El día de hoy 28 de Julio de 2011 cumple 70 años el gran director napolitano Ricardo Muti quien fuera director musical del Teatro alla Scala de Milán por 19 años. En su honor reproduzco en este Blog este artículo de autor desconocido.¡Viva Muti, Viva Italia y Viva la música!Mauricio Rábago Palafox
jueves, 28 de julio de 2011
Viva Italia, viva la música y viva Riccardo Muti
miércoles, 27 de julio de 2011
NOCHES DE ÓPERA.
NOCHES DE ÓPERA
VLADIMIRO RIVAS ITURRALDE
MOZART ESTUVO EN CUERNAVACA
Cuernavaca puede preciarse ahora de un nuevo imán para sus residentes y visitantes: una Compañía Estatal de Ópera. La organizó, con grandes esfuerzos y sacrificios, ese hombre culto y gran barítono que es Jesús Suaste, quien empezó dando clases de canto y formando un taller de ópera. En un periodo de un año y tres meses ha presentado, en su sede, el Teatro Ocampo, cinco óperas: Elíxir de amor, Carmen,
El 15, 17 y 19 de julio,
El elenco es bastante uniforme en su desempeño. El bajo Rosendo Flores hizo un Fígaro ágil, gracioso, chispeante, con voz y canto robustos. La joven soprano Elisa Ávalos fue una revelación como Susana, la mucama: sin volumen vocal y actoralmente inhibida al principio, fue soltándose y creciendo a lo largo de la obra hasta coronarla de modo perfecto con la bellísima aria del jardín. Terminada su aria, los duendes apagaron por un momento las luces de la sala como diciendo “después de esto, nada más”. La soprano Verónica Murúa hizo una digna condesa, con algunos problemas de respiración y afinación en sus dos difíciles arias. El papel del conde le queda a Jesús Suaste como anillo al dedo y lo recreó con solemnidad, gracia y elegancia. Su voz de barítono discurre firme y saludable en todos los pasajes. La mezzo Encarnación Vázquez, sin el brillo aterciopelado en la voz a que nos tenía acostumbrados, dio vida, con su encanto personal y gran experiencia escénica, al joven Querubino, ese don Giovanni adolescente. La ahora mezzo María Luisa Tamez, llena de gracia, hizo de Marcellina un personaje protagónico. Increíble que Rufino Montero, con sus más de setenta años, cante como lo hizo para encarnar al anciano Bartolo. Como justo homenaje, las funciones de Fígaro estuvieron dedicadas a su trayectoria musical de más de cincuenta años. Excelentes los comprimarios: Marco Antonio Talavera, como el jardinero borrachín Antonio; la soprano ligera Yolanda Molina, quien, como Barbarina, tiene una corta y hermosa cavatina al comienzo del acto IV, y el tenor ligero Héctor Arizmendi como el intrigante maestro de música don Basilio y el juez don Curzio.
Nadie puede entender cómo un director concertador de la excelencia de Carlos García Ruiz no se haya presentado aún en Bellas Artes. Su maestría y musicalidad, su cuidado de la estructura a la vez que de los detalles, fueron ejemplares. Buen sonido el de
Felicidades al Instituto de Cultura de Morelos y a la productora ejecutiva, Marivés Villalobos.
lunes, 18 de julio de 2011
MOZART EN CUERNAVACA, MORELOS.
miércoles, 13 de julio de 2011
Homenaje a Giuseppe Verdi en el ex-Arzobispado.
En el antiguo Palacio del Arzobispado de la Ciudad de México, calle de Moneda4, Centro histórico, (casi en el Zócalo, frente a Palacio Nacional) se encuentra el Museo de Arte de la Secretaría de Hacienda y Crédito público donde se inaugurará el próximo jueves 21 de julio a las 19:00 horas en colaboración con la Embajada de Italia en México y el Instituto Italiano de Cultura la exposición HOMENAJE A GIUSEPPE VERDI con bocetos, vestuario y objetos sobre las óperas del gran artista. Dicho homenaje durará todo un mes pues terminará el 21 de agosto. es una buena oportunidad para asistir y visitar nuestro hermoso centro de la capital del país.
martes, 12 de julio de 2011
La hija del regimiento, por Mauricio Rábago Palafox
La fille du régiment (1840) es una de las más famosas óperas cómicas de Gaetano Donizetti (1794–1848) escrita en francés, en dos actos, con libreto de Jean François Bayard y J. H. Vernoy de Saint-Georges, basado en una pieza de Gollmick. Suele representarse también en versión italiana del propio Donizetti. Esta obra sirvió en los setentas para catapultar al estrellato al entrañable Luciano Pavarotti. No era una de las óperas más populares, pero Joan Sutherland la incluyó dentro de las que se cantarían durante una gira por Australia, en compañía de Pavarotti. Durante un ensayo, Sutherland y su marido, el director Richard Bonynge le sugirieron al tenor que cantara los nueve do agudos del aria "Ah, mes amis, quel jour de fête!" que ningún tenor en su sano juicio hacía. Tú eres perfectamente capaz de hacer eso, Luciano. Lo hizo y provocó el delirio del público. Después el mismo elenco grabó La hija del regimiento y esa aria fue utilizada como punta de lanza del disco The King of the High Cs (El rey del Do de pecho) que posicionó a Pavarotti como el tenor más famoso del mundo. Después otros cantantes grabaron su versión: Alfredo Kraus, Rockwell Blake, Juan Diego Flórez…
La Ópera de Bellas Artes programó este título, cuya última función fue el domingo pasado. El compromiso es grande pues se debe contar con un tenor que cubra las altas expectativas y con una soprano ligera que sepa afrontar su difícil parte. Para ello se invitó al español Antonio Gandía; hermosa voz de tenor ligero que en ocasiones nos recuerda mucho a su maestro, el inolvidable Alfredo Kraus. A lo largo de las cuatro funciones su desempeño fue unas veces bien, otras muy bien. Al entrevistarlo nos comentó que la altura de la ciudad de México le afectó, “sentía que me ahogaba, yo puedo cantar mejor pero creo que no estuvo nada mal”.
En las dos primeras funciones debutó en el papel de Marie, la soprano Leticia de Altamirano (laureada en el reality show “Ópera Prima”), estupenda presencia escénica y actuación, muy buen desempeño canoro, limpia y agradable voz ligera, cosechó un merecido triunfo. En las dos últimas funciones Patricia Santos, también debutante y triunfadora del mencionado reality show, desempeñó ese mismo rol con muy buenos resultados: voz no tan ligera, muy agradable y manejada con gran pericia, efectiva y convincente su actuación. El rol de Sulpice en el primer elenco corrió por cuenta de Armando Gama, experimentado y elegante barítono, mesurado pero efectivo en su actuación, y vocalmente garantía de profesionalismo y pulcro desempeño. El segundo Sulpice, Josué Cerón nos gustó más aquí que en Malatesta de Don Pasquale; más baritonal su timbre, muy bien asimilado el rol, actoralmente. ¡Qué distinto enfoque le da al personaje, comparado con la versión de Gama! y sin embargo muy válido, lo vimos más caricaturesco, más chusco, muy en el estilo de ópera bufa.
La diva María Luisa Tamez, ahora ya como mezzo, nos deleitó con su interpretación de La Marquesa, quien resulta ser la madre de Marie. “Es mi primer papel cómico” comentó. Nunca es tarde, vocal y actoralmente lo bordó.
Esta ópera incluye un personaje muy interesante “Caffarello” que no canta, sólo toca el piano en el segundo acto. Lo interpretó de maravilla José Ángel Rodríguez, estaba en su elemento. Caffarello fue un famosísimo cantante castrado, contemporáneo y amigo de Farinelli, ambos, alumnos de Porpora. En El barbero de Sevilla se le menciona por sus actuaciones inolvidables, y Luis XV de Francia lo invitó a cantar en su corte. En La hija del regimiento lo vemos como maestro de música y canto en la mansión de La Marquesa.
Bastante bien la escenografía y dirección escénica de Cesar Piña, él mismo dirigió escena en el 2004, cuando se puso esta misma obra en Bellas Artes, su trabajo un poco simplista pero funcional, muy acorde al género bufo. El diseño del vestuario no se le adjudica a nadie en el programa de mano.
La dirección orquestal de José Areán, muy bien, sabe acompañar a los cantantes a la perfección y nos obsequió momentos de gran emotividad, se perfila como uno de los indiscutibles nuevos valores de la dirección operística, razón por la que se le confió también el homenaje a Francisco Araiza.
lunes, 11 de julio de 2011
Javier Camarena o los diferentes tipos de ¡Bravo¡
Fue esa palabra gozosa y armoniosa, estridente y malévola, susurrada con timidez o expelida con furia y pedantería por algunos exhibicionistas que quisieran decirnos "Óiganme que aquí estoy", la que más prevaleció en el marmóreo recinto del teatro de Bellas Artes esta tarde dominguera que congregó a un público entusiasta que llegó a escuchar al nuevo prodigio vocal. La voz de que había cantado un tenor, su alumno en el Homenaje a Francisco Araiza, corrió como reguero de pólvora en las redes sociales y muchos quisieron oírlo, escucharlo, disfrutarlo, conocerlo. Y no salieron decepcionados. Todo lo contrario. Pocas veces hemos visto coincidir con tanta unanimidad a un público tan variopinto y diferente como este dominguero que incluía a muchos jóvenes a la par que los aficionados y críticos de siempre.
Observador del evento que tantos ¡Bravos! este villamelón cronista había suscitado, trataba de desentrañar el porqué del misterio que acababa de presenciar y sacar algunas conclusiones.
Apostar por alguna en particular o aventurarse a teorizar este fenómeno de catarsis colectiva placentera tendría tal vez una sola explicación: Javier Camarena cantó totalmente entregado a su arte sin respingos no disimulos. Cantó, como decían los cursis de antaño, con el alma, con el corazón, con las vísceras. Era tanta esa entrega amorosa al canto que las vibraciones energéticas que salían de su ser contagiaron al público. Un programa de canción italiana de la Antología, aunada a algunas otras de autores de ópera belcantista, como la trilogía ejemplar de Bellini, Donizetti y Rossini, junto a algunos títulos más de arias y romanzas de zarzuela y una selección de canción romántica mexicana bien dosificado, lograron llevar y transportar al auditorio al territorio del placer. Las características de esa voz pletórica de matices, plena de colorido idealizado, que lo mismo transita del más tenue y delicado matiz al más estruendoso y sonoro, está dotado del don mágico de conmover. Poseedor de una técnica rigurosa totalmente dominada, de una manera elegante y precisa de adornar, de improvisar, de una simpatía y un carisma admirables, de una sencillez y trato amable, de comunicación con la gente, el éxito del tenor, muy bien acompañado del pianista cubano-mexicano Ángel Rodríguez, perfectamente acoplado, inspirado y feliz mancuerna del cantante, lograron que este recital quedará en la memoria de quienes nos unimos a gritar ¡Bravo! apoyando la voz baritonal dejándola salir plena del plexo solar.
domingo, 10 de julio de 2011
La inercia del lenguaje, Ricardo Venegas entrevista a Evodio Escalante
Evodio Escalante es una de las figuras indispensables del pensamiento y la reflexión crítico-analítica de la cultura mexicana de los últimos dos decenios sin cuya presencia y constante estudio muchos aspectos de nuestro entendimiento de la cultura literaria y del ejercicio de la crítica no se entenderían. Animador cultural, polémico, lúcido, lector prodigioso y generoso, estudiso impar del fenómeno lírico vivo de nuestro tiempo, es entevistado por Ricardo Venegas para el suplemente literario La Jornada Semanal este domingo 10 de julio. En Crítica musical en México la reflexión sobre el ejercicio y el sentido de la crítica es uno de los asuntos prioritarios que más nos motivan a compartir las palabras, necesarias e importantísimas, de una de las mentes más lúcidas y brillantes de nuestro país. No por el hecho de estar dirigidas al ejercicio de la literatura, sino precisamente al de la crítica es por lo que sus observaciones son de primer orden y motivo dereflexión.
Ricardo Venegas entrevista a Evodio Escalante
–¿Sigue vigente la guía del crítico para leer o no una obra?
–Yo diría que la vigencia del crítico no está en discusión. Lo que sí es evidente es que cada vez la voz, o sería mejor decir, el coro a mil voces del mercado, se impone con mayor facilidad. La publicidad apabulla y satura los espacios públicos y privados. Todos sabemos, por ejemplo, que los principales concursos literarios son una herramienta más de mercadotecnia utilizada con eficacia por editoriales que son casi todas ellas transnacionales. Esto impone una lógica atroz. No se premia la mejor novela, sino la que de antemano garantiza un alto nivel de ventas. Esta es la “democracia” del mercado a la que estamos sometidos. Hasta la idea misma del “canon”, lo que ya es una monstruosidad, se convierte para algunos despistados en sinónimo de altos tirajes y popularidad. Pero la crítica, en el sentido auténtico de la palabra, como decía bien Alfonso Reyes, es un acto inseparable de la creación. Lo diré de otro modo: la crítica propicia que haya un oxígeno cultural indispensable para que los creadores puedan despegar, para que no se ahoguen en el primer intento. A la crítica no hay que verla ni apreciarla, hay que respirarla. Ese es el secreto de su poder. Por aquí habría que empezar.
–Pero los lectores, ¿hacen caso de la crítica?
–En el largo plazo, los críticos acaban por imponerse: elaboran antologías, escriben la historia de la literatura, seleccionan la perla entre la paja. Ellos son dueños de la posteridad. En el corto plazo, el asunto es más discutible. Diez reseñas favorables acerca de un nuevo libro de poemas no garantizan que ese libro va a ser apreciado y leído por los lectores. Con esto quiero decir que el impacto inmediato de la crítica tiende a ser muy endeble.
–¿La crítica en México pasa por un período de oscuridad?
–Siempre hemos estado en la oscuridad, ni modo, y no soy pesimista. En los años cincuenta, un jovencito de veinte años llamado José Emilio Pacheco, al reseñar en la revista Estaciones una antología de relatos que empezaba a circular en México, decía: “Del prólogo ni siquiera vale la pena hablar.” Se refería a un libro que firmaba un crítico literario entonces muy respetado. Aunque me parece admirable el valor de aquel Pacheco, yo diría hoy exactamente lo opuesto: la crítica tiene que darse el lujo de hablar hasta de aquello de lo que no vale la pena. De otro modo, la tontería ambiente seguirá propalándose al infinito.
–¿Ha disminuido el sentido crítico del poeta en México para cuestionar su propia obra?
–Si se acepta un punto de vista demasiado general, sabiendo que ello implica violentar los casos particulares, que son al fin los que importan, habría que decir que sí. Los poetas de hoy se han vuelto demasiado complacientes consigo mismos, con la inercia de su lenguaje narcisista hasta decir basta. Por eso resulta hoy tan aburrido leer un libro de poemas.
–¿Estamos más cerca o más lejos de la época de Octavio Paz respecto a los amiguismos y los privilegios inmerecidos?
–Estamos lejos de esa época donde imperaba el Gran Tlatoani. Pero el amiguismo no ha desaparecido ni siquiera de los concursos nacionales de poesía. Ahí está el caso del Premio Nacional de Aguas-calientes, que se transmite por generación espontánea según el adn del “cuatachismo” y que nuestras eficientes autoridades del Conaculta no se han dignado someter a revisión a pesar de muchas protestas al respecto.
–Recibió en 2009 el Premio Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde. ¿Cómo complementa su actividad de crítico con la de poeta?
–Aclaro un malentendido. No lo recibí como poeta, sino como crítico. Las cláusulas del concurso dejan abierta la puerta a la posibilidad de que se entregue esta distinción a un crítico que haya abordado la obra del gran poeta zacatecano. Confesaré, empero, que lo que hasta ahora he escrito sobre él no está a la altura de lo que merece su obra que me sigue pareciendo vigente y de un extraordinario valor.
–¿Con cuál de sus libros se siente más satisfecho como autor, tanto en la crítica como en la poesía?
–De mi poesía soy el menos indicado para hablar. De mis libros como ensayista creo que me satisfacen Las metáforas de la crítica, que la editorial Planeta, hasta donde supe, mandó “guillotinar” para tener espacio en sus bodegas. También me gustan mi libro sobre Gorostiza y mi Elevación y caída del estridentismo, difamada vanguardia que ahora se recupera gracias en gran parte, no tanto a Luis Mario Schneider, quien fue el primer estudioso que lo rescató, sino al enorme éxito de Los detectives salvajes,de Roberto Bolaño, que tiene una enorme ascendencia entre los lectores jóvenes. Hay cuando menos un boom académico del estridentismo: no pasa un semestre sin que algún alumno se me acerque para proponerme una tesis acerca de este movimiento que las recientes generaciones sienten como suyo. Los fantasmas regresan y se materializan: Maples Arce, Arqueles Vela y Germán List, por decir algo, están de regreso entre nosotros.
El poder de la música, por Julio Mendívil
El suplemento La Jornada Semanal publicó este domingo 10 de julio un importante artículo del etnomusicólogo Julio Mendívil, que por aparecer en un suplemento literario, tal vez pasó desapercibido para el público melómano. Por su importancia, Crítica musical en México lo reproduce para nuestros lectores.
Julio Mendívil
A menudo se escucha en conciertos y conferencias que la música es el lenguaje del alma y que es capaz de vencer fronteras, unir culturas y personas. No faltan los ejemplos. Recordemos el caso del schlager alemán “Lili Marleen”, de Hans Leip y Norbert Schultze que durante la segunda guerra mundial cautivó a los seguidores de Hitler y a los aliados. Según la leyenda, a las 21 horas de cada día, cesaban los combates en el frente para que ambas tropas sintonizaran Radio Belgrado y escucharan la canción en la voz de Lale Andersen. Oyéndola, cuentan los testigos, regresaban los combatientes mentalmente al calor del hogar y olvidaban, efímeramente, los horrores de la guerra. Efectivamente –piénsese en “Where Have All the Flowers Gone”, de Pete Seeger, en The Ballads of Sacco & Vanzetti, de Woody Guthrie o en “Imagine”, de John Lennon–, numerosas canciones han unificado a pacifistas superando barreras lingüísticas, generacionales o culturales. Según sugieren los ejemplos, la música sería un idioma universal que hermana con más eficacia que las palabras rimbombantes de los tratados de paz internacionales. ¿Es la música realmente el lenguaje de la armonía?
Etnomusicólogos, como yo, reaccionan ante afirmaciones como éstas con una sonrisa irónica, cuando no con cierta condescendencia frente a la ingenuidad propia del neófito. Y es que la música no sólo propicia el amor entre los prójimos; también es un medio para acercarse a unos y alejarse de otros. Tal vez nada satisfaga más que saberse parte de una comunidad musical elegida, pero igualmente es muy posible que nada ofenda más que saber que la música que amamos sea motivo de desprecio por parte de otros. La maldad humana, que es tan variopinta como la diversidad musical en el planeta, no tardó mucho en descubrir que, si la música trasmite de manera eficaz valores grupales o culturales, despotricar contra un tipo de música, o ridiculizarla, es una forma bastante productiva de menospreciar a quienes la producen o la consumen. La música por ende no sólo hermana, sino también, y muy eficazmente, divide; no sólo acompaña los momentos de emoción sentimental o de profunda congoja, también sirve –a menudo contra la intención de sus creadores– de banda sonora de torturas y otros actos indignos.
La música puede ser tanto motivo de algarabía pública cuanto refugio interior. Herder la consideró como la expresión del espíritu de un pueblo, mientras que para Hegel era expresión profunda del individuo. Es esa capacidad de crear significados sociales e individuales lo que hace de la música un arma puntiaguda para ofender y descalificar –ya sea personal o socialmente– al otro. Mas ¿por qué despreciamos algunas músicas? Por lo general, por rechazo a la alteridad. El español Miguel de Estete tuvo hace quinientos años el privilegio de ser uno de los primeros en escuchar la música de los Andes. Si hoy muchos envidiaríamos su suerte, él hubiese renunciado gustoso a ella. Apabullado por los códigos, para él incoherentes, que la regían, tal música le resultó tan bárbara y horripilante como sus productores. A fines del siglo XIX el explorador alemán Georg Schweinfurth repetiría la experiencia entre los azande, en el Congo. Schweinfurth no dudó en comparar dicha música con los gruñidos de los monos y con otros ruidos molestos de la selva africana, es decir, con lo más primitivo que podía imaginarse un europeo. La moraleja es clara: si la música es la expresión de un pueblo, la música de un pueblo despreciable sólo puede ser motivo de desdén.
No sólo el disenso cultural nos lleva a vituperar músicas. Dentro de una misma sociedad diversos grupos se diferencian mediante la música. Ser rockero, rapero, adicto al jazz o a la música de concierto nos posiciona dentro del campo de la producción cultural del que nos habla Pierre Bourdieu. El gusto musical en las sociedades modernas obedece, pues, a un dictamen sencillo, aunque categórico: dime qué escuchas y te diré quién eres. Así, el sociólogo Simon Frith nos advierte sobre un hecho alarmante: no nos basta con gustar de un tipo de música, urgimos igualmente de no gustar de otras. Y por si no fuera suficiente, de expresarlo, una debilidad típica de especialistas. ¿No es la producción musicológica misma la reificación de un gusto determinado?
La perseverancia del enemigo musical es digna de mención. Un detractor de Stefanie Hertel –una joven intérprete de schlager alemán– ingresó un día a la web de la cantante para dejarle un mensaje lapidario: “Querida Stefi –escribió– espero que folles mejor de lo que cantas.” Los conservadores seguidores de Hertel, que en el colmo del atrevimiento la tildan de “dama decente”, pusieron el grito en el cielo, iniciando una riña de semanas. Lo que me espantó del caso fue ante todo que alguien invierta tanto tiempo y esfuerzo en atacar el gusto musical ajeno. ¿Quién se dedica a cosas que considera irrelevantes?
Mas todos estos actos perversos con la música no merman su importancia en nuestras vidas. Por eso pienso que tal vez el verdadero poder de la música radique en cómo ésta estructura nuestras capacidades cognitivas. Hace unas semanas una colega me refirió una anécdota estremecedora al respecto. Pocos días antes de morir su madre, cuando el alzhéimer ya había matado su memoria, mi colega le susurró unas palabras al oído para despedirse. La madre no reconoció su voz. “No le hable, cántele algo”, dijo una enfermera a sus espaldas. Escéptica, mi colega entonó los versos de una vieja canción folclórica, aprendida de su madre. Ante su asombro la anciana reaccionó, entonando las últimas sílabas de cada verso. En lo más recóndito de su cerebro su memoria musical había sobrevivido a la enfermedad. Es un gran alivio saber que ni las injurias de los detractores ni la descomposición progresiva de nuestras facultades logran erradicar de nuestro cerebro la música que amamos, descubrir que lo último que nos abandona es la música que motivó alguna vez en nosotros emociones placenteras.
sábado, 9 de julio de 2011
"Ellos son los nuevos rostros de la composición", reportaje de El Universal a plana completa
jueves, 7 de julio de 2011
Francisco Araiza, orgullo nacional, recibe la Medalla de Oro de Bellas Artes
La comparación con Paz no está fuera de lugar, porque en el ámbito de las letras y del mundo intelectual entre nosotros, al cual muchas veces los músicos son totalmente ajenos, y no sólo los músicos sino prácticamente todos los llamados críticos musicales, Octavio Paz representa la figura más importante y emblemática de la cultura libresca. Enormemente influyente, Octavio Paz es casi todo el siglo XX, y nuestro mayor orgullo no sólo en México sino en todo el mundo. Pero Paz siempre vivió y escribió en español, en México, no obstante haber vivido temporadas en el extranjerto, ni de lejos es una figura influyente en otras culturas, como la francesa, a la que Paz saqueó con singular alegría. Y en esto Araiza sirve no sólo de contraste, sino de un auténtico fiel de la balanza, porque si el saqueo intelectual se puede disfrazar, si la sombra de un pensamiento puede seducir, eso puede ocurrir tanto en el mundo de los letrados como en el de los iletrados. Pero Paz no conquistó sus logros solo. Lo hizo a través de un hábil manejo de sus relaciones públicas: "traduciendo" poetas suecos o chinos, a partir de lenguas que ni remotamente hablaba, lo mismo que a un poeta que escribía en portugués, Fernando Pessoa, otra lengua que el poeta mexicano distaba mucho de hablar. Lo mismo hizo al "traducir" a Yehuda Amijai, un poeta israelí, lengua que por supuesto Paz no hablaba. Pero algunas de esas traducciones le valieron el Premio Nobel, pues entre los poetas suecos traducidos por Paz estaba el presidente de la Academia Sueca. De hecho, si uno elimina los poemas "traducidos" por Octavio Paz, resulta que no hay un solo poema adicional de este autor traducidos al español. No hay un solo libro que alguien pueda leer de este gran poeta sueco, que sólo conocen los suecos. Esa es la altura de su literatura. Y digo esto sin desacreditar toda la obra de Octavio Paz, pero es importante poner las cosas en perspectiva a la hora de emitir juicios.
Pues bien, lo logrado por Francisco Araiza no se parece en nada a lo hecho por Octavio Paz, y comparativamente, no tengo la menor duda al afirmar que sus logros y méritos superan, con mucho, cualquier cosa que haya hecho Octavio Paz (o para el caso, prácticamente cualquier otro escritor mexicano, vivo o muerto). Lejos de ganar un premio de manera tramposa o espuria, Araiza fue a meterse a la casa de los inventores del lied, y les enseñó cómo hacerlo. Sabido es la alta estima que Dieter Fischer-Dieskau tenía por el tenor mexicano, y cómo llegó a llamarlo como el mejor intérprete de Schubert, dicho ni más ni menos por el que muchos consideramos el mejor intérprete de Schubert. Y para eso Araiza tuvo que hacerlo en tierra de los propios alemanes. Jamás olvidaré sus memorables recitales del Winterreise en un Cervantino hace ya casi dos décadas atrás, en una noche perfecta para una de las pieces de resistance más imponentes de la literatura cantada de Occidente. Eso no lo hizo Octavio Paz, y los reconocimientos que Araiza ha recibido en el extranjero superan, con mucho, todos los que obtuvo Paz, cuyo trabajo necesitaba ser traducido al francés, al italiano, al alemán, para desde allí ser valorados. Araiza fue a la casa del dragón, y lo domó.
Las palabras de Francisco Araiza en el Palacio de Bellas Artes nos hablan de un artista agradecido con su país, con su público, que lo recibió con los brazos abiertos. Aquí sus palabras, en una velada inolvidable.
Aunque el gran público, e incluso los escritores e intelectuales no estén enterados de lo alcanzado por Francisco Araiza, indudablemente es él, hoy por hoy, nuestro mayor orgullo, y el mejor representante que tenemos en Europa. Parece poco, pero no lo es.
Es importante, sin embargo, hacer una aclaración en esta comparación entre artistas. Porque Octavio Paz, con todas las limitaciones y defectos que se le asignen o tenga, sus filias y fobias, fue un intelectual, un creador. Por esa sola razón pertenece a otra categoría distinta de artista. Se trata, en pocas palabras, del orbe del pensamiento especulativo y creador, aquel que crea nuevas formas, modela a la sociedad, la cuestiona y la delimita. En este aspecto, la diferencia entre ambos artistas es obvia. Francisco Araiza, como todos los músicos, no es un intelectual, no es una figura tutelar a la que se acuda en busca de guía y orientación, alguien que forme opinión y sea un contraste intelectual, un formador y conformador de las ideas que conducen a los hombres. No es un creador, sino un recreador.
En efecto, por muy perfectas que sean las encarnaciones que el tenor le otorgue a personajes de distintas óperas, "tal y como el compositor lo había concebido", no deja de ser una recreación, una forma de construcción escénica de carácter técnico, en el que la perfección siempre será relativa, considerando que no se trata de una creación absoluta, sino de la necesaria representación de algo pre-existente: el personaje y las arias que debe cantar. No es el personaje, pues, sino las arias y su definición, lo que juzgamos. Ante esto, no hay diálogo, porque la música es siempre la imposibilidad del diálogo, de la transformación. Por eso al final de ella, o hay abucheos o hay aplausos, pero no hay forma de dialogar ni con el autor (incluso si está vivo) ni con su obra. El aplauso o el abucheo es un juicio de valor con respecto a la calidad de lo ejecutado, de lo representado. Puede ser acertado o no dicho juicio, puede tener el lector a posteriori el testimonio de la grandeza o de los defectos de la ejecución sin que haya una prueba objetiva, o puede haberla. Pero finalmente, ante el juicio de valor nohay ya posibilidad de diálogo. Aunque el tenor cante y se mueva sobre el escenario, y cante en duato o trío o en coro, siempre será un monólogo al que el público sólo puede retribuir con un aplauso o un abucheo.
Francisco Araiza echándose un gallito
En ese mismo sentido, toda representación operística no deja de ser un juego de niños para niños. Sabido es que a los músicos instrumentales se les dificulta el trato con los cantantes de ópera, que siempre son las o los divos, y como tales, inalcanzables. Por su parte, el público melómano, especialmente los de la secta operística, siguen a los cantantes como si dioses de un parnaso fuesen, y muchas veces hablan de ellos como tales. La deificiación del artista, de nuevo, destruye o inhibe toda posibilidad de diálogo. No es extraño incluso que ciertos escritores vean a menudo en los cantantes de ópera, y menos frecuentemente en la orquesta o el director de orquesta, un icono al cual entregarse sin reservas como en una suerte de nirvana laico. No es extraño que alguno diga que hubiera querido ser músico. Es parte de ese influjo que la figura del cantante, de la diva, crean en el espectador. En efecto, parecen muchas veces surgir de un orbe inimaginable.
La literatura no genera tal influjo, tal veneración. Y no los busca. Lo que busca es siempre el diálogo. Incluso expulsados de su república ideal por Platón, los poetas difícilmente escapan al raciocinio, con excepción de los místicos (Santa Teresa, San Juan de la Cruz, Maister Eckhart), los visionarios (William Blake, cierto Hölderlin, Rimbaud), los románticos y los poseídos por un daimon, el diálogo es inevitable, necesario, en la literatura. La enorme abstracción de la música puede ser engañosa; lo sabía muy bien la Iglesia, que se opuso a la polifonía. No debería ser extraño pensar en la polifonía como en las sirenas que tentaron a Ulises.
No deberíamos olvidar dicha metáfora, que desde los griegos hasta nuestros días, es una advertencia ante lo engañoso, ante lo seductor y la entrega absoluta, irreflexiva, del canto.
Apoteósico aplauso interminable: Araiza conmovió.
miércoles, 6 de julio de 2011
Mario Iván Martínez, por Mauricio Rábago Palafox
Mauricio Rábago Palafox
En el estuche de piedra gótica que es la Capilla del Helénico, nos transportamos a la época Isabelina a través de las canciones que el propio Shakespeare incluyó en obras suyas como Otelo, Hamlet, Romeo y Julieta, Noche de epifanía, Las alegres comadres de Windsor. Shakespeare y su teatro fueron el sello distintivo de su época: la isabelina, y aún hoy siguen vigentes. Los textos elegidos por Mario Iván sirven de cohesión entre las piezas musicales. El actor y cantante interpreta lo mismo a Desdémona de la tragedia de Otelo y canta la canción del sauce “The willow Song” o el inmortal Greensleves. A ratos el maestro laúdista nos entrega algún solo del siglo XVI surgido del libro de laúd de John Dowland. Abre Mario Iván su baúl, extrae de ahí una gorra o una peluca y ya se convierte en otro personaje como el malvado Yago, que busca inculpar al Casio en una borrachera: “And let me Canakin clink”.
Como músico y cantante, lo suyo es la música antigua y no tiene rival. Su voz no es precisamente la de contratenor, es un tenor ligero que al subir al registro agudo pasa magistralmente a la voz de cabeza o falsete como lo hacía Antonio Molina, aquel genial intérprete de flamenco. Mario Iván ha sido merecedor de innumerables reconocimientos por su refinado trabajo.
lunes, 4 de julio de 2011
La violinista Consuelo Bolivar se retira de la OCBA.
sábado, 2 de julio de 2011
El murciélago, por Mauricio Rábago Palafox
El murciélago (Die Fledermaus) es una opereta cómica estrenada en Viena en 1874, cuya inolvidable música fue compuesta por Johann Strauss hijo (1825–1899), conocido desde su época como El rey del vals. Esta obra, como ocurre muy a menudo, no gustó el día de su estreno, podría hablarse incluso de un fracaso; pese a su deliciosa música, Strauss le cambió algunas cosas, quitó pasajes musicales innecesarios, agregó otros nuevos, y así la presentó en Berlín, donde tuvo un clamoroso éxito; fue entonces cuando los vieneses comenzaron a aceptarla. Strauss escribió una docena de operetas, de las cuales la más famosa es El murciélago. Esta obra alterna partes cantadas y partes habladas. Se basa en una comedia alemana de Julius Roderich Benedix llamada Das Gefängnis (La prisión), que a su vez proviene del vodevil Le réveillon, de Henri Meilhac y Ludovic Halévy (los libretistas de la ópera Carmen). En el divertido libreto de El murciélago se hace alusión y homenaje a otras óperas, por ejemplo la serenata del tenor en su entrada del primer acto es una clara alusión a La Traviata; el hecho de que el tercer acto se desarrolle en una prisión es una alusión al Fidelio de Beethoven… La acción se lleva a cabo no en Viena como muchos suponen, sino como indica el argumento “en algún lugar a orillas del agua junto a una gran ciudad”.
Esta obra, joya entre las operetas, el público mexicano la adora y acude con devoción cada vez que se programa. Desde la época de la compañía de zarzuela de los papás de Plácido Domingo y aún antes, en México El murciélago se canta en español, al igual La viuda alegre de Franz Lehar, y otras. Hace poco más de veinte años, en el Teatro de la Ciudad, Fernando Lozano dirigió ambas obras auspiciadas por el ISSSTE. Sin duda, aquélla fue la mejor versión del Murciélago de los últimos años. Ya en este siglo, en el 2007 se presentó en Bellas Artes otro Fledermaus, cantando en alemán y hablando en español, no gustó y fue criticada la innovación bilingüe. Esta nueva producción que presenta la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México repite aquel error: parlamentos en español y canto en alemán. ¿Para qué? Si todo el elenco y el público son mexicanos, por ende hispanoparlantes; y sobre todo, amén de la tradición, hay una traducción eficiente ¿porqué no usarla? Al igual que en el 2007, el personaje de Frosch, el carcelero borracho que no canta, lo (des)hizo Hernán del Riego, quien entonces tampoco gustó y recibió severas críticas por sus morcillas políticas de ínfima categoría, tipo carpa que en El Murciélago están del todo fuera de lugar. “¡Chale Carnal!” le decía a Franz, director de la prisión. ¡De no creerse! Pero no tiene la culpa el indio, el director escénico al permitírselo se convierte en cómplice.
La Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México fue ubicada sobre el escenario, tras una cortina “de gasa” translúcida, robando la mitad del espacio a la escenografía y los cantantes, de manera que el coro ya no cabía y hubieron de colocarlo en la primera fila de butacas. Para cantar, sus integrantes se ponían de pie y volteaban al público, después se sentaban. ¡Pero si hay un foso para la orquesta y se puede usar! y así evitar todas estas incomodidades.
La gala fue cortada, y sin ella de plano no es El Murciélago. ¿Qué es la gala? En el segundo acto transcurre la fiesta en casa del príncipe Orlofsky (casi en todas las operetas hay una fiesta donde corre a mares el champagne que entonces era carísimo y un símbolo de riqueza), quien ofrece a sus invitados la actuación de algunos artistas. Strauss escribió varias polcas para este momento, y la obra quedó con el formato de “Grand Opera” que incluye solistas, orquesta, coro y ballet. Poco a poco se han ido sustituyendo estas polcas por valses cantados de la autoría del propio Strauss, o por lo que se le antoje al director concertador. Ojo: al director concertador, que es la máxima autoridad en el ópera, zarzuela u opereta, donde la prioridad es la música, el canto. Volviendo a la gala, es célebre la grabación de Von Karajan, quien incluyó diez canciones con igual número de invitados. La gala del Murciélago se ha vuelto tan importante y emblemática, que muchas veces atrae más al público que la propia opereta, y además puede ser distinta en cada función. Pues Josefo Morales, el director y “adaptador” de la versión que nos ocupa, de plano la eliminó. Y la obra perdió el alma, quedó trunca.
¿Porqué Josefo? ¿No se puede usar el foso? Le preguntamos en entrevista
– Sí se puede usar el foso, si puse la orquesta en el escenario fue porque quise, y así ponlo en tu crónica, nos contestó.
Es una pena que las prioridades estén frecuentemente al revés; como decía arriba, en una ópera, opereta, zarzuela, etc., la autoridad máxima es el director orquestal, pero el director de escena con frecuencia pierde los parámetros, pierde la razón y se considera a sí mismo lo más importante. Pero no, Josefo: tu obligación es defender la obra, no agredirla, defender la voluntad del compositor y del libretista. Y realizar un montaje de acuerdo a sus indicaciones, no pisotear la obra y colocarte a ti mismo en un exceso de soberbia inexplicable, como el muñequito del pastel, y para colmo: demencialmente tirano. Tu obligación es proporcionarle a los cantantes todas las facilidades para que puedan trabajar a su máximo rendimiento, y no estorbar al concertador ni ofender al público con tus berrinches. ¿Johann Strauss pidió la orquesta en el escenario? ¿Verdad que no? Entonces ¿por qué lo haces? Y Rodrigo Macías y la OFCM, ¿no tienen boca para protestar por este atropello? Seguramente la Secretaría de Cultura capitalina confió en ti, y tú invitaste a Rodrigo Macías, quien por miedo a que lo corras se limita a decir, ¡sí maestro, sí maestro! Que la primera chelista no puede tocar porque su codo izquierdo choca en cada arcada con la cortina que está a 10 centímetros. Ni modo así lo pidió Josefo Morales y se amuelan todos. Maestro Macías, OFCM: no sean agachados cuando se topen con este tipo de atropellos, digan no señor, no lo vamos a hacer, no venimos a hacer locuras; y si insiste, pídanle a la secretaria de Cultura que les envíe otro director, que al fin que mejores que Josefo y que sí sean conocedores, los hay por montones y sin importarlos del extranjero. Para colmo, aquí están trabajando con fondos públicos, y están obligados a la rendición de cuentas a la ciudadanía. Si fuera dinero de Josefo, él sabrá lo que hace, pero siendo fondos públicos está obligado a hacer las cosas bien y si no, que la patria se lo demande.
¿Pueden creer que en el cartel del Murciélago no dice quiénes cantan? Ah, pero eso sí, dice que José Antonio Morales dirige la escena. ¿Cuándo entenderán los directores de escena que sólo son un intérprete más? No es necesario que reescriban ni que adapten una obra, sólo interprétenla.
Buena escenografía y vestuario en estilo Art Decó-minimalista, de Rosa Blanes Rex.
El personaje del Príncipe Orlofsky está escrito para mezzo soprano, así fue la voluntad de Johann Strauss, y ¿saben por qué? ¿Saben por qué muchas óperas y operetas le encomiendan a las mezzosopranos o a las sopranos que interpreten un papel masculino? (Ejemplo: Querubino en Las bodas de Fígaro, Idamante en Idomeneo, el paje en Rigoletto, Oscar en Baile de máscaras, Octavio en El caballero de la rosa y muchos más.) La razón es muy simple. En los siglos anteriores al siglo XX las damas usaban por lo general todo tipo de faldas y vestidos con fondos, crinolinas y demás. Al encomendarles a las cantantes que realizaban un rol de hombre debían usar pantalones, lo cual resultaba enormemente atractivo y excitante para el público masculino en virtud de que se dibujaba el contorno del trasero de las damas, además si los pantalones no eran largos, también se dibujaba bajo las medias el contorno de las pantorrillas. Esa es la razón de que en el teatro cantado o hablado en ocasiones se encomendara a las damas que hicieran algún personaje masculino: un toque de sensualidad. A partir de la segunda mitad del siglo XX, a causa de las guerras mundiales y de la emancipación de la mujer, las cosas cambian y comienza a generalizarse entre ellas el uso de los pantalones, además de las faldas cada vez más cortas y los vestidos entallados, por lo que el efecto descrito arriba se perdió. ¿Qué interés podría tener ver a una mujer de pantalones en el teatro si en la vida diaria la mayoría los usan e incluso llevan prendas mucho más reveladoras? El personaje del Príncipe Orlofsky lo han interpretado bajos, barítonos, tenores dramáticos, contratenores y sopranistas, amén de mezzosopranos, pero si hemos de ser fieles a la tradición y sobre todo si hemos de respetar la voluntad del autor ha de encomendarse este personaje con una mezzosoprano.
Triunfó la música, que finalmente es lo más importante, de maravilla. ¡Qué gran Einsenstein hizo el barítono Armando Mora! Bien actuado, simpático, disfrutándolo. Muy bien su pareja, Rosalinde, interpretada por Yvonne Garza, guapa, buena actriz y mejor soprano. Estupendo el bajo Charles Oppenheim (Franz), que por derecho propio ya se convirtió en el bajo buffo mexicano de la década y sigue cosechando éxitos uno tras otro. Excelente el tenor Víctor Hernández Galván (Franz), gracioso, desenvuelto, con un canto fácil y diáfano, buena emisión y buena técnica, actoralmente muy adecuado, muy bien en el género de la comedia, Liliana del Conde (Aldele) bien actoralmente y admirable como soprano acometió de maravilla las difíciles agilidades vocales y los sobreagudos, Muy bien actoral y vocalmente Héctor Sosa (Príncipe Orlofsky). Rodrigo Macías, el director concertador, cumplió de maravilla, pero sin regalarnos ningún momento de genialidad interpretativa.
Decía la inolvidable primera actriz Ofelia Guilmain: “Yo hago teatro, pero hay otros que hacen tiatro, y otros que hacen taetro”. Pues entonces este no fue El Murciélago, fue El Murciégalo, o peor: El Murciélao (sin la g, porque no hubo gala).