Einstein on the beach
Mauricio Rábago Palafox
Philip Glass (Baltimore, USA 1937) es el autor de “Einstein on the beach” compuesta en 1976 obra que Glass denominó ópera pese a que no tiene los elementos necesarios para considerársele como tal. El estilo compositivo que Glass emplea en esa obra es el minimalismo: “repetición de frases musicales cortas, con variaciones mínimas en un período largo de tiempo” pudiendo durar 20 minutos o más lo cual es sin duda hipnótico como un mantra que se repite una y otra vez hasta lo grotesco. Y el oyente o se sale de la sala o se evade durmiéndose, hay quienes entran en un estado, fingido o no, como de iluminación arcana. La exploración de la repetición que nos vienen a vender como una novedad, no lo es tal; a principios de los años setentas salió en México un LP de la colección Voz viva de México (VV-MN-10-233/234/I75) con obras para piano de Mario Lavista y Julio Estrada, donde los autores exploraban el recurso de la repetición, esa búsqueda no dio ningún fruto destacable, no llegó a nada encomiable. Cada vez que reproducía ese disco alguien gritaba: ¡Ya quita eso! Yo replicaba a la defensiva: Es que la música no necesariamente tiene que ser bella. A lo que me contestaban: Es que eso ni es música.
Y lo que presentó Philip Glass en “Einstein on the beach”, ¿eso es música? No me lo parece. Me recuerda aquella novela “El Resplandor” (“The Shining” 1977) de Stephen King donde Wendy la protagonista lee lo que Jack su esposo ha estado escribiendo a máquina durante semanas, llenando cientos de hojas todas con la misma frase: "All work and no play makes Jack a dull boy" ("Mucho trabajo y cero juego hacen de Jack un chico aburrido"). Si se escribiera y se publicara un libro así, los críticos literarios ¿lo considerarían una obra monumental y genial? No lo creo.
Esta obra de Glass dura casi cinco horas, al final de las cuales la mitad del público, o un poco más ya se ha marchado, y no los culpo. En la época actual la gente difícilmente tolera una obra de más de hora y media de duración, sea cine o teatro, danza o lo que sea, tendría que ser una obra buenísima para que el público permanezca tanto tiempo, tendría que estar pasándola muy bien (se dan casos).
No nos parece música porque ¿qué inventiva puede haber en repetir la misma frasecita durante minutos que se vuelven eternos? ¿Dónde están la inventiva, la narrativa musical, la armonía, las texturas orquestales, la dinámica, la agógica, los contrastes, el contrapunto y demás elementos musicales? Si no se le puede llamar música, mucho menos le llamaríamos arte. La música es un lenguaje que la humanidad ha desarrollado por siglos donde cada nuevo genio añade elementos nuevos, expande las posibilidades técnicas y expresivas yendo un poco más allá que sus predecesores, no se trata de inventar un nuevo lenguaje, se trata de enriquecer con novedosas aportaciones el lenguaje ya existente. Si a la música se le quitan todas las características arriba mencionadas, se le está empobreciendo al máximo. Y el obligar al público a tolerar ese discurso sonoro primitivo por largos períodos de tiempo, resulta cruel, violento y agresivo por decir lo menos. Hay que destacar que esta obra no tiene intermedios, son las casi cinco horas “de un jalón” y se autorizó al público mediante una nota en el programa de mano, a entrar y salir libre y silenciosamente de la sala (no más faltaba que no). En la intimidad de su hogar la gente puede ponerle stop al reproductor y a la agresión de que es víctima, pero de un teatro no es tan fácil salirse, sobre todo si no se ocupa una butaca de pasillo. En Bellas Artes más de la mitad de la gente a base de “con permiso, con permiso, disculpe, con permiso” se abrió paso hacia el exterior de la sala con intenciones de no volver, y los puedo entender. Es como el comensal que en un restorán le dice al chef: cóbrame pero no me pidas que me lo coma.
Debo separar lo indivisible y decir que la teatralidad de la obra de Glass no era el problema, ésta era irreprochable, se veían los meses, los años de ensayos por lo cual esta obra sólo la pueden representar los que la vinieron a hacer a Bellas Artes, no otros, no es cosa de de ensayar un mes y se representa, no, aquí se trata de un trabajo escénico altamente especializado, impecable e impresionante; una puesta en escena irreprochable. En una obra de este tipo la teatralidad y la música forman un todo indivisible, y aquí me veo obligado a separar lo uno y lo otro para elogiar la parte teatral y dolerme de la sonora.
No estamos peleados con la música del S XX, hemos disfrutado en mayor o menor medida las propuestas de Alban Berg, Boulez, Ligeti, Henze, Cage, Lavista, Ana Lara, Marquez, Catán, Halfter… y padecido la de otros de cuyo nombre no queremos acordarnos.
Esta producción de Einstein on the beach se estrenó en Montpellier en marzo de 2012, y visitó nuestro país los días 9, 10 y 11 de noviembre de 2012 gracias a que aquí se está gastando a manos llenas por ser fin de sexenio, no es que nos hayan escogido para hacernos el honor de traer su producción, es que pudimos pagarla. Hay quienes dicen “Para que nuestros directores de escena aprendan cómo se hacen las cosas” nosotros los defendemos pues con esa cantidad de tiempo y de recursos por supuesto que nuestros directores harían algo así o mejor, para muestra ahí quedó “Die Frau ohne Schatten”, o ¿ya se les olvidó?
Pero finalmente quien decide si esto es arte o no, si es música y ópera o no lo es, si le gustó o no, es cada quien en base a sus conocimientos del tema y su experiencia personal, lo que cada quién sintió es lo que cuenta. Si a usted le gustó, pues enhorabuena.
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