en usted al nuevo Mesías que sacaría al buey de la barranca. Usted pidió tres años para que se vieran resultados de su gestión, lo cual es extender ese cheque en blanco a cambio de nada, lo cual me parece intolerable. A casi un año de su llegada a esta nueva responsabilidad, no se ve un solo cambio real en su forma de conducir los destinos de la ópera en la ciudad capital del país, y en cambio, sí se ve, tan grande como el sol a mediodía, la ineficacia, la corrupción y el nepotismo en su Administración, como pocas veces se ha visto. Por muchas razones, usted debe renunciar al cargo que le fue conferido hace casi un año, pero para su comodidad las agruparé en dos bloques, para que le quede claro porqué le estoy demandando su renuncia.

1. Razones administrativas
Su gestión administrativa ha estado signada por la arbitrariedad, el verticalismo y la cerrazón. Verticalismo, maestro Vargas, significa soberbia, significa creer que sólo la voluntad propia basta para solucionar los problemas, y que por eso mismo, no requiere ni de consejos ni dar explicación alguna de su proceder. La comunidad operística nacional --y la operópata también-- han aceptado este proceder sin chistar. Este comportamiento suyo, maestro Vargas, como le dije en su momento, corresponde al del México que usted conoció hace treinta años, cuando los ciudadanos prácticamente no teníamos derecho a cuestionar ni a exigir nada a nuestros gobernantes. Pero mientras usted se fue a Europa a triunfar, a nombre exclusivamente suyo y de nadie más, los que nos quedamos aquí luchamos porque eso cambiara. Y cambió. De esa relación vertical, principesca, de iluminados intocables, hemos pasado a una relación horizontal basada en la transparencia, la entrega de cuentas, el constante y a veces brutal escudriñamiento de la gestión de Gobierno, y el derecho a cuestionar en todo momento, a nuestros gobernantes. Es un derecho que usted desconoce y que ya nunca más podrá usted ejercer. Ya le explicaré porqué en la segunda parte de mi exposición.

Para que entienda usted (y acaso, muy ingenuamente, sus fans, seguidores y groopies, como su perico barbado) la diferencia entre la relación vertical y la horizontal, la relación vertical corresponde a una forma de ejercer el poder desde las alturas, sin legitimación popular, que no da cuenta de sus actos más que a un poder superior (Dios, otros soberano, etc.),  llena de privilegios y excesos, y ante el cual la gente sólo puede vivir en constante asombro o azoro, sin posibilidad de diálogo; en esta relación el príncipe es casi un Dios, y el ciudadano no es tal: es un siervo. En cambio, la relación horizontal comporta la conquista de derechos, la igualdad y la aceptación de la diversidad, y significa ya no una relación de servidumbre ante el príncipe, sino una de vigilancia y cuestionamiento, en la medida en que ese poder proviene del pueblo, de la gente. Por supuesto, maestro Vargas, usted desconoce totalmente (como muchos de sus seguidores) lo que es esa forma de relación, porque usted jamás la ha vivido ni experimentado, ni menos la ha conquistado. También significa la entrega de cuentas, la transparencia, el diálogo, el derecho al disenso, a no subordinarse a los caprichos y tentaciones del poder (ya volveré sobre este aspecto más adelante, maestro Vargas), entre otras muchas cosas, ninguna de las cuales usted entiende, y probablemente jamás entenderá.

Su gestión al frente de la OBA, maestro Vargas, se ha caracterizado no sólo por lo anterior, sino por algo más: el dispendio, la ineficacia, el nepotismo, y la abierta corrupción, sea de palabra, obra u omisión. Si usted no se ha enterado, muy grave. Si sí, más grave aún. Los gastos en salarios para gente que no hace nada, no mueve un dedo, es demencial, empezando por usted, maestro Ramón Vargas. Y aunque su perico babeante lance espumarajos por el esfínter que tiene por boca, y me maldiga, usted, para fines prácticos, es un funcionario pagado con mis impuestos, y eso significa que usted debería estar sentado en una oficina resolviendo problemas y hablando con la gente, apagando incendios. No necesito decirle cómo la función de El holandés errante en el Cervantino del año pasado estuvo a punto de terminar en una catástrofe por la ausencia de cualquier autoridad que pudiera poner orden (si se enteró y no hizo nada, es imperdonable; si apenas se está enterando, más aún: muestra mi punto). Para fines prácticos, maestro Ramón Vargas, un funcionario que cobra y no está en su oficina es un aviador. Y eso es una forma de corrupción: recibir un salario y no hacer nada. No importa si en otros países los directores de teatros o casas de ópera pueden hacerlo, la legislación mexicana es muy clara al respecto, y los abusos que se han cometido son incontables: usted es uno más de esos abusivos que se benefician de una comunidad que para fines prácticos es analfabeta funcional, egoísta, e ignorante de sus derechos y obligaciones. No sólo eso, su flamante director de la orquesta del Teatro de Bellas Artes, Sbra Dinic, cobra un salario de 11'250 dólares al mes, esté o no presente. Es decir (por ejemplo), que en dos meses (diciembre y enero), sin haber venido una sola vez al país, su gran cuate se embolsó casi 300 mil pesos, sin hacer absolutamente nada. Y mientras no dirija una función, seguirá cobrando, sin esfuerzo alguno, 150 mil pesotes a costa del contribuyente mexicano. Negocio redondo, ¿verdad? Tampoco necesito recordarle que su flamante subdirectora, Encarnación Vázquez, al mismo tiempo que ejerce dicho cargo, cobra como concertista de Bellas Artes. Y no es el único caso, como usted bien debería saberlo. De nuevo, si lo sabe y lo permite: mal; si no lo sabìa y apenas se entera, peor.

Pero no sólo este es un caso de corrupción abierta, está también el nepotismo, al cual usted, maestro Ramón Vargas, contribuye alegremente con su sobrina, que oculta, sagazmente, su apellido, para pasar desapercibida mientras canta en funciones diversas. Y si usted mismo contribuye, pues qué podemos esperar de sus subalternos, que hacen exactamente lo mismo. Hijos, sobrinos, toda clase de parentela, viviendo de la ubre presupuestal, a costa del erario y del contribuyente. Eso se llama corrupción, maestro Vargas.
Así, a grandes trazos, entre su ausentismo permanente, el dispendio en gastos (sus viajes de ida y vuelta, maestro Vargas, le han costado al contribuyente mexicano 486  mil 143 pesos adicionales a su salario, medio millón de pesos que podrían haberse usado en algo más importante que hacer que usted viaje en primera clase de Europa a México y de regreso), la abierta corrupción, el tráfico de influencias, el nepotismo, la ineficacia, la falta de dirección y de autoridad moral, su estancia como director de la OBA está siendo la más cara e ineficaz de la historia en este país.

Y para colmo de males, cuando usted se vaya, todo ese esfuerzo no va a haber servido de nada, porque con usted se irá (aunque igual que usted, jamás estuvo presente) su cuate Sbra Dinic, y ni siquiera habrá dejado una escuela de dirección de ópera para jóvenes directores mexicanos: el malinchismo por delante, ¿verdad, maestro? Su Estudio de ópera será (es) un cascarón por el cual no pocos miembros de la comunidad ya se han peleado y se han repartido (hay un integrante del coro de Bellas Artes entre sus miembros) como rebanadas de un jugoso pastel. 


2. Razones éticas
Si todo lo anterior le parece poca cosa a usted, maestro Ramón Vargas, hay una razón de mucho mayor peso que usted debería considerar. Todo lo anteriormente mencionado, ¿sabe qué significa? Que ese impecable nombre que usted tenía como cantante ha quedado ensuciado y mancillado de manera irrevocable. Antes de haber llegado al cargo de director artístico de la OBA, usted era el principal crítico de esta institución, y estaba respaldado por una trayectoria intachable e irreprochable. Era usted un hombre libre para decir y hacer. Perdió para siempre esa libertad al aceptar un cargo que usted no necesitaba. Me parece increíble que no se haya percatado de la similitud entre lo que usted hizo y el personaje de Goethe, Fausto. Este, vendió su alma al diablo por el amor de una mujer, y ese amor al final lo salvaría. En otra versiones del mito, Fausto vende su alma por el conocimiento. En esas versiones, no hay forma de salvarse, y Fausto queda del todo condenado. Usted vendió su alma al diablo (en este caso al Conaculta) por un plato de lentejas frías. En ajedrez, maestro Vargas, eso se llama Maque al pastor, pero a diferencia de lo que ocurre en el tablero, aquí sólo bastó una jugada para que usted cayera (tiene razón el diablo encarnado por Al Pacino: la vanidad es su pecado favorito). Con una sola jugada usted quedó inhabilitado de por vida para criticar a ninguna otra autoridad administrativa en el futuro, y su nombre manchado de por vida, pues será recordado como un director artístico torpe, ineficaz, que permitió corruptelas y que usted mismo se dio el lujo de incurrir en tratos indignos. Perdió su libertad y su derecho a criticar. Lo perdió todo, maestro Ramón Vargas, porque creyó que como tantos héroes de diversas ópera, su sola presencia arreglaría las cosas. Pero el mundo real es más complejo, requiere de más humildad y sagacidad que ese mundo de infantil de ilusión y fantasías que uno ve en los escenarios en el cual usted vive. Y ahora sólo le queda un recurso (a menos que se empeñe en seguir enlodando su nombre, y preguntarse cuánto golpeteo y desgaste está dispuesto a soportar): como otros héroes del escenario, hacer el máximo sacrificio: auto-inmolarse, y reconocer públicamente que se equivocó, que usted no es un héroe ni hay princesas a las cuales hay que salvar de monstruos o demonios. 

Por supuesto, maestro Ramón Vargas, para que eso suceda hace falta algo de lo que usted ha demostrado sobradamente carece: humildad. Pero si no lo hace por humildad, debería hacerlo para salvaguardar su nombre, para evitarse más desgaste y evitarle a sus fans y groopies, como su perico barbado, más disgustos. No está usted ganando esta batalla, y no la va a ganar. Usted en el fondo lo sabe. No está mal que reconozca que no pudo. Aunque sus seguidores y periodistas maiceados le canten al oído lo que usted quiere oír. Por una vez en su vida, escuche la voz de la razón; por una vez, deje la soberbia y los sueños de grandeza a un lado. La vida no es un libreto de ópera, es mucho más compleja: no hay buenos ni malos, negro ni blanco solamente, hay un amplio espectro donde todos estamos colocados. Sólo los niños se empecinan en hacer su voluntad, sin importar las consecuencias; sólo los niños desean ser aplaudidos siempre. Ingrese, finalmente, al mundo de los adultos: acepte sus errores, y ofrézcanos el mayor de sus aciertos: su renuncia.