“Ah, che bel vivere, che bel piacere,
per un barbiere di qualità.”
Por Manuel Yrízar.
El éxito producto del trabajo y
la suerte buscada.
Desde
que aparece Fiorello, al terminar la famosísima obertura de la obra más
aclamada del genial Gioachino Rossini, saliendo del telón nos pide a todos una
sola cosa: ¡Silencio¡ Y nosotros obedecemos.
Del
suelo, frente a una gran jaula, brotan unas escaleras donde unos músicos portan
instrumentos musicales. Se prepara una serenata patrocinada por el noble Conde
Almaviva que viene de incógnito disfrazado del pobre “Lindoro” que se ha
enamorado de quien esa prisión habita, la bella joven Rosina, bajo el
cautiverio de su cruel y aprovechado tutor el Doctor Bartolo, quien pretende
casarse con ella por su hermosura y su no menos bella dote contante y sonante.
Aprovechando
las argucias del barbero de Sevilla, Fígaro, quien lo ayudará a lograr su
amorosa conquista. Esta historia, sencilla y divertida, transcurre durante tres
horas, de una manera ágil, vertiginosa, divertida, siguiendo siempre la música
chispeante del que tal vez sea el más grande genio de la ópera italiana,
Rossini, del cual aprenderán los otros belcantistas italianos Bellini,
Donizetti, Verdi, y hasta el mismo Wagner quien lo conocerá reinante en Paris.
Es tan
buena la música que la historia ha perdurado hasta nuestros tiempos posmodernos
y su mensaje espontáneo sigue llenando nuestras almas de gozos y deleites
plenamente alcanzables.
Conjunción de elementos que
cuajaron el postre.
Atinó el
director de la ópera de Bellas Artes, José Octavio
Sosa Manterola , en este trabajo que a él se debe plenamente,
hasta ahora el único 100% suyo en su muy corta gestión, pues supo reunir, con
sabiduría, un elenco de cantantes que dieron todos el tipo de personajes que se
requieren, por sus características vocales y actorales, aunados al trabajo musical y escénico. Con
este título del repertorio queda demostrado que si puede hacerse buena ópera en
el teatro de Bellas Artes. Ayer, última de las cuatro funciones que se
presentaron, el exitazo fue apoteósico y el público salió contento, enardecido,
satisfecho.
Totalidad de recursos artísticos
al servicio de la obra.
Dicen
los filósofos y sabios del futbol, la frase es de Fernando Marcos, que para que
podamos tener guisado de liebre, lo primero que necesitamos es, ¡la liebre¡ Y
esto reza para los equipos deportivos, y, por supuesto, también los artísticos.
Cinco
cantantes protagónicos y dos comprimarios, amén del coro de voces masculinas y
una orquesta bien entrenada en el género, se necesitan, liebres al fin, de
todas las cuerdas, para afrontar una partitura llena de arias, dúos, tríos,
cuartetos, y todas las combinaciones posibles, los concertantes que cierran
cada uno de los dos actos son complejos y endemoniadamente difíciles, capaces
de cantar con agilidad, afinación precisa, técnica depurada, escuela de canto,
los adornos y florituras, agudos, cadencias, melismas, trinos, apoyaturas y mil
trucos y triquiñuelas más, verdaderas hazañas vocales, que el maestro italiano,
llamado el Cisne de Pesaro, escribió en su prodigiosa partitura. Aquí doy los
nombres del elenco:
El conde
Almaviva, tenor, Javier Camarena. Don Bartolo, bajo, Stefano de Peppo. Rosina,
mezzosoprano, con dos cantantes, Cassandra Zoé Velasco, Guadalupe Paz, que se
alternaron dos funciones cada una. Fígaro, el barítono José Adán Pérez. Don
Basilio, Carsten Wittmoser, bajo. Berta, la soprano Celia Gómez y
Fiorello-Sargento, el barítono Amed Liévanos.
La
escena estuvo dirigida por Juliana Faesler y el director concertador y musical
fue Marco Balderi.
Hacer un
análisis del trabajo de todos y cada uno de los participantes, ha sido labor de
los cronistas y críticos especializados, que, cada quien desde su particular
punto de vista, se han encargado de detallar lo que les gustó, lo que les
desagradó, y los porqués de todo ello. Nosotros en otra entrega haremos lo
propio.
Continuará…
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