Chicago_Muti o la dimensión
humana de la música.
Por Manuel Yrízar.
Privilegio
mayor estar ahí. Ser con ellos. Participar. Comulgar.
La
presencia de Riccardo Muti transubstanciado y uno con la Orquesta Sinfónica
de Chicago es una experiencia que lleva a la reflexión sobre ese don divino
recibido que llamamos música pero que no podemos explicar con palabras. Un
acercamiento a esa experiencia pretendemos, inútilmente, compartir.
A toda acción corresponde una
reacción.
Desde el
lugar privilegiado de la galería del teatro de Bellas Artes un hombre y otros
celebran nupcias amorosas. Tal vez el “Cantar de los Cantares” o “La Noche Oscura del alma”
sean títulos paralelos a esta vivencia. Es como develar el enigma, la respuesta
verdadera de una ecuación a la vez matemática y metafísica. Gesto igual a
movimiento sonoro. Ademán que se transforma en música orgánica. Arquitectura concreta.
Correspondencia total entre el instrumento y el intérprete. Resolver la
perfecta ecuación. Muti pregunta si puede verse o tocarse la música: la
respuesta es. ¡Si¡ Sinestesia. Gesto: exigencia o súplica. Petición cumplida.
Quienes decimos sí somos los músicos y los oyentes. Oficiantes activos y
silenciosos del rito.
Dominio.
Control. Conocimiento. Espíritu y técnica.
Dos sinfonías en Re, la de Cesar Frank (1822-1890) Sinfonía en re menor y la
de Johannes Brahms (1833-1897) Sinfonía
Núm.2 en RE Mayor, Op.73 sirven de ejemplo para exponer, en
simultanea cátedra y oficio mítico, la concreción de lo que estos músicos
escribieron, de llevar de la partitura a la realidad del sonido concertado. Es
como ir, filosóficamente hablando, de la potencia al acto.
Desde el privilegiado lugar de la distante pero
cercana butaca de la galería del teatro de Bellas Artes vemos salir al gran
sacerdote de este ritual místico-mágico. Como lo hacía el Tlatoani en la Piramide o el Pontífice
en el Ara. Riccardo Muti, a quien conocimos por la televisión en su
impresionante grabación del “Nabucco” de
Verdi, y que nos impresionó con ese gesto vertiginoso con el que transmitía
energía cósmica a los músicos. Era distinto a todos. Lo sigue siendo. Con la
ayuda de los prismáticos lo vemos muy cerca tomar su lugar en el podio y echar
una mirada de águila a la partitura colocada en el atril. Es desde ese libro
cuajado de signos incomprensibles para el profano, runas o jeroglíficos, donde
saldrá la materia prima, insubstancial y callada, de aquella otra, material y
concreta, que hace vibrar tímpanos y almas, vuelta ya sofisticada y fértil,
música tangible. Esa que hiere el oído y el alma unísonamente.
Manos sin cuenta, cincuenta manos, pellizcan las
cuerdas como un solo hombre que tocara una singular guitarra. A ella se unen
los alientos madera con delicada sutileza. La percusión, orquesta ella misma,
da un toque más oscuro, timbal generoso. La masa ya no lo es más, es unión,
bendición compartida. No se puede teorizar sin realizar. La praxis permite que
los violines unifiquen criterios y ritmos, matices, que los chelos y las violas
susurren al unísono o alternadamente. Que los contrabajos se respondan. Que la
tuba suspire.
De la
partitura sobre el atril al caracol del oído del espíritu.
La partitura que sirve de referencia a Riccardo
Muti, la enfocamos desde la galería con el lente de larga vista, esta anotada
con plumines luminosos de colores: amarillos, verdes, rosas, violetas, además de
anotaciones manuscritas que el director napolitano y solo él, conoce y
descifra. Esas notas sobre las otras notas, del compositor y del intérprete, lo
dejan mirar, instantáneamente, aquello que le interesa resaltar, subrayar,
omitir, una guía íntima y personal, una lectura que pinta allí, y
solo allí, lo que él construye, una arquitectura luminosa y sólida.
Queda entonces demostrado cabalmente que una
orquesta de más de cien músicos puede sonar como el aleteo de una mosca que cree
ser mariposa. ¿Puede una misma masa sonora oír el silencio? Si. ¿Percibir los
pasos de una gacela en la nieve? También. ¿La velocidad del destello y su
temblor cuando percibe a un león acercarse? Eso y más. La música todo lo puede.
¡Oigo la luz¡ Que no está escrita en la partitura.
México D.F. a 11 de octubre de 2012.
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