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lunes, 18 de julio de 2016

Beethoven, Marco Parisotto y la Filarmónica de Jalisco en Bellas Artes

Se presentó la Orquesta Filarmónica de Jalisco (OFJ) en la sala principal del Palacio de las Bellas Artes de la Ciudad de México con un programa centrado única y exclusivamente en obras de Beethoven. Los conciertos que las orquestas del interior de la república suelen ofrecer en sus giras a la ciudad capital pueden ser vistos como una manera de presentarse ante un público distinto al que los acompaña en sus ciudades de origen, pero sobre todo, como una forma de obtener un reconocimiento de eso que podría llamarse sus hermanos mayores, las orquestas locales, para presentarse como sus pares en las mismas condiciones que las orquestas que tenemos en la ciudad capital, en un escenario que es de visita obligatoria.

En este marco es que se presentó en medio de la polémica. Y como toda institución hecha de un microcosmos de múltiples entidades que deben presentarse como una sola entidad o unidad en perfecta conjunción, la OSJ y su director titular, el maestro Marco Parisotto, dieron cátedra, dejando la polémica donde debe quedar, en el mundo de los enanos, de la grilla y la mediocridad espiritual.

El concierto comenzó con la imponente obertura de la música incidental para Egmont, opus 4, y de inmediato fue palpable, y audible, que la Filarmónica de Jalisco no es una orquesta de medio pelo, que sus músicos no son viejitos amodorrados y de alma burocratizada, sino auténticos profesionales en toda la extensión de la palabra. El suntuoso sonido de la orquesta, su compromiso instrumental, pero por encima de cualquier otra peculiaridad, por su sincronización musical y su dinámica de conjunto, palpable en los primeros violines quizá más que en ninguna otra sección, nos permitió presenciar todo el potencial de una orquesta que sonó como un Rolls Royce. Quizá un poco sobre-dramatizada, la interpretación empero mostró la fuerza y los matices necesarios para presentar una de las obras cumbres del genio de Bonn en toda su gloria, en un constante diálogo instrumental entre las cuerdas de manera brillantísima.

Sin el menor asomo de duda, esto es el mérito indiscutible de su director artístico, el maestro Marco Parisotto, quien le ha entregado a los músicos de esta orquesta algo invaluable, algo que no se puede comprar con el líder sindical de la esquina ni puede otorgarlo un músico mediocre: dignidad y alegría. La dignidad de sentirse parte de una tradición musical puntual y la alegría de tocar y dialogar juntos, mostrado a lo largo del concierto por los concertinos súpersolistas (un título muy rimbombante y algo ridículo) Iván Pérez y Angélica Olivo, quienes parecían cortejarse el uno al otro en un alegre y fraternal diálogo instrumental.

La segunda obra de la tarde fue el Concierto para piano #5 en mi bemol mayor opus 73, con el pianista polaco Peter Jablonski, quien probablemente será un gran pianista con premios, reconocimientos y grabaciones por aquí y por allá, pero distó mucho de ser un pianista beethoveniano. El primer movimiento a duras penas lo sacó a flote, con innumerables momentos de hesitación que interrumpieron el natural flujo músico-discursivo; el segundo movimiento simplemente se perdió en una interpretación sin carácter, fría y mecánica, más propia de la música contemporánea que de Beethoven, y en un abierto contraste con el opulento y cálido sonido de la orquesta. El tercer movimiento, al menos de su parte, fue para el olvido. Ni siquiera amerita comentario alguno, salvo que Manuel de la Flor habría sido un mejor solista, que probablemente le redituó una buena ganancia a la agencia que lo trajo, pero que en realidad no es un pianista para este repertorio. Ojalá no lo volvamos a escuchar, al menos no con este repertorio.

La segunda parte del concierto abrió con la Obertura Coriolano opus 62, con Parisotto en pleno dominio de sus capacidades directivas, con una lectura rigurosa y ampulosa de esta obra maestra. Quizá mi única observación está en la manera un tanto mecánica en que las trompas debieran haber sonado hacia el final, en vez de buscar una forma que reflejara el dramatismo propio de la obra. Por lo demás, el sonido de éstas fue simplemente espectacular y brillantísimo.

La capacidad lectora de Parisotto alcanzó su clímax en la siempre difícil y vibrante Séptima sinfonía, con la orquesta en un paroxismo casi de perfección, aprovechando al máximo su opulento y cálido sonido instrumental para una obra que exige un conjunto que se encuentre a su elevada calidad dignificadora. La lectura de Partisotto apostó por los contrastes, como no podría ser de otra manera en la que podría denominarse la más histérica de las sinfonías de Beethoven. Me pareció especialmente notable su lectura del “Alegretto”, ese extraño movimiento de corte semi-introspectivo en medio de la histeria, como si Beethoven quisiera oír su propia sinfonía desde la sordera elevando el crescendo de las cuerdas para concluir con un susurro, casi un espasmo. Conmovedora y profunda lectura de Parisotto, pero no por eso menos rigurosa.

Sin duda, la lección que dejó la OSJ es que en materia artística, no hay mejor manera de callar la boca de las mentes mediocres y enanas que con un aquello para lo que la orquesta fue concebida, para tocar música. Y sin duda, puedo afirmar que el público melómano de Jalisco, de la ciudad de Guadalajara, puede sentirse no sólo orgulloso del nivel musical que su orquesta ha alcanzado, sino presumirla abiertamente como una de las orquestas líderes en el país, por encima incluso de las orquestas que tenemos en la Ciudad de México. Y eso es gracias a su director artístico, el maestro Marco Parisotto, quien ha colocado a sus músicos en un pedestal que tal vez ellos mismos jamás imaginaron alcanzar. Es probable que haya melómanos a quienes no les guste demasiado la manera de leer y entender la música que ofrece Parisotto, pensando siempre en otras lecturas, pero me parece que allí está su mérito indudable, en arriesgarse y proponer otra lectura.


El rostro de satisfacción y alegría de casi toda la orquesta –había un violista que no parecía compartir la alegría de los demás, y más bien parecía niño castigado, haciendo pucheros en su esquina– es algo que celebro y que resulta, indudablemente, contagioso. Felicito no sólo a los músicos y a Parisotto por la generosidad y entrega que nos ofrecieron, sino también a las autoridades que lo trajeron a la orquesta. Frente a demostraciones como la que ayer pudimos constatar, todo lo demás es sólo un chisme de lavadero. ¡Señores, Jalisco tiene orquesta!