Los
pasados días 14, 15 y 16 de diciembre acudimos al Teatro Ocampo, en Morelia,
para escuchar la gala de fin de año con que la Orquesta Sinfónica de Michoacán (Osidem)
despidió sus actividades del año. El programa elegido para tal efecto fue la Fantasía para piano, coro y orquesta en do
menor Opus 80 y la Sinfonía # 9 en re
menor Opus 125 de Ludwig van Beethoven. Los conciertos fueron dirigidos por
su recién electo director artístico, el maestro Miguel Salmon del Real.
Nuestras expectativas eran elevadas, pero nada como la realidad para que estas
se vean sorprendidas y superadas con creces.
La
Fantasía coral fue interpretada dos
veces, sólo en el Teatro Ocampo, con Fernando Saint Martin en el piano, quien
dio muestras de su proximidad hacia el jazz, especialmente en el concierto del
15, donde se sintió más libre y seguro ante la obra dando rienda suelta a un tono
casi improvisatorio, característico de una fantasía, en el que se le vio y
escuchó con total desenvoltura y libertad. Una interpretación inteligente y
comprometida la de este joven pianista, al que se le puede augurar un promisorio
futuro.
Pero
fue, como era de esperarse, la Sinfonía
coral la que deparó la mayor de las sorpresas, al darnos una idea de lo que
la Osidem puede lograr cuando los músicos adquieren la dignidad instrumental,
interpretativa y humana que ofrecieron los pasados tres días. Pocas veces se ve
una orquesta tan convencida de lo que está haciendo, tan orgullosa y satisfecha
al tiempo que entregada y comprometida con la música. Pero el ver, en este
caso, es también escuchar, y lo que se escuchó en el Teatro Ocampo, pero en
particular en la catedral de Morelia el domingo 16 no puede ser catalogado sino
de maravilloso y espectacular, algo que nunca había yo presenciado en una serie
de conciertos al hilo como en este caso.
Habrá
que señalar, entonces, que el Teatro Ocampo carece de una concha sonora que
permita proyectar con precisión el sonido de la orquesta, y se trata, al menos
en su condición actual, de un espacio del todo inadecuado acústicamente para lo
que la Osidem pretendía. El primer concierto fue notorio este problema,
especialmente en lo relativo a la coordinación acústica del coro con la
orquesta. No obstante ello, el resultado fue satisfactorio. La primera sorpresa
vino al día siguiente, cuando orquesta, coro y director, entendiendo la acústica
del recinto, lograron ofrecer una mejoría sonora de aproximadamente un 25 a 30
por ciento, en especial en la sección de metales, cuya ejecución el día previo
había pasado un tanto inadvertida. Una mejoría tal entre dos conciertos suele
ser algo inusual, e incluso, según la experiencia de los solistas, la segunda
función de una serie como esta suele tener más fallas, lo que aquí no sucedió. La
interpretación de la Osidem, del coro y de los solistas fue espléndida, en un
crescendo que culminó en un recinto que no podía haberle dado tanta gloria y
majestuosidad a una obra ya de por sí majestuosa, como lo fue la nave principal
de la catedral de Morelia.
La
lectura que hizo el maestro Miguel Salmon del Real de esta compleja obra fue
notable por dos cuestiones. Primero, fue hecha de memoria, y sólo para el
último movimiento la partitura apareció, más que nada, según el maestro Del
Real, para acompañar realmente a los solistas y apoyarlos. Segundo, fue históricamente
informada, es decir, interpretada de acuerdo a los criterios de la escuela
historicista fundada a mediados del pasado siglo por Nikolaus Harnoncourt y
Gustav Leonhardt. Ello significó retirar de la interpretación el vibrato, y
permitir un sonido un tanto más seco, pero más apegado a la forma en que pudo
haber sonado en su época, idealmente, la obra. Por lo mismo, los tempi elegidos
por el maestro Del Real estuvieron más apegados a los posiblemente originales
elegidos por Beethoven.
Y
sólo como referencia a esta escuela interpretativa, sería necesario señalar que
no sólo el ciclo sinfónico entero sino la Novena en particular han sido
grabados por diversos especialistas y por orquestas que tocan con instrumentos
de época. Hay por lo menos seis ciclos completos de grabaciones disponibles con
orquestas de este tipo. De ellas se puede señalar lo siguiente: la versión de The
Hanover Band, que fue la primera en grabar el ciclo entero, dirigida por Roy
Goodman en 1988, dura 65 minutos; la de Christopher Hogwood al frente de The
Academy of Ancient Music dura 63 minutos; la de John Eliot Gardiner al frente
de la Orchestre Révolutionnaire et Romantique dura casi 60 minutos; la de Jos
van Immerseel al frente de Anima Eterna dura 64 minutos; tanto la de Philippe
Herreweghe al frente de la Orchestre des Champs Elysées, la de Frans Brüggen al
frente de la Orchestra of the 18th Century como la de Roger Norrington al
frente de The London Classical Players duran 62 minutos; y sólo como
referencia, la versión de 2008 de Claudio Abbado al frente de la Filarmónica de
Berlín, dura igualmente 62 minutos. Las de Nikolaus Harnoncourt al frente de la
Orquesta de Cámara Europea y Osmo Vänskä al frente de la Orquesta de Minnesota duran
ambas 65 minutos, y estas tres son históricamente informadas.
De
este panorama de grabaciones se puede deducir que las versiones dirigidas por
Miguel Salmon del Real se hallan entre estos parámetros, pues duraron un promedio
de 62 minutos. Estos parámetros son sólo una guía para el escucha, y no otra
cosa, pero nos permiten ubicar en un rango específico lo escuchado en Morelia
el pasado fin de semana.
La
dinámica sonora y la articulación instrumental de las secciones tal como
Beethoven concebía a su orquesta, la cual gira en torno a una sección central
de Harmonie (alientos) con cuerdas (violas) rodeada de dos enormes secciones de
cuerdas, violines a la izquierda y chelos y contrabajos a la derecha, lució como
pocas veces en un concierto. La particularidad de esta construcción orquestal
gira en torno a un momento extraordinario antes de la coda final del primer
movimiento, que es, precisamente, el fugato de las maderas y alientos antes de
que entre el tutti de la orquesta. Maestro de esa estructura discursiva, estructura
maestra sobre la cual gira y ordena toda la concepción musical desde sus
primeras sinfonías, requiere de una especial atención por parte del director,
pues esta delicada estructura casi transparente es la que ordena y sobre la
cual gira el resto de la galaxia sinfónica, es también la forma en que Beethoven
delinea y contiene la forma sonata como eje central de su pensamiento musical,
y Salmon del Real supo darnos una perspectiva auditiva precisa y adecuada de esa
enorme complejidad arquitectónica que es el mundo sinfónico beethoveniano. Sin duda
alguna, la Novena sinfonía es un universo de enorme complejidad no sólo por los
detalles colorísticos de instrumentación ya señalados, sino también porque en
ella se conjugan la maestría del sinfonista con las del diseñador de espacios
íntimos de recogimiento (el citado fugato), pero sobre todo, el descubridor y
creador del primer pasaje solista del timbal en el mundo sinfónico occidental, tal
como se escucha en el segundo movimiento, donde el instrumento debe presentarse
en la misma forma en que lo harán, más adelante, los solistas cantantes en el
cuarto movimiento. Por eso, al inicio de este último movimiento vuelve a
aparecer el tema del movimiento citado, como un recordatorio al escucha de que
aquel pasaje solista reaparecerá de otra forma, con otros ingredientes y
vestimentas.
El
Teatro Ocampo fue testigo de dos noches memorables para la Orquesta Sinfónica
de Michoacán, y allí está la enorme ovación que el público les otorgó al
director y a sus músicos el sábado 15. Pero nada nos había preparado para lo
que en la catedral de Morelia se escucharía. La amplia nave de la iglesia con
sus arcos, columnas y salientes fue el espacio ideal para que una obra como la
Novena sonara en toda su gloria y majestuosidad. La sensación de arrobamiento
fue general, y la acústica del sitio no podría haber beneficiado de una forma
más espectacular a una interpretación que puede considerarse como uno de los
mayores triunfos del espíritu humano en el último cuarto de siglo en México.
Recuerdo que al escuchar la magnífica acústica del templo ante una orquesta brillante
y comprometida como pocas, un coro en estado de gracia y unos solistas llenos
de inspiración, no pude evitar recordar que una sensación similar me invadió
hace casi un cuarto de siglo, cuando escuché por vez primera las versiones de
The Hanover Band del ciclo beethoveniano, y no es casual que llegara a mi
memoria tal eco sonoro, pues dicho ciclo fue grabado en la Iglesia de Cristo,
en Londres, y la acústica de ese ciclo sigue siendo insuperable en lo que a
grabaciones se refiere.
La
participación de los solistas Lorena Von Pastor (soprano), Carla López-Speziale
(mezzosoprano), Leonardo Villeda (tenor), pero especialmente la del más que
extraordinario barítono Guillermo Ruiz no podría haber sido más brillante, y
pocas veces se ve un cuarteto tan distinguidamente armónico, en tal consonancia
con la obra y el espíritu que de ella emana como esta ocasión. Su
sincronización y temple vocal hicieron, en especial de la versión interpretada
en catedral, un momento de verdadera inspiración musical y nobleza humana que
hizo a todos sentir ese espíritu de regocijo de que habla el poema de Schiller
y al que dieron vida y lustre de manera magistral.
No
he hablado, a propósito, en términos ni especificidades de carácter técnicos
pues, para fortuna de todos, el video del primero concierto, el 14 de
diciembre, ya está disponible para descarga anónima desde el sitio de mayor
confianza del mundo: The Pirate Bay, subido por mi cuenta, y en donde podrán
admirar uno de los conciertos más extraordinarios que se hayan dado en nuestro
país en mucho tiempo, tanto como un cuarto de siglo.
Aquí
el link de descarga:
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