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jueves, 19 de julio de 2012

Nabucco en Bellas Artes

Nabucco en Bellas Artes


(Se publicó en Proceso, el pasado domingo 17 de Junio de 2012)

Por fin después de 18 años se vuelve a presentar la ópera Nabucco (1842) de Giuseppe Verdi (1813 – 1901). El libretista Temistocle Solera dispuso que en la primera escena, el público viera el interior del templo de Salomón en Israel. El pasado domingo 10 de junio de 2012, al levantarse el telón vemos un salón con escalinatas al fondo, un cafetín a la izquierda donde escribe un personaje ataviado a la usanza del siglo XIX y a la derecha un piano vertical y una oficina de vestuario.



El público se pregunta: ¿dónde está el templo de Salomón? El absurdo escénico comienza, se acrecienta a ratos y termina convirtiéndose en una pesadilla; ni el vestuario ni la escenografía tienen nada que ver con lo dispuesto por los autores. ¿Qué estamos viendo? Una fantasía de Luis Miguel Lombana supuestamente basada en la ópera de Verdi. El descontento en el público produce comentarios, risas, discusiones y al final un abucheo de algunos al “director” de escena.



Se vive una doble moral en la ópera actualmente, donde en la parte musical no se tolera ninguna alteración o cambio, por mínimo que sea, a lo escrito en la partitura, pero el director escénico se toma la libertad de cambiar y degradar hasta lo grotesco lo escrito en el libreto. ¿Por qué la música ha de respetarse absolutamente y el libreto no? La una y el otro forman una unidad indivisible, una ópera (obra teatral donde los actores cantan en vez de hablar). Este vicio no es nuevo y se ha generalizado en todo el mundo, alejando al público de la ópera y ha provocado el cierre definitivo de teatros.  Pero se puede erradicar muy fácilmente. Se le encarga a un regista la dirección de una ópera, se le pide un proyecto y si este no es bueno, si denigra la obra, no se le acepta y así de sencillo. Ese horror que se presentó en Bellas Artes necesariamente contó con el visto bueno de quienes hoy día son cómplices.



El asunto aquí es que el drama de Temistocles Solera, musicalizado por Verdi, se diluyó, desapareció, entonces el público oía un canto (supertitulado al español) pero veía otra cosa muy distinta, como en una pesadilla que duró tres actos. Al margen de si las ideas de Lombana eran buenas o no, lo que se prometió al público era el Nabucco de Verdi-Solera y se entregó una caótica “obra teatral” de Lombana, durante la cual los cantantes interpretan Nabucco de Verdi (Solera ya quedó borrado). No se entregó lo ofrecido y la gente podría exigir la devolución de su dinero. En el cuarto acto el vestuario y la escenografía ya son del Nabucco y todo encaja en su lugar ¿por qué no lo hicieron así desde el principio? se preguntaba el público, al cual no le interesa la opinión de Lombana, ni ver su “reconceptualización”, el público quiere ver Nabucco, no más y no menos. Una puesta escénica muy compleja, sucia, fallida, donde nada corresponde con nada, donde el regista Lombana, en vez de dirigir Nabucco, ideo una obra propia y a ella se dedicó. ¿Con qué derecho? ¿quién le dio luz verde?  A Lombana se le encargó que defendiera las  ideas, la obra de Temistocles Solera, y lo que hizo fue otra cosa, defendió las suyas propias. Debieron anunciarlo así: Ópera de Bellas Artes presenta: Disertaciones de Luis Miguel Lombana sobre el Nabucco de Verdi. Nadie hubiera ido, pero hubiera sido honesto, pues el que avisa no traiciona.


EN el cuarto acto, por fin ya veíamos Nabucco.

Y en cuanto a la música, bien en general todos, a la soprano Elena Pankratova le falló la voz en su aria y cavatina, cortó frases y rompió el legatto, y se quedó sin aire, alega que la altura de la ciudad de México no le permite estar plena, pero  es que canta todo el tiempo con demasiada fuerza, mucho mejor la mexicana Bertha Granados que cantó el mismo personaje y a quien vimos en el ensayo general. Genaro Sulvarán bien, pero le pesa la tesitura del personaje, no es un rol fácil el de Nabucco, se trata del primer barítono que representa el personaje de “el padre” y en esta linea escribirá Verdi célebres personajes como el Germont de Traviata o el Rigoletto, el Amonasro de Aida entre varios otros. Noé Colín cantó de maravilla, algo pasado de fuerza a ratos, como si se hubiera quedado en el canto del Barak que le impone Richard Strauss, a ratos muy fuerte, pero lo aguanta, faltó legatto verdiano, pero repito; Colín es un gran bajo. Nos sorprendió muy gratamente el tenor Carlos Arturo Galván. Al director concertador Niksa Bareza lo notamos ya cansado, “chambero” y que no aporta nada sobresaliente, hubieran invitado a Patrón de Rueda o a Lozano, de verdad ellos lo hacen mejor.

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