Mauricio Rábago Palafox
Se presentó en Bellas Artes la famosa soprano dramática estadounidense Deborah Voigt (1960) a quien ya habíamos visto recientemente en el Auditorio Nacional, en las funciones de la tetralogía de Wagner, transmitidas en HD `esde el Met de NY. En elhas la Voigt resultó una de las triunfadoras de la noche al mostrar su nueva figura mucho mas delgada, un canto impresionante, emotivo, voz caudalosa, inquebrantable que llena sin complicaciones las terribles exigencias del rol de Brunilda; una auténtica soprano dramática, sin mostrar en ningún momento signos de fatiga. Ha cantado con los mejores directores de la actualidad y al lado de las más destacadas figuras del arte lírico, y cuenta con una abundante discografía siempre interpretando personajes de gran calado en óperas de Wagner, Strauss, Beethoven, Berlioz, Ponchielli… aunque ha cantado a Verdi y Puccini, aún no graba a estos autores. Sus seguidores la admiran a través de esas transmisionas en HD o los DVDs y discos compactos y se forman una idea, un perfil sonoro de su admirada artista.
Estuvimos con Deborah Voigt en la conferencia de prensa que ofreció en el Palacio de las Bellas Artes para anunciar el concierto que ofrecería un `ía después al lado del pianista Brian Zeger, (que brilló por su ausencia). En esa conferencia la Voigt declaró que las autoridades del INBA le pidieron que cantara algo de ópera y es comprensible, es por lo que se le conoce y admira, lo que el público espera oír. Por ello accedió a cantar algo de Wagner, que de hecho rompe con el esquema de canciones light que traía preparado. Hermoso, bien pensado y cantado, ni quién lo dude, pero no es por lo que se le conoce y se le quiere escuchar, es un caso clásico de un cantante que no puede, ni debe, separarse de su repertorio.
Me recuerda mucho a Franco Corelli, famoso por sus heroicas interpretaciones de canciones napolitanas, y sus legendarios éxitos como Radames, Manrico, Chenier, Romeo, pletóricos de agudos increíbles. Cuando Corelli en los años setentas vino a México, yo estuve ahí, cantó con un pianista una serie interminable de canciones de muy bajo nivel de dificultad, al grado que el público le empezó a gritar: ¿tienes miedo Franco? ¡Queremos un agudo! ¡”Di quella pira” por favor”! y ya al final accedió a regañadientes a cantar una o dos arias, y bajadas de tono. El público salió con la desagradable sensación de haber sido timado. Por supuesto que un recital a piano es más difícil que cantar una ópera, lo dijo Deborah Voigt: “aquí no hay maquillaje, ni orquesta, ni un tenor, ni coros ni la posibilidad de descansar” es cierto, pero nadie los obliga, ellos cobran y muy bien. En un recital tal vez tengan que cantar seis u ocho arias difíciles, pero ellos pueden con eso y más. Vienen a México y nos cambian espejitos por oro, y quieren que con cancioncillas muy monas el público esté fascinado. Algunos sí, los menos exigentes, los demás como si les hubieras tirado un balde de agua fría. “Es como si contratas a Joan Miró y lo pones a que le de una manita de color blanco a la fachada de tu casa” comentó uno de los asistentes, “el repertorio fue de hueso dominguero” acotó otro.
Si el INBA no le hubiera insistido a la Voigt que incluyera ópera, de plano hubiera sido un petardo el concierto. Y no es que esos cantantes así se las gasten, insisto en que es contra nosotros porque nos dejamos; poco antes de venir a México, en 1971 Franco Corelli dio un recital similar en Tokio, puedan verlo en Youtube. Ahí sí echó toda la carne al asador: una docena de las más difíciles arias y canciones, y el público deliraba, aquí le llamaron miedoso. No basta con que vengan esas grandes figuras, hay que asegurarse que no ofrezcan una exhibición de bajo impacto.
En Mayo irá la Voigt a Colombia, a ver qué les da a los colombianos.