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domingo, 12 de febrero de 2012

Muerte en Venecia en Bellas Artes 2012, por Mauricio Rábago Palafox

Thomas Mann (1875-1955), escritor alemán nacionalizado estadounidense, escribió en 1912 la novela corta Der Tod in Venedig (Muerte en Venecia), una de sus mejores obras, llevada a la pantalla en 1971 por el cineasta italiano Luchino Visconti conde de Lonate Pozzolo (1906-1976), Morte a Venizia resultó mucho más melodramática que la novela, en virtud de algunos cambios introducidos por Visconti: el protagonista Gustav von Aschenbach interpretado por Dirk Bogarde no es escritor sino un compositor, inspirado sin duda en Gustav Mahler cuya música se escucha a lo largo del film, en especial el hermoso “Adagietto” de la Quinta sinfonía. La película gana una inmensa popularidad y con ella la música de Mahler.
La novela relata los últimos días de Von Aschenbach en Venecia, la hermosa ciudad antigua infectada ahora de cólera y rodeada de canales hediondos y putrefactos. Aschenbach, enfermo y creativamente estéril, se encamina resignado a su ocaso, pero se topa con Tadzio, un bello adolescente quien simboliza todo lo que él ha perdido: juventud, belleza, fuerza, vida, elementos que añora ahora que los ve perdidos. El joven se convierte en objeto de la silenciosa adoración del escritor, cuya moralidad convencional cede bajo el empuje de una pasión prohibida, el temor al rechazo lo mantiene alejado de Tadzio. Aschenbach se contagia y muere poco después de ver por última vez a Tadzio.
El compositor inglés Benjamin Britten (1913-1976), quien comenzó a bosquejar su última ópera, Muerte en Venecia, en 1965, no quiso ver el film de Visconti hasta tiempo después del estreno de su ópera y no le gustó, pues sus recreaciones son diametralmente opuestas.
Tanto Visconti como Benjamin Britten, íconos de la comunidad gay, abordan esta obra en el ocaso de sus vidas, como Aschenbach. Esta ópera tal vez sea la única de la década de los setenta que sin ser fácilmente asequible, sí se le puede escuchar con relativa facilidad. Britten la escribió para su compañero de vida, el tenor Peter Pears (1910-1986), voz muy ligera, quien la estrenó. Los demás cantantes son un barítono, un contratenor, coro y pequeñas personajes interpretadas por los propios coristas.

En 2009 La ópera del INBA la estrenó en México; la mejor puesta en escena operística de que tengamos memoria, se repone ahora en Bellas Artes con el mismo elenco y evidentes mejoras. Demuestra que sí se pueden hacer las cosas a primer nivel. En el escenario: agua, canales, góndolas, actuación, coreografía y un movimiento incesante de los elementos escenográficos producto del enorme talento del escenógrafo y director, Jorge Ballina, quien nos comentó que trabajó año y medio en el diseño de esta puesta. Para el estreno ensayaron siete semanas y los resultados ahí están.

El tenor estadounidense Ted Schmitz, uno de los pocos en el mundo experto en el personaje de Aschenbach, impecable. Armando Gama, barítono mexicano: encarna siete personajes de manera sorprendente; mejor aún que hace dos años, canta y actúa de maravilla, sin ser el protagónico quizá sea quien se lleve la función. Ignacio Pereda, Tadzio, hace un trabajo limpio y profesional, junto con sus compañeros del ballet resultan memorables. Bien el contratenor mexicano Santiago Cumplido: la Voz de Apolo. El director orquestal, el estadounidense Christopher Franklin, excelente, especialista también en esta obra; mejoró la orquesta del teatro de Bellas Artes sin duda por ser una reposición. Los partiquinos y comparsas excelentes.
La estrella de la noche: Jorge Ballina; acrisola música, teatro y danza. Cuando hay un buen director escénico y equipo, si se trabaja duro y bien así son los resultados.

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