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sábado, 2 de julio de 2011

El murciélago, por Mauricio Rábago Palafox

El murciélago
Mauricio Rábago Palafox

El murciélago (Die Fledermaus) es una opereta cómica estrenada en Viena en 1874, cuya inolvidable música fue compuesta por Johann Strauss hijo (1825–1899), conocido desde su época como El rey del vals. Esta obra, como ocurre muy a menudo, no gustó el día de su estreno, podría hablarse incluso de un fracaso; pese a su deliciosa música, Strauss le cambió algunas cosas, quitó pasajes musicales innecesarios, agregó otros nuevos, y así la presentó en Berlín, donde tuvo un clamoroso éxito; fue entonces cuando los vieneses comenzaron a aceptarla. Strauss escribió una docena de operetas, de las cuales la más famosa es El murciélago. Esta obra alterna partes cantadas y partes habladas. Se basa en una comedia alemana de Julius Roderich Benedix llamada Das Gefängnis (La prisión), que a su vez proviene del vodevil Le réveillon, de Henri Meilhac y Ludovic Halévy (los libretistas de la ópera Carmen). En el divertido libreto de El murciélago se hace alusión y homenaje a otras óperas, por ejemplo la serenata del tenor en su entrada del primer acto es una clara alusión a La Traviata; el hecho de que el tercer acto se desarrolle en una prisión es una alusión al Fidelio de Beethoven… La acción se lleva a cabo no en Viena como muchos suponen, sino como indica el argumento “en algún lugar a orillas del agua junto a una gran ciudad”.

Esta obra, joya entre las operetas, el público mexicano la adora y acude con devoción cada vez que se programa. Desde la época de la compañía de zarzuela de los papás de Plácido Domingo y aún antes, en México El murciélago se canta en español, al igual La viuda alegre de Franz Lehar, y otras. Hace poco más de veinte años, en el Teatro de la Ciudad, Fernando Lozano dirigió ambas obras auspiciadas por el ISSSTE. Sin duda, aquélla fue la mejor versión del Murciélago de los últimos años. Ya en este siglo, en el 2007 se presentó en Bellas Artes otro Fledermaus, cantando en alemán y hablando en español, no gustó y fue criticada la innovación bilingüe. Esta nueva producción que presenta la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México repite aquel error: parlamentos en español y canto en alemán. ¿Para qué? Si todo el elenco y el público son mexicanos, por ende hispanoparlantes; y sobre todo, amén de la tradición, hay una traducción eficiente ¿porqué no usarla? Al igual que en el 2007, el personaje de Frosch, el carcelero borracho que no canta, lo (des)hizo Hernán del Riego, quien entonces tampoco gustó y recibió severas críticas por sus morcillas políticas de ínfima categoría, tipo carpa que en El Murciélago están del todo fuera de lugar. “¡Chale Carnal!” le decía a Franz, director de la prisión. ¡De no creerse! Pero no tiene la culpa el indio, el director escénico al permitírselo se convierte en cómplice.

La Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México fue ubicada sobre el escenario, tras una cortina “de gasa” translúcida, robando la mitad del espacio a la escenografía y los cantantes, de manera que el coro ya no cabía y hubieron de colocarlo en la primera fila de butacas. Para cantar, sus integrantes se ponían de pie y volteaban al público, después se sentaban. ¡Pero si hay un foso para la orquesta y se puede usar! y así evitar todas estas incomodidades.

La gala fue cortada, y sin ella de plano no es El Murciélago. ¿Qué es la gala? En el segundo acto transcurre la fiesta en casa del príncipe Orlofsky (casi en todas las operetas hay una fiesta donde corre a mares el champagne que entonces era carísimo y un símbolo de riqueza), quien ofrece a sus invitados la actuación de algunos artistas. Strauss escribió varias polcas para este momento, y la obra quedó con el formato de “Grand Opera” que incluye solistas, orquesta, coro y ballet. Poco a poco se han ido sustituyendo estas polcas por valses cantados de la autoría del propio Strauss, o por lo que se le antoje al director concertador. Ojo: al director concertador, que es la máxima autoridad en el ópera, zarzuela u opereta, donde la prioridad es la música, el canto. Volviendo a la gala, es célebre la grabación de Von Karajan, quien incluyó diez canciones con igual número de invitados. La gala del Murciélago se ha vuelto tan importante y emblemática, que muchas veces atrae más al público que la propia opereta, y además puede ser distinta en cada función. Pues Josefo Morales, el director y “adaptador” de la versión que nos ocupa, de plano la eliminó. Y la obra perdió el alma, quedó trunca.

¿Porqué Josefo? ¿No se puede usar el foso? Le preguntamos en entrevista
– Sí se puede usar el foso, si puse la orquesta en el escenario fue porque quise, y así ponlo en tu crónica, nos contestó.

Es una pena que las prioridades estén frecuentemente al revés; como decía arriba, en una ópera, opereta, zarzuela, etc., la autoridad máxima es el director orquestal, pero el director de escena con frecuencia pierde los parámetros, pierde la razón y se considera a sí mismo lo más importante. Pero no, Josefo: tu obligación es defender la obra, no agredirla, defender la voluntad del compositor y del libretista. Y realizar un montaje de acuerdo a sus indicaciones, no pisotear la obra y colocarte a ti mismo en un exceso de soberbia inexplicable, como el muñequito del pastel, y para colmo: demencialmente tirano. Tu obligación es proporcionarle a los cantantes todas las facilidades para que puedan trabajar a su máximo rendimiento, y no estorbar al concertador ni ofender al público con tus berrinches. ¿Johann Strauss pidió la orquesta en el escenario? ¿Verdad que no? Entonces ¿por qué lo haces? Y Rodrigo Macías y la OFCM, ¿no tienen boca para protestar por este atropello? Seguramente la Secretaría de Cultura capitalina confió en ti, y tú invitaste a Rodrigo Macías, quien por miedo a que lo corras se limita a decir, ¡sí maestro, sí maestro! Que la primera chelista no puede tocar porque su codo izquierdo choca en cada arcada con la cortina que está a 10 centímetros. Ni modo así lo pidió Josefo Morales y se amuelan todos. Maestro Macías, OFCM: no sean agachados cuando se topen con este tipo de atropellos, digan no señor, no lo vamos a hacer, no venimos a hacer locuras; y si insiste, pídanle a la secretaria de Cultura que les envíe otro director, que al fin que mejores que Josefo y que sí sean conocedores, los hay por montones y sin importarlos del extranjero. Para colmo, aquí están trabajando con fondos públicos, y están obligados a la rendición de cuentas a la ciudadanía. Si fuera dinero de Josefo, él sabrá lo que hace, pero siendo fondos públicos está obligado a hacer las cosas bien y si no, que la patria se lo demande.

¿Pueden creer que en el cartel del Murciélago no dice quiénes cantan? Ah, pero eso sí, dice que José Antonio Morales dirige la escena. ¿Cuándo entenderán los directores de escena que sólo son un intérprete más? No es necesario que reescriban ni que adapten una obra, sólo interprétenla.

Buena escenografía y vestuario en estilo Art Decó-minimalista, de Rosa Blanes Rex.

El personaje del Príncipe Orlofsky está escrito para mezzo soprano, así fue la voluntad de Johann Strauss, y ¿saben por qué? ¿Saben por qué muchas óperas y operetas le encomiendan a las mezzosopranos o a las sopranos que interpreten un papel masculino? (Ejemplo: Querubino en Las bodas de Fígaro, Idamante en Idomeneo, el paje en Rigoletto, Oscar en Baile de máscaras, Octavio en El caballero de la rosa y muchos más.) La razón es muy simple. En los siglos anteriores al siglo XX las damas usaban por lo general todo tipo de faldas y vestidos con fondos, crinolinas y demás. Al encomendarles a las cantantes que realizaban un rol de hombre debían usar pantalones, lo cual resultaba enormemente atractivo y excitante para el público masculino en virtud de que se dibujaba el contorno del trasero de las damas, además si los pantalones no eran largos, también se dibujaba bajo las medias el contorno de las pantorrillas. Esa es la razón de que en el teatro cantado o hablado en ocasiones se encomendara a las damas que hicieran algún personaje masculino: un toque de sensualidad. A partir de la segunda mitad del siglo XX, a causa de las guerras mundiales y de la emancipación de la mujer, las cosas cambian y comienza a generalizarse entre ellas el uso de los pantalones, además de las faldas cada vez más cortas y los vestidos entallados, por lo que el efecto descrito arriba se perdió. ¿Qué interés podría tener ver a una mujer de pantalones en el teatro si en la vida diaria la mayoría los usan e incluso llevan prendas mucho más reveladoras? El personaje del Príncipe Orlofsky lo han interpretado bajos, barítonos, tenores dramáticos, contratenores y sopranistas, amén de mezzosopranos, pero si hemos de ser fieles a la tradición y sobre todo si hemos de respetar la voluntad del autor ha de encomendarse este personaje con una mezzosoprano.

Triunfó la música, que finalmente es lo más importante, de maravilla. ¡Qué gran Einsenstein hizo el barítono Armando Mora! Bien actuado, simpático, disfrutándolo. Muy bien su pareja, Rosalinde, interpretada por Yvonne Garza, guapa, buena actriz y mejor soprano. Estupendo el bajo Charles Oppenheim (Franz), que por derecho propio ya se convirtió en el bajo buffo mexicano de la década y sigue cosechando éxitos uno tras otro. Excelente el tenor Víctor Hernández Galván (Franz), gracioso, desenvuelto, con un canto fácil y diáfano, buena emisión y buena técnica, actoralmente muy adecuado, muy bien en el género de la comedia, Liliana del Conde (Aldele) bien actoralmente y admirable como soprano acometió de maravilla las difíciles agilidades vocales y los sobreagudos, Muy bien actoral y vocalmente Héctor Sosa (Príncipe Orlofsky). Rodrigo Macías, el director concertador, cumplió de maravilla, pero sin regalarnos ningún momento de genialidad interpretativa.

Decía la inolvidable primera actriz Ofelia Guilmain: “Yo hago teatro, pero hay otros que hacen tiatro, y otros que hacen taetro”. Pues entonces este no fue El Murciélago, fue El Murciégalo, o peor: El Murciélao (sin la g, porque no hubo gala).

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