Se
presentó la Orquesta Filarmónica de Jalisco (OFJ) en la sala principal del
Palacio de las Bellas Artes de la Ciudad de México con un programa centrado
única y exclusivamente en obras de Beethoven. Los conciertos que las orquestas
del interior de la república suelen ofrecer en sus giras a la ciudad capital
pueden ser vistos como una manera de presentarse ante un público distinto al
que los acompaña en sus ciudades de origen, pero sobre todo, como una forma de
obtener un reconocimiento de eso que podría llamarse sus hermanos mayores, las
orquestas locales, para presentarse como sus pares en las mismas condiciones
que las orquestas que tenemos en la ciudad capital, en un escenario que es de
visita obligatoria.
En
este marco es que se presentó en medio de la polémica. Y como toda institución
hecha de un microcosmos de múltiples entidades que deben presentarse como una
sola entidad o unidad en perfecta conjunción, la OSJ y su director titular, el
maestro Marco Parisotto, dieron cátedra, dejando la polémica donde debe quedar,
en el mundo de los enanos, de la grilla y la mediocridad espiritual.
El
concierto comenzó con la imponente obertura de la música incidental para Egmont, opus 4, y de inmediato fue
palpable, y audible, que la Filarmónica de Jalisco no es una orquesta de medio
pelo, que sus músicos no son viejitos amodorrados y de alma burocratizada, sino
auténticos profesionales en toda la extensión de la palabra. El suntuoso sonido
de la orquesta, su compromiso instrumental, pero por encima de cualquier otra
peculiaridad, por su sincronización musical y su dinámica de conjunto, palpable
en los primeros violines quizá más que en ninguna otra sección, nos permitió
presenciar todo el potencial de una orquesta que sonó como un Rolls Royce. Quizá
un poco sobre-dramatizada, la interpretación empero mostró la fuerza y los matices
necesarios para presentar una de las obras cumbres del genio de Bonn en toda su
gloria, en un constante diálogo instrumental entre las cuerdas de manera
brillantísima.
Sin
el menor asomo de duda, esto es el mérito indiscutible de su director
artístico, el maestro Marco Parisotto, quien le ha entregado a los músicos de
esta orquesta algo invaluable, algo que no se puede comprar con el líder
sindical de la esquina ni puede otorgarlo un músico mediocre: dignidad y
alegría. La dignidad de sentirse parte de una tradición musical puntual y la
alegría de tocar y dialogar juntos, mostrado a lo largo del concierto por los
concertinos súpersolistas (un título muy rimbombante y algo ridículo) Iván
Pérez y Angélica Olivo, quienes parecían cortejarse el uno al otro en un alegre
y fraternal diálogo instrumental.
La
segunda obra de la tarde fue el Concierto para piano #5 en mi bemol mayor opus
73, con el pianista polaco Peter Jablonski, quien probablemente será un gran
pianista con premios, reconocimientos y grabaciones por aquí y por allá, pero
distó mucho de ser un pianista beethoveniano. El primer movimiento a duras
penas lo sacó a flote, con innumerables momentos de hesitación que
interrumpieron el natural flujo músico-discursivo; el segundo movimiento simplemente
se perdió en una interpretación sin carácter, fría y mecánica, más propia de la
música contemporánea que de Beethoven, y en un abierto contraste con el opulento
y cálido sonido de la orquesta. El tercer movimiento, al menos de su parte, fue
para el olvido. Ni siquiera amerita comentario alguno, salvo que Manuel de la
Flor habría sido un mejor solista, que probablemente le redituó una buena ganancia
a la agencia que lo trajo, pero que en realidad no es un pianista para este
repertorio. Ojalá no lo volvamos a escuchar, al menos no con este repertorio.
La
segunda parte del concierto abrió con la Obertura
Coriolano opus 62, con Parisotto en pleno dominio de sus capacidades
directivas, con una lectura rigurosa y ampulosa de esta obra maestra. Quizá mi
única observación está en la manera un tanto mecánica en que las trompas
debieran haber sonado hacia el final, en vez de buscar una forma que reflejara
el dramatismo propio de la obra. Por lo demás, el sonido de éstas fue
simplemente espectacular y brillantísimo.
La
capacidad lectora de Parisotto alcanzó su clímax en la siempre difícil y vibrante
Séptima sinfonía, con la orquesta en un paroxismo casi de perfección, aprovechando
al máximo su opulento y cálido sonido instrumental para una obra que exige un conjunto
que se encuentre a su elevada calidad dignificadora. La lectura de Partisotto
apostó por los contrastes, como no podría ser de otra manera en la que podría
denominarse la más histérica de las sinfonías de Beethoven. Me pareció especialmente
notable su lectura del “Alegretto”, ese extraño movimiento de corte
semi-introspectivo en medio de la histeria, como si Beethoven quisiera oír su
propia sinfonía desde la sordera elevando el crescendo de las cuerdas para
concluir con un susurro, casi un espasmo. Conmovedora y profunda lectura de
Parisotto, pero no por eso menos rigurosa.
Sin
duda, la lección que dejó la OSJ es que en materia artística, no hay mejor
manera de callar la boca de las mentes mediocres y enanas que con un aquello
para lo que la orquesta fue concebida, para tocar música. Y sin duda, puedo
afirmar que el público melómano de Jalisco, de la ciudad de Guadalajara, puede
sentirse no sólo orgulloso del nivel musical que su orquesta ha alcanzado, sino
presumirla abiertamente como una de las orquestas líderes en el país, por encima
incluso de las orquestas que tenemos en la Ciudad de México. Y eso es gracias a
su director artístico, el maestro Marco Parisotto, quien ha colocado a sus
músicos en un pedestal que tal vez ellos mismos jamás imaginaron alcanzar. Es probable
que haya melómanos a quienes no les guste demasiado la manera de leer y
entender la música que ofrece Parisotto, pensando siempre en otras lecturas,
pero me parece que allí está su mérito indudable, en arriesgarse y proponer
otra lectura.
El
rostro de satisfacción y alegría de casi toda la orquesta –había un violista
que no parecía compartir la alegría de los demás, y más bien parecía niño castigado,
haciendo pucheros en su esquina– es algo que celebro y que resulta, indudablemente,
contagioso. Felicito no sólo a los músicos y a Parisotto por la generosidad y
entrega que nos ofrecieron, sino también a las autoridades que lo trajeron a la
orquesta. Frente a demostraciones como la que ayer pudimos constatar, todo lo
demás es sólo un chisme de lavadero. ¡Señores, Jalisco tiene orquesta!
El
tenor Ramón Vargas dejó la dirección de la Ópera de Bellas Artes (OBA), según
consta en un boletín de prensa oficial del Instituto Nacional de Bellas Artes
#1134 fechado el 2 de octubre de 2015. De acuerdo al triunfalista comunicado (que
entre otras joyas de penetrante análisis crítico incluye el siguiente: “por su
visión de largo plazo, los programas iniciados por él son indispensables en el
quehacer institucional”), la gestión de Vargas se caracterizó por logros de gran
envergadura en medio de un clima económico adverso, del cual nunca hizo mención
el propio Vargas en sus tres años. El tono exculpatorio y de fingida dignidad
del boletín sólo evidencia los magros resultados de una gestión caracterizada
por la improvisación, el desorden, el dispendio, el ausentismo, la opacidad y
el voluntarismo que tanto daño le ha hecho a la actividad cultural en nuestro país.
Vargas
deja la OBA en medio del descrédito y sin haber nunca dado respuesta a los
múltiples cuestionamientos que desde el primer día de su gestión se le
hicieron. A los entusiastas que aplaudieron rabiosamente su llegada no les
cumplió siquiera en su más hondo sueño húmedo: tener una edad dorada de la
ópera en México. La falta de formas en un medio donde fondo y forma son
indispensables deja al Ramón Vargas funcionario, no al tenor, en el peor de los
escenarios. Llegó con bombo y platillo, con todos los medios de comunicación
arropándolo y con el principal acallado, Proceso,
con el cheque en blanco más grande extendido por una comunidad a un individuo,
pero sale por la puerta de atrás, como sirvienta avergonzada al ser descubierta
robándose los cubiertos.
Pese
al ambiente económico adverso, a la postre la gestión de Vargas será recordada
como una de las peores de las últimas tres décadas, con escasa imaginación, por
decir lo menos, llena de opacidades, en un momento en que el rendimiento de
cuentas y la transparencia son la cantaleta oficial del régimen, y a la cual
Vargas jamás se sometió.
Pero
lo peor que le pudo pasar en estos tres años a Ramón Vargas no fue su
inoperancia, sus nulos resultados (en un medio en el que cuando se habla de “ópera
mexicana” los nombres de mexicanos brillan por su ausencia, a diferencia de lo
que ocurre cuando se habla de “poesía mexicana”, “cuento mexicano”, “novela
mexicana”, “pintura mexicana”, escultura mexicana”), sus torpes y tardías
reacciones a cuanto sucedía sobre los escenarios, a haber dado cobijo a las
peores producciones en un siglo (de acuerdo a las críticas de los
especialistas), no haber generado una producción de óperas realmente mexicanas
(no hubo un solo estreno mundial, ni un autor mexicano vivo al que se le
comisionara una obra, como por lo demás no las ha habido en años). Lo peor es
haber perdido su voz como crítico de esa entelequia llamada “ópera mexicana” o “nacional”.
Vargas
fue el crítico más feroz de lo realizado por sus predecesores, a quienes tachó
con los peores epítetos inimaginables. Para felicidad de ellos, no sólo los
resultados de su gestión son peores incluso que los suyos (algo que no era
difícil de prever, habida cuenta su inexperiencia en el campo), sino que ha
perdido toda autoridad moral para criticar a quien sea. En eso le ganaron la
apuesta sus predecesores y el sistema mismo que, como en un relato kafkiano,
terminó por devorarlo sin que él supiera cómo ni por qué. El lamantable boletín que intenta proteger al ineficiente funcionario público que nunca fue capaz de actuar de acuerdo a su investidura, da puntual cuenta de la impunidad que ha caracterizado a uno de los sexenios más cínicos de nuestra historia. Ese es el marco de referencia que no se deberá perder de vista nunca, porque su actuar como funcionario público fue exactamente el mismo: el del cinismo y la arrogancia, el de no rendir jamás cuentas e ignorar las reales necesidades de la comunidad a la cual él debió atender y de no haber atendido siquiera a lo que podrían haberle sugerido la gestión cultural, nueva actividad profesional de la cual, por supuesto, Vargas no sabe nada, como de tantas y tantas otras cosas.
La
era dorada de la ópera en México prometida y esperada por Ramón Vargas llega a
su fin, y el profeta de esta era, incluido esta vez a su pueblo, no vieron
nunca la tierra prometida. La sed por un espectáculo digno y de calidad no fue
saciada nunca. Vargas deja la ópera no mejor, ni siquiera en el mismo estado
que la halló. Deja un panorama ruinoso, cuyo nombre no amparó más que más de lo
mismo, amparado a su vez por el regreso del peor PRI al poder. Como funcionario
priísta, fue ejemplar. Se va con la frente en alto, pero con el estigma de
haber sido un pobre soldado que nunca supo a qué enemigo se enfrentaba.
En el panorama musical actual mexicano (y con actual me refiero al último cuarto de siglo), pocos músicos han dado tanto a nuestro campo musical (para usar la terminología bourdieana, ajena al vocabulario de los musicólogos mexicanos, no se diga al de los inefables “críticos” y criticastros musicales de nuestro medio) como Horacio Franco. Con más de tres décadas de trabajo continuo profesional, y con una madurez adquirida digna de elogio, finalmente Horacio decidió concentrarse únicamente en aquello para lo cual se formó en los Países Bajos: la música barroca. El resultado es espectacular, y pone de relieve muchas cosas, no sólo del propio Franco y su compromiso con este duro oficio, sino también del medio que le rodea, tanto de músicos (y cantantes, como veremos más adelante) como de críticos.
Con esto quiero señalar algo que resulta patente en su más reciente concierto, un hecho insólito, al que la comunidad de criticastros y críticos pagados dieron la espalda (algo que, por supuesto, al propio Horacio no le debe quitar el sueño en lo más mínimo, y hace bien). Porque el pasado jueves 30 de octubre la Capella Barroca de México, fundada por Horacio hace ya 21 años, ofreció el segundo de cuatro conciertos en los que escuchamos la primera gala de ópera barroca en México, interpretada con instrumentos réplica de originales del periodo y un notable grupo de cantantes en su mayoría muy jóvenes.
https://www.youtube.com/watch?v=U1jRva5tzmw
El primer aspecto digno de aplauso es justamente el repertorio elegido, en un momento en que en todo el país se realizan galas de ópera con las mismas arias de óperas decimonónicas de todos los años, repetidas ad nauseam, y casi con los mismos y vomitivos cantantes de siempre, algunos de ellos ya en abierta decadencia. Aunado a esto, está la también evidente crisis de la ópera decimonónica así como la lenta, dolorosa y lamentable agonía de la Gran Era dorada de la ópera mexicana que se marchita y pudre en manos de Ramón Vargas. Frente a un panorama operístico de evidente falta de imaginación y desafíos, y frente a la visita reciente también de notables especialistas en interpretaciones historicistas como lo fueron John Eliot Gardiner, William Christie y Giovanni Antonini, la gala operística de Horacio Franco es una cachetada con guante blanco a los pericos babeantes de siempre y a los prejuiciosos que sólo aplauden como cliqueros baratos de teatros provinciales.
Como ocurrió con la práctica misma de la interpretación historicista, con unos muy jóvenes Nikolaus Harnoncourt, Gustav Leonhardt, André Rieu sr., y el recientemente fallecido Frans Brüggen, surgida de las cenizas de la Alemania de la posguerra pero que paulatinamente se expandió a otros países, como Francia, Bélgica, los Países Bajos, para llegar a Italia y finalmente a Rusia y España, Horacio no sólo abrevó de esa misma y, desde hace ya casi diez o más años, triunfante tradición interpretativa, sino que ha empezado a pasar la estafeta a muchos otros músicos jóvenes, que le acompañan y le han acompañado en otras ocasiones, diseminando una fructífera semilla.
Es importante señalar que justamente en esta elección de músicos es donde se encuentra el reto y desafío más grandes tomados por Horacio Franco, y en ella se encuentra tanto su fortaleza, como algunas debilidades, inherentes a la misma. Que elija jóvenes mexicanos es digno de encomio (en un país donde basta que llegue un españolete a diseminar chismes para que se cierren puertas debido a los obesos lengua-largas viperinos) en lugar de irse por la fácil de traer músicos extranjeros. Pero en ello está, también, parte de su debilidad. En algunos casos, especialmente en el que nos concierne, no siempre los resultados son los que un amante de la ópera barroca podría esperar, pues la educación vocal que se imparte en conservatorios y escuelas de música sólo considera como canto o digno de ser cantado eso que los operópatas y especialistas llaman bel canto. Ni siquiera el Lied alemán es considerado en estas instituciones “formativas”, y es curioso constatar cuántas veces tenores y sopranos cantan canciones cultas mexicanas como si fueran arias de Verdi o Puccini, por no mencionar el mero hecho de que no existen ciclos de canciones en Bellas Artes, algo que es más raro que la epidemia de ébola que azota a África en estos momentos.
Aquí es donde es necesario señalar justamente lo que se decía hace unos momentos. Si bien la elección de algunas voces podría considerarse no la más adecuada para el repertorio elegido por Horacio Franco, es justamente esa misma la que evidencia el problema del campo musical (Bourdieau), que estrecha en vez de ampliar las posibilidades de desarrollo de los futuros cantantes en nuestro país. La ópera barroca, igual que la música instrumental del periodo, es una especialización que los conservatorios y escuelas de música prácticamente ignoran, y los resultados son más que evidentes.
Si la elección de estos muchos jóvenes para esta gala de ópera barroca pone de manifiesto asuntos educativos y de formación que deben ser corregidos, también evidencia algo de ese llamado campo, y que incluye, como nos ha demostrado Bourdieau, tanto a quienes lo hacen posible desde dentro (músicos e intérpretes) como desde fuera (público, críticos, gestores y promotores culturales, si los hubiera, y hasta los escasos productores de discos, sólo interesados en vender ejemplares afuera de la sala). No me ocuparé aquí de este problema en particular por rebasar el interés del asunto que nos concierne, con la promesa de ocuparme de éste más adelante.
La gala de ópera barroca que ofreció la Capella Barroca de México dirigida (y fundada) por Horacio Franco es una muestra de valentía ex cathedra y un ejemplo de imaginación y compromiso musical. El programa constó de una selección de doce arias de óperas barrocas que abarcó tres estilos nacionales: el inglés, representado por Henry Purcell y Georg Frideric Handel, con una y seis arias respectivamente, el francés, representado por Jean-Philippe Rameau, con apenas dos arias, y el italiano, representado por Antonio Vivaldi, con tres arias y dos sinfonías u oberturas, una al inicio de cada mitad del programa.
Personalmente hubiera deseado un programa más equilibrado, con cuatro arias por estilo nacional, y dos oberturas contrastantes, una italiana y otra francesa. De hecho, el estilo italiano es el predominante, si se considera que de las seis arias de Handel, sólo la de Hercules corresponde a una ópera de su periodo inglés, pues las otras cinco están cantadas en italiano, de modo que realmente sólo hay dos arias específicamente inglesas y dos francesas, frente a una predominancia del estilo italiano. Esta observación es sólo mía, y expresa más mis expectativas que un defecto intrínseco en el programa, el cual me parece impecable, irreprochable.
Primera lección de arrojo. Contrastando con las galas de ópera que usualmente vemos en el país, donde estas se programan para el lucimiento de uno o dos solistas, y no más, en la de Franco presenciamos doce arias, con doce cantantes diversos, lo cual me parece una proeza y un acto de valentía supremo, pues, ¿cuál de nuestros belcantistas aceptaría cantar sólo una aria en una gala, con el ego que la mayoría se echa al talego? La gala que Horacio preparó no fue planeada para que brillaran los cantantes por encima de la música, como sucede en las galas tradicionales, sino que el canto estuvo, como sucede en la ópera barroca, al servicio de la música, y no a la inversa.
Esto no significa que no brillen los cantantes, ni que no haya arias endemoniadas, que harían palidecer a las de Verdi o Puccini, como el aria de bravura que cerró el programa, ni que no haya divas. Sabemos que Vivaldi y Handel tuvieron siempre en cuenta a las exigencias de sus divas; pero en ellos, como en casi todos los demás músicos de la época, la música es la más importante siempre.
Los doce solistas que eligió Horacio para esta gala fueron, en orden de aparición: para la primera mitad del programa, el bajo Daniel Cervantes, la soprano Denise de Ramery, el tenor Eduardo Díaz Cerón, el espléndido contratenor Javier Coronado, la soprano Nadia Ortega, el barítono Vladimir Rueda; para la segunda mitad, la mezzo Paola Gutiérrez Candia, el tenor Emilio Gutiérrez, la soprano Nayelli Acevedo, la mezzo Nurani Huet, la soprano Katia Reyes, y la mezzosoprano Guillermina Gallardo.
En general, los solistas masculinos de la primera mitad del programa brillaron conm mayor luz que las voces femeninas; el contratenor Javier Coronado, quien se llevó la noche con “Sol da te mio dolce amore” de Orlando furioso, de Vivaldi, el tenor Eduardo Díaz Cerón, con “Pregi son d’un alma grande”, de Alessandro, de Handel, y el barítono Vladimir Rueda, con “Del minacciar del vento” de Ottone, de Handel, mostraron una prestancia y calidad sobresaliente. El caso del bajo Daniel Cervantes, con “Arise, ye subterranean winds”, de The Tempest, de Henry Purcell sobre textos de William Shakespeare, pese a su pundonor y entrega, dejó entrever todo el tiempo su formación belcantista, y lo difícilmente endemoniado de este repertorio. No diría que estuvo a la altura de los mencionados, pero logró sacar avante la difícil labor de interpretar su parte. La soprano Denise de Ramery, con gran dignidad y empeño logró sacar a flote la difícil y peligrosa aria “Ah, think what ills”, de Hercules, de Handel, la única aria en inglés de la noche. La soprano Nadia Ortega con “L’amour est le dieu de la paix”, de Anacrèon, de Rameau, se vio en serias dificultades con esta aria. Sin duda el estilo francés barroco de cantar es complejo y sumamente distinto del estilo italiano. Es el resultado de ese desarrollo y oposición a la predominancia del estilo italiano que los orgullosos franceses y nobles dieron en aquella época, y que quedaría interrumpido por la Revolución francesa. Logró sacar a flote una muy complicada parte, colindante con el desastre.
Para la segunda mitad, la mezzosoprano Paola Gutiérrez Candia interpretó la demandante y virtuosa aria “Al lampo dell’armi”, de Giulio Cesare, de Handel, una de sus mejores óperas y una de sus más conocidas y hermosas arias, cantada por mezzosopranos y contratenores, y que habría sido interesante escucharla de las dos formas, en una suerte de bis al final del concierto, alternando uno y otro. Magnífica mezzo, con gran soltura y presencia, nos ofreció una de las mejores arias de la noche. El muy joven tenor Emilio Gutiérrez interpretó la endiablada aria “D’instabile fortuna”, de Rinaldo, de Handel, con gran prestancia y solvencia líricas, un verdadero tour de force para cualquier tenor. La especialista en Monteverdi, Nayelli Acevedo, se enfrentó a una complicadísima aria como “Aux langueur d’Apolon”, de Platée, de Rameau, una pieza llena de matices y contrastes que la soprano pudo sortear con temeraria habilidad. Por su parte, la mezzosoprano Nurani Huet interpretó con soltura “Nel profondo cieco mondo”, de Orlando furioso, de Vivaldi, una vistosa y complicada aria que se mueve sobre el registro bajo todo el tiempo. La soprano Katia Reyes se lució con una de las más bellas y dramáticas arias de la noche, “Ah, mio cor! Schernito sei”, de Alcina, de Handel, una de mis óperas favoritas salidas de su brillantísima inspiración. Y finalmente, para concluir la gala, la mezzosoprano Guillermina Gallardo se llevó la noche con la conocida aria di bravura “Agitata da tue venti”, de Griselda, de Vivaldi.
La apuesta en su mayoría por voces jóvenes hecha por Horacio Franco para esta gala constituye uno de sus mayores logros pero también de sus debilidades, y esto porque no todos los cantantes son especialistas en este repertorio y estilo de canto, ni todas las voces están en madurez plena; sin embargo, es un logro gigantesco, ya lo mencioné, que Horacio haya reunido a un solista por cada aria, algo en verdad inusual, pues podemos decir que nos ofreció, él sí, un catálogo de voces en activo que pueden afrontar este difícil repertorio, algo que no ha hecho la malhadada Administración de la Ópera de Bellas Artes con sus pomposas audiciones para cantantes y su lamentable Estudio de Ópera, en donde no hay un solo tenor ni para levantar los papeles del baño.
https://www.youtube.com/watch?v=41JsiPZB2Q0
Horacio Franco, de esta manera, nos ofreció un repertorio inusual, con una gran variedad de voces y registros, unas más maduras y con más experiencia que otras, y en ese envite, en ese riesgo está, es cierto, una parte de su debilidad, pero también su mayor logro: apostar por voces jóvenes, lo mismo que por sus músicos, un notable grupo de jóvenes que un día serán nuestro orgullo y ampliarán nuestro horizonte musical.
Quizá también sea de agradecer, aunque eso sea una ventaja no contemplada in principio por Horacio Franco, que no hayan acudido ni el trío de pericos babeantes de la ópera lírica conducidos por el autodenominado líder de los operópatas, ni ningún funcionario de la OBA ni sus oficiosos criticastros, ni mucho menos los azalariados críticos de siempre.
Como sea, Horacio Franco nos ofreció la gala operística del año, mostrando su capacidad y talento, su generosidad con el público y con la juventud cantora e interpretativa de nuestro país, y nos lleva a aplaudir su compromiso y dedicación, con la certeza de que siempre será mejor arriesgarse y ofrecerlo todo, que subirse al tren de la mediocridad y el arribismo. ¡Enhorabuena a Horacio y sus músicos!
La acéfala Administración de
Ramón Vargas al frente de la Ópera de Bellas está en etapa terminal, y sus
yerros son cada vez más evidentes. Tiene las horas contadas. Su último gran
triunfo, así lo cantarán sus corifeos, fue la extraña e inusual “Celebración
musical” con Javier Camarena y Rebeca Olvera, quienes con apenas diez años de
trayectoria reciben un trato que muchos otros cantantes, incluido Ramón Vargas,
no han recibido en el recinto principal del país por trayectorias mucho más
amplias. El desastre se verificó el pasado 7 de septiembre, y más que una
celebración o festejo digno de tal ocasión, todo pareció sacado del teatro
vecino, más cercano a espectáculos de corte popular y sin rigor, que a lo que
sea que hayan tenido en mente los (des)organizadores de la mentada “celebración
musical”.
Por supuesto, si el titular de la
OBA nunca está presente, es casi imposible que nadie más tenga deseos de poner
orden en algo que parece ya casi un congal de los que un poco más delante de
los mencionados teatros solían poblar la zona donde se encuentran ubicados. El
espectáculo musical que Camarena y Olvera ofrecieron en Bellas Artes pasó de lo
sublime a lo ridículo en un abrir y cerrar de ojos, y ni a ellos les importó un
pepino, ni a nadie más. De más está decir que el comportamiento del público
asistente fue lamentable, interrumpiendo y aplaudiendo a la menor provocación,
viniera o no al caso. El público del teatro de Bellas Artes no tiene remedio,
merecen un homenaje en el Estadio Azteca.
Camarena y Olvera regresaron a
sus años mozos, haciendo payasadas y gracejadas, mexicanadas las llama alguien
por allí, como si de un festival del día de las madres se tratara. Lo más
lamentable no fue sólo que el jardín de niños invadiera de repente el escenario
de Bellas Artes, sino que ambos eligieran (¿o fue alguien más?) como parte del
programa canciones populares mexicanas, una triste y lamentable costumbre de
sopranos y tenores, y no sólo mexicanos, quienes en cada ocasión dan prueba
fehaciente que se trata de un repertorio no sólo que desconocen, sino que no
saben cómo cantarlo adecuadamente. Desde Plácido Domingo hasta el propio Ramón
Vargas, pasando por Pavarotti, no ha habido cantante de ópera que no se haya
atrevido a cantar canciones populares con resultados, siempre, lamentabilísimos.
Aquí el resultado no fue diferente.
Y si el director, Ramón Vargas,
nunca está presente para poner orden, pues siempre habrá cosas más importantes
en Europa o en Nueva York que requieran su atención, es imposible esperar que
alguien tome responsabilidades que no son las suyas y ponga orden donde no lo
hay. El Titanic lleva hundido ya mucho tiempo, aunque los pasajeros crean lo
contrario. ¿Cabe lugar en esta “celebración musical” para el sospechosismo? La
respuesta es, ¡por supuesto!
De repente todo México descubre a
Camarena, y se le homenajea como el hijo pródigo en Xalapa, donde se le
entregan los máximos honores, cosa que otros célebres veracruzanos jamás
recibieron, y se le celebra por una trayectoria que tal vez supere a la del
propio Vargas, pero que habría que esperar al menos otros diez o quince años
para que así suceda. La pregunta que me hago no es dónde está Ramón Vargas en
todo este asunto, sino más bien, como en un relato policíaco donde se ha
cometido un crimen, quién se beneficia de este festejo repentino, quién está
detrás moviendo los hilos. La respuesta, me parece, la hallamos en el mismo
programa de mano que acompañó este inusual festejo.
Originalmente iba a señalar la
pobreza literaria del texto de presentación, una lamentabilísima pieza
redactada con lo que le sigue al esfínter, sin orden ni concierto, que
avergonzaría a cualquier corrector del departamento de Literatura del INBA,
firmado por José Octavio Sosa, si no fuera porque veo en ella la oscura mano de
quien desde las sombras quiere subirse al corcel en marcha, como la mosca
polizón, y llevarse el crédito de algo que no le corresponde.
El sospechosismo en pleno me
lleva a preguntar porqué razón el Coordinador Ejecutivo del Estudio Ópera de
Bellas Artes, creado por Ramón Vargas, entre cuyos noveles integrantes no hay
un solo tenor, escribe un texto donde lo que hace no es presentar,
institucionalmente, el evento, sino que adopta la primera persona del singular
para recordarle al lector, todo el tiempo, lo que él quiere que recuerde: “Yo
descubrí a Javier Camarena y a Rebeca Olvera”, “Nadie creyó en mí entonces,
pero diez años después, ellos me dan la razón”.
Y si el lector tiene duda de la
paupérrima mente de Sosa para redactar, véase este ejemplo: “Es difícil explicar
con palabras la impresión que causaron entre la Orquesta y el Coro del Teatro
de Bellas Artes, la tramoya, en los departamentos de vestuario, maquillaje,
utilería, así como en todos y cada uno de quienes presenciaron ese suceso”.
Bueno, hasta las taquilleras y las acomodadoras no pudieron dormir aquella
noche. No importa que a Sosa le parezca “difícil de explicar con palabras la
impresión que causaron”, tal vez le resulte más sencillo explicar qué es el
dodecafonismo o qué hace exactamente en el Estudio de Ópera… espero que para
eso sí pudiera haber palabras, o al menos peras y manzanas, a falta de
aquéllas.
Muy hábil, y lamentablemente
redactado, Sosa termina con una alusión personal al final de su texto, encubierta
en una cierta institucionalidad. El público de Bellas Artes, que nunca lee
bien, no se percata de la trampa, y se traga el garlito: “hoy simplemente
celebramos estos diez primeros años de sus carreras profesionales, nacidas al
[sic] auspicio de la Ópera de Bellas Artes”. Pero al inicio nos recuerda cómo
él insistió en aprovechar a las dos brillantes promesas del canto mexicano diez
años antes. El círculo narrativo se cierra con el mensaje que Sosa quiere que
se quede en la mente del lector.
Y mi mente cochambrosa y
sospechosista me hace pensar que el texto de José Octavio Sosa no tiene la
función de informarle al público realmente lo que éste necesitaría, sino que
tiene una función ulterior. En mi opinión, el texto emite el tufo de la rata
que quiere salirse del buque ante el inminente hundimiento y salvar el pellejo
ante la nueva tripulación para, cuando llegue el momento, repetir la hazaña con
otro texto a modo que le permita vivir del presupuesto, tal como lo hace ahora.
¿Está enterado Ramón Vargas que
ya se menciona a Sergio Vela como su sustituto, y que su leal tripulación no
tiene la menor intención de mostrar un mínimo de lealtad? No lo creo. Como
nunca está presente en sus oficinas, como desde un principio le exigí, no tiene
el menor control ni del barco ni de su tripulación, y no se entera de la última
traición de que es víctima.
Señor
Secretario, por este conducto exijo la INMEDIATA DESTITUCIÓN DEL
CARGO DE DIRECTOR DE LA ÓPERA DE BELLAS ARTES DEL SEÑOR RAMÓN
VARGAS, colaborador dependiente de la Secretaría a su cargo, por el
enorme número de irregularidades cometidas, quien además, después
de un año de “ejercer” el cargo para el cual se le nombró, ha
dado suficientes pruebas de ser la persona inadecuada para tal
encomienda.
Desde
que asumió su cargo, en mayo de 2013, el señor Vargas no ha
despachado en sus oficinas de manera regular, sino en contadas
ocasiones y suele aparecerse sólo cuando le viene en gana, generando
altos gastos en viáticos extra que lo trasladan desde sus estancias
en Europa, sin que haya en los hechos un verdadero titular a cargo de
la principal institución responsable de la ópera en México. Ese
hecho debería ameritar algún tipo de extrañamiento, pues no
recuerdo en toda mi vida el caso de un solo funcionario que haya
gozado del privilegio que él: cobrar sin estar jamás presente en su
oficina ni cubrir horario alguno.
Por
si esto no fuera suficiente, a más de un año de haber asumido su
cargo, el señor cínicamente reconoce, en una entrevista difundida
por la Agencia Reforma (19/06/14), no conocer los estatutos de la
dependencia a su cargo, guiándose por un nebuloso conocimiento de lo
que él cree son sus responsabilidades y oportunidades como cantante
en activo. Cito sus palabras, para su debido conocimiento:
“A
pesar de que voy a seguir yendo a trabajar a las oficinas, para que
no haya esa situación de la doble contratación, o yo qué sé, ni
sé bien cómo son los estatutos, pero para evitar cualquier
situación y porque creo que es correcto, voy a quitar 5 mil dólares
de mi contratación en las óperas” [énfasis mío].
Me
parece escandaloso que el señor Ramón Vargas lleve más de un año
en su cargo, y reconozca que no se ha dignado revisar cuáles son las
obligaciones y responsabilidades de su cargo, y actúe en total
ignorancia de las consecuencias que sus actos podrían tener para la
imagen de la institución y de la administración pública a la cual
él representa.
Además
del cinismo, señor secretario, su subalterno está violando
flagrantemente la LEY FEDERAL DE RESPONSABILIDADES DE LOS SERVIDORES
PÚBLICOS, que en su CAPITULO I Sujetos y obligaciones del servidor
público, ARTÍCULO 47, dice textualmente:
Todo
servidor público tendrá las siguientes obligaciones, para
salvaguardar la legalidad, honradez, lealtad, imparcialidad y
eficiencia que deben ser observadas en el desempeño de su empleo,
cargo o comisión, y cuyo incumplimiento dará lugar al procedimiento
y a las sanciones que correspondan, sin perjuicio de sus derechos
laborales, así como de las normas específicas que al respecto rijan
en el servicio de las fuerzas armadas:
XVI.-
Desempeñar su empleo, cargo o comisión sin obtener o pretender
obtener beneficios adicionales a las contraprestaciones comprobables
que el Estado le otorga por el desempeño de su función, sean para
él o para las personas a las que se refiere la fracción XIII;
XXIII.-
Abstenerse, en ejercicio de sus funciones o con motivo de ellas, de
celebrar o autorizar la celebración de pedidos o contratos
relacionados con adquisiciones, arrendamientos y enajenación de todo
tipo de bienes, prestación de servicios de cualquier naturaleza y la
contratación de obra pública, con quien desempeñe un empleo, cargo
o comisión en el servicio público, o bien con las sociedades de las
que dichas personas formen parte, sin la autorización previa y
específica de la Secretaría a propuesta razonada, conforme a las
disposiciones legales aplicables, del titular de la dependencia o
entidad de que se trate. Por ningún motivo podrá celebrarse pedido
o contrato alguno con quien se encuentre inhabilitado para desempeñar
un empleo, cargo o comisión en el servicio público.
El
señor está violando todos los puntos de la ley antecitados, en losm
siguientes aspectos: Él, como director de la Ópera de Bellas Artes
(OBA) programó la obra EL TROVADOR para escenificarse los días 29
de junio, 1, 3 y 6 de julio en el recinto del Palacio de las Bellas
Artes; como titular de la OBA seleccionó el reparto, y en éste, se
autoasignó el papel protagónico, asignándose, asimismo, un salario
adicional al suyo como funcionario, del cual no sabemos cuánto va a
cobrar, pero sobre el cuaL, EN LA MENCIONADA ENTREVISTA, ha señalado
que hará el descuento respectivo, creyendo que con eso ya no
contraviene la normatividad o, en el peor de los casos, evitará una
posible sanción por hacerlo. Se equivoca cabalmente. Viola además
la Ley del trabajo al decir que cobrará en dólares, cuando en
México la moneda oficial es el peso, además de contravenir el
mandato de transparencia por el cual es conocida esta Administración
pública a la cual él pertenece.
El
cinismo del señor Vargasn en la entrevista antecitada abarca muchos
aspectos, y sólo muestra su inconsciencia y su nulo criterio como
servidor público. Por un lado dice, y cito: “El tenor Ramón
Vargas se defiende: no viene a quitarle trabajo a nadie con la
funciones de El trovador”. Además de violar la ley antes citada,
sí le quita el trabajo a otros cantantes que podrían hacer el papel
que él mismo se autodesignó, cobre o no cobre. Si cobra, muy mal
hecho, porque viola la ley. Si no cobra, peor, porque se llama
competencia desleal. En el de que el señor no cobrara (como nos
quiere hacer creer), sí recibe beneficios adicionales,
correspondientes a la autopromoción y a la posibilidad de obtener
contratos o intercambios adicionales en el extranjero por el
ejercicio ostensible de su cargo, ya que además, al ser un cantante
en activo y pertenecer a una agencia lírica, ha echado mano de ella
con frecuencia para conformar los elencos de la OBA, lo cual, en su
caso de cantante-directivo, genera un inocultable conflicto de
intereses.
Adicionalmente,
debo indicar que el señor Vargas ha violado constantemente los
artículos citados no sólo porque el año pasado estuvo a punto de
auto-contratarse para una producción lírica, como ha terminado por
hacerlo para dos en este año, y bajo una excusa de último momento
se “desligó” de las funciones, sino que además ejerce el
nepotismo al promover a su sobrina, Leticia Vargas, quien aparece en
los programas de mano con el nombre artístico de Leticia de
Altamirano, con dinero del erario público.
No
es el único funcionario de esta Administración de la OBA que
promueve a familiares o gente allegada. Varios de sus subalternos
hacen lo mismo. Y no sólo eso. Igual que el señor Vargas, que jamás
está en su oficina para resolver o atender las problemáticas
diarias de sus grupos artísticos, sus subalternos hacen lo mismo. La
señora y cantante en activo, Encarnación Vázquez, así como el
también barítono en activo Jesús Suaste, coordinador artístico
del Estudio de la OBA y con los estados de la república, aprovechan
sus cargos para auto-promoverse y colocarse en la programación de
diferentes orquestas financiadas por el Estado, al tiempo que
“despachan” en OBA.
En
el colmo del cinismo, la directora del Instituto Nacional de Bellas
Artes, María Cristina Cepeda, afirmó, en una entrevista para el
diario El Universal, lo siguiente: “Contar
con la presencia de Ramón Vargas es ganar-ganar, pues lo tenemos
como artista y como participante en el desarrollo de la ópera en
nuestro país”.
No
necesito recordarle, señor Secretario Emilio Chuayffet, el escándalo
de esta semana por el abierto conflicto de intereses de la señora
Purificación Carpinteyro en torno a la reforma en
telecomunicaciones. Que la titular del INBA justifique la
participación del señor Ramón Vargas en una producción que él
mismo selecciónó, programó, se auto-contrató y se auto-asignó un
pago que nadie sabe de cuánto va a ser, equivale a afirmar que con
la señora Carpinteyro el debate sobre dicha reforma será
“ganar-ganar”. Me escandaliza la forma en que sus subalternos
violan la ley en público y ni siquiera se sonrojan.
Por
todo lo anterior, señor secretario, apelo a su sensibilidad y al
respeto a las leyes emanadas de nuestra Constitución Política, para
que sea destituido e inhabilitado de la función pública el señor
Ramón Vargas y su equipo de colaboradores cercanos, por las
evidentes irregularidades en su gestión, arriba descritas.
Está por cumplirse el primer aniversario de su arribo a la Dirección artística de la Ópera de Bellas Artes (OBA), a la cual usted llegó prácticamente con un cheque en blanco extendido por la generalmente ignorante y acrítica comunidad operística nacional, la cual vio en usted al nuevo Mesías que sacaría al buey de la barranca. Usted pidió tres años para que se vieran resultados de su gestión, lo cual es extender ese cheque en blanco a cambio de nada, lo cual me parece intolerable. A casi un año de su llegada a esta nueva responsabilidad, no se ve un solo cambio real en su forma de conducir los destinos de la ópera en la ciudad capital del país, y en cambio, sí se ve, tan grande como el sol a mediodía, la ineficacia, la corrupción y el nepotismo en su Administración, como pocas veces se ha visto. Por muchas razones, usted debe renunciar al cargo que le fue conferido hace casi un año, pero para su comodidad las agruparé en dos bloques, para que le quede claro porqué le estoy demandando su renuncia.
1. Razones administrativas Su gestión administrativa ha estado signada por la arbitrariedad, el verticalismo y la cerrazón. Verticalismo, maestro Vargas, significa soberbia, significa creer que sólo la voluntad propia basta para solucionar los problemas, y que por eso mismo, no requiere ni de consejos ni dar explicación alguna de su proceder. La comunidad operística nacional --y la operópata también-- han aceptado este proceder sin chistar. Este comportamiento suyo, maestro Vargas, como le dije en su momento, corresponde al del México que usted conoció hace treinta años, cuando los ciudadanos prácticamente no teníamos derecho a cuestionar ni a exigir nada a nuestros gobernantes. Pero mientras usted se fue a Europa a triunfar, a nombre exclusivamente suyo y de nadie más, los que nos quedamos aquí luchamos porque eso cambiara. Y cambió. De esa relación vertical, principesca, de iluminados intocables, hemos pasado a una relación horizontal basada en la transparencia, la entrega de cuentas, el constante y a veces brutal escudriñamiento de la gestión de Gobierno, y el derecho a cuestionar en todo momento, a nuestros gobernantes. Es un derecho que usted desconoce y que ya nunca más podrá usted ejercer. Ya le explicaré porqué en la segunda parte de mi exposición. Para que entienda usted (y acaso, muy ingenuamente, sus fans, seguidores y groopies, como su perico barbado) la diferencia entre la relación vertical y la horizontal, la relación vertical corresponde a una forma de ejercer el poder desde las alturas, sin legitimación popular, que no da cuenta de sus actos más que a un poder superior (Dios, otros soberano, etc.), llena de privilegios y excesos, y ante el cual la gente sólo puede vivir en constante asombro o azoro, sin posibilidad de diálogo; en esta relación el príncipe es casi un Dios, y el ciudadano no es tal: es un siervo. En cambio, la relación horizontal comporta la conquista de derechos, la igualdad y la aceptación de la diversidad, y significa ya no una relación de servidumbre ante el príncipe, sino una de vigilancia y cuestionamiento, en la medida en que ese poder proviene del pueblo, de la gente. Por supuesto, maestro Vargas, usted desconoce totalmente (como muchos de sus seguidores) lo que es esa forma de relación, porque usted jamás la ha vivido ni experimentado, ni menos la ha conquistado. También significa la entrega de cuentas, la transparencia, el diálogo, el derecho al disenso, a no subordinarse a los caprichos y tentaciones del poder (ya volveré sobre este aspecto más adelante, maestro Vargas), entre otras muchas cosas, ninguna de las cuales usted entiende, y probablemente jamás entenderá. Su gestión al frente de la OBA, maestro Vargas, se ha caracterizado no sólo por lo anterior, sino por algo más: el dispendio, la ineficacia, el nepotismo, y la abierta corrupción, sea de palabra, obra u omisión. Si usted no se ha enterado, muy grave. Si sí, más grave aún. Los gastos en salarios para gente que no hace nada, no mueve un dedo, es demencial, empezando por usted, maestro Ramón Vargas. Y aunque su perico babeante lance espumarajos por el esfínter que tiene por boca, y me maldiga, usted, para fines prácticos, es un funcionario pagado con mis impuestos, y eso significa que usted debería estar sentado en una oficina resolviendo problemas y hablando con la gente, apagando incendios. No necesito decirle cómo la función de El holandés errante en el Cervantino del año pasado estuvo a punto de terminar en una catástrofe por la ausencia de cualquier autoridad que pudiera poner orden (si se enteró y no hizo nada, es imperdonable; si apenas se está enterando, más aún: muestra mi punto). Para fines prácticos, maestro Ramón Vargas, un funcionario que cobra y no está en su oficina es un aviador. Y eso es una forma de corrupción: recibir un salario y no hacer nada. No importa si en otros países los directores de teatros o casas de ópera pueden hacerlo, la legislación mexicana es muy clara al respecto, y los abusos que se han cometido son incontables: usted es uno más de esos abusivos que se benefician de una comunidad que para fines prácticos es analfabeta funcional, egoísta, e ignorante de sus derechos y obligaciones. No sólo eso, su flamante director de la orquesta del Teatro de Bellas Artes, Sbra Dinic, cobra un salario de 11'250 dólares al mes, esté o no presente. Es decir (por ejemplo), que en dos meses (diciembre y enero), sin haber venido una sola vez al país, su gran cuate se embolsó casi 300 mil pesos, sin hacer absolutamente nada. Y mientras no dirija una función, seguirá cobrando, sin esfuerzo alguno, 150 mil pesotes a costa del contribuyente mexicano. Negocio redondo, ¿verdad? Tampoco necesito recordarle que su flamante subdirectora, Encarnación Vázquez, al mismo tiempo que ejerce dicho cargo, cobra como concertista de Bellas Artes. Y no es el único caso, como usted bien debería saberlo. De nuevo, si lo sabe y lo permite: mal; si no lo sabìa y apenas se entera, peor.
Pero no sólo este es un caso de corrupción abierta, está también el nepotismo, al cual usted, maestro Ramón Vargas, contribuye alegremente con su sobrina, que oculta, sagazmente, su apellido, para pasar desapercibida mientras canta en funciones diversas. Y si usted mismo contribuye, pues qué podemos esperar de sus subalternos, que hacen exactamente lo mismo. Hijos, sobrinos, toda clase de parentela, viviendo de la ubre presupuestal, a costa del erario y del contribuyente. Eso se llama corrupción, maestro Vargas. Así, a grandes trazos, entre su ausentismo permanente, el dispendio en gastos (sus viajes de ida y vuelta, maestro Vargas, le han costado al contribuyente mexicano 486 mil 143 pesos adicionales a su salario, medio millón de pesos que podrían haberse usado en algo más importante que hacer que usted viaje en primera clase de Europa a México y de regreso), la abierta corrupción, el tráfico de influencias, el nepotismo, la ineficacia, la falta de dirección y de autoridad moral, su estancia como director de la OBA está siendo la más cara e ineficaz de la historia en este país. Y para colmo de males, cuando usted se vaya, todo ese esfuerzo no va a haber servido de nada, porque con usted se irá (aunque igual que usted, jamás estuvo presente) su cuate Sbra Dinic, y ni siquiera habrá dejado una escuela de dirección de ópera para jóvenes directores mexicanos: el malinchismo por delante, ¿verdad, maestro? Su Estudio de ópera será (es) un cascarón por el cual no pocos miembros de la comunidad ya se han peleado y se han repartido (hay un integrante del coro de Bellas Artes entre sus miembros) como rebanadas de un jugoso pastel.
2. Razones éticas Si todo lo anterior le parece poca cosa a usted, maestro Ramón Vargas, hay una razón de mucho mayor peso que usted debería considerar. Todo lo anteriormente mencionado, ¿sabe qué significa? Que ese impecable nombre que usted tenía como cantante ha quedado ensuciado y mancillado de manera irrevocable. Antes de haber llegado al cargo de director artístico de la OBA, usted era el principal crítico de esta institución, y estaba respaldado por una trayectoria intachable e irreprochable. Era usted un hombre libre para decir y hacer. Perdió para siempre esa libertad al aceptar un cargo que usted no necesitaba. Me parece increíble que no se haya percatado de la similitud entre lo que usted hizo y el personaje de Goethe, Fausto. Este, vendió su alma al diablo por el amor de una mujer, y ese amor al final lo salvaría. En otra versiones del mito, Fausto vende su alma por el conocimiento. En esas versiones, no hay forma de salvarse, y Fausto queda del todo condenado. Usted vendió su alma al diablo (en este caso al Conaculta) por un plato de lentejas frías. En ajedrez, maestro Vargas, eso se llama Maque al pastor, pero a diferencia de lo que ocurre en el tablero, aquí sólo bastó una jugada para que usted cayera (tiene razón el diablo encarnado por Al Pacino: la vanidad es su pecado favorito). Con una sola jugada usted quedó inhabilitado de por vida para criticar a ninguna otra autoridad administrativa en el futuro, y su nombre manchado de por vida, pues será recordado como un director artístico torpe, ineficaz, que permitió corruptelas y que usted mismo se dio el lujo de incurrir en tratos indignos. Perdió su libertad y su derecho a criticar. Lo perdió todo, maestro Ramón Vargas, porque creyó que como tantos héroes de diversas ópera, su sola presencia arreglaría las cosas. Pero el mundo real es más complejo, requiere de más humildad y sagacidad que ese mundo de infantil de ilusión y fantasías que uno ve en los escenarios en el cual usted vive. Y ahora sólo le queda un recurso (a menos que se empeñe en seguir enlodando su nombre, y preguntarse cuánto golpeteo y desgaste está dispuesto a soportar): como otros héroes del escenario, hacer el máximo sacrificio: auto-inmolarse, y reconocer públicamente que se equivocó, que usted no es un héroe ni hay princesas a las cuales hay que salvar de monstruos o demonios. Por supuesto, maestro Ramón Vargas, para que eso suceda hace falta algo de lo que usted ha demostrado sobradamente carece: humildad. Pero si no lo hace por humildad, debería hacerlo para salvaguardar su nombre, para evitarse más desgaste y evitarle a sus fans y groopies, como su perico barbado, más disgustos. No está usted ganando esta batalla, y no la va a ganar. Usted en el fondo lo sabe. No está mal que reconozca que no pudo. Aunque sus seguidores y periodistas maiceados le canten al oído lo que usted quiere oír. Por una vez en su vida, escuche la voz de la razón; por una vez, deje la soberbia y los sueños de grandeza a un lado. La vida no es un libreto de ópera, es mucho más compleja: no hay buenos ni malos, negro ni blanco solamente, hay un amplio espectro donde todos estamos colocados. Sólo los niños se empecinan en hacer su voluntad, sin importar las consecuencias; sólo los niños desean ser aplaudidos siempre. Ingrese, finalmente, al mundo de los adultos: acepte sus errores, y ofrézcanos el mayor de sus aciertos: su renuncia.
Ramón
Vargas llegó a la renombrada Ópera de Bellas Artes con el cheque en blanco más
grande extendido a un funcionario público pagado con nuestros impuestos desde
Vicente Fox. Sus seguidores viven embelesados, como las adolescentes que apenas
y pueden controlarse para no orinarse al ver a Justin Bieber, y son tan necios
e irracionales como aquellas. El prestigio del tenor mexicano es su mejor
defensa y su carta de presentación, aunque en los hechos no haya hecho nada que
pudiese justificar el entusiasmo. Hacer señalamientos de su quehacer
funcionaril y pedirle explicaciones equivale a ser el malo de la película. Es
tal la cerrazón y estupidez en torno a su nombre, que no importa lo que uno
diga, sus defensores usan los argumentos más pueriles (pueril, de puer, niño, infantil) para defenderlo,
negando lo evidente. A punto de concluir el 2013, Vargas no ha dejado de
cometer error tras error, y sólo la crítica que aquí se le ha hecho ha
impedido, por el momento, lo que sus seguidores, todos ellos acríticos de una
forma nunca antes vista, estaban dispuestos a aceptar y a celebrar: que se
presentara en Bellas Artes a cantar siendo funcionario pagado con nuestros
impuestos. Las críticas desde aquí vertidas, casi en solitario, me han valido
el sucio y sordo rencor de muchos, pues soy casi la única voz que se ha atrevido
a denunciar el traje nuevo del emperador. Pero sus seguidores siguen
embelesados ante su figura y sus triunfos, como si ellos tuvieran vela en el
entierro, y aunque se les habla de la desnudez del rey, ellos prefieren ver del
traje del prestigio y el renombre en vez de usar su razón y destetarse de una
vez por todas.
Pero hay que decirlo de una vez y con todas sus letras: Ramón Vargas es un digno émulo de un Presidente de la nación ignorante como ninguno, analfabeta funcional que es la burla nacional e internacional. Vargas, a la par de su jefe máximo en la Administración federal, no se queda atrás. Soberbio e ignorante como casi todos los cantantes y la mayoría de los músicos, a Vargas se le puede aplicar lo que Maciek Wisniewski refiere de la enseñanza que Rubinstein le dejó a Barenboim: el único libro que debe tener en su casa es la sección amarilla, y sus defensores parece que también, pues no hay uno solo que sepa argumentar, que piense de manera independiente y madura. De Vargas se puede afirmar que no sabe nada de nada, ni siquiera de su propio ámbito de especialidad, la ópera. Su ignorancia es grosera, y ofende, o debería, a cualquiera con dos dedos (o uno) de frente. Para evitar hacer un análisis de algo que no le amerita, y demostrar la grosera ignorancia de Vargas, ofrezco una serie de memes en que se reproducen fragmentos de la entrevista-reportaje que le dedicó la revista Proceso el pasado 23 de octubre de 2013 y en la que Vargas dice una barbaridad tras otra. En su momento, cuando me atreví a señalar los desatinos de su majestad, hubo una tímida reacción para defenderlo, pero la cantidad de yerros e imprecisiones son tales que prácticamente nadie se atreve ya a salir a decir nada. La torpeza del titular de la Ópera de Bellas Artes es tal, que no es exagerado equipararlo a la de su jefe, quien por supuesto está más expuesto a las burlas y a quien es imposible defender en su ignorancia. Por eso presento los extractos de sus torpes e ignorantes declaraciones, para que no quede la menor duda de que ni siquiera cuando habla de lo que se supone debería saber, sabe algo.