Debo advertirle al lector, que esta nota, como todas las del blog, está debidamente respaldada en mi archivo personal, por lo que si un día alguien atenta contra este espacio eliminándolo, no ganará nada, ya que puedo, sin ningún problema, recuperar los textos y volverlos a subir tan rápido como hubiesen desaparecido. Lo que aquí se publica se hace dentro del derecho de libertad de prensa y de expresión consagrados en la Constitución mexicana.
La
inminente llegada del candidato del PRI, Enrique Peña Nieto, a la presidencia
de la república significa en los hechos pésimas noticias para el conjunto del
país, incluida la cultura, donde el presidente de la cultura, como podría
llamársele en homenaje al presidente del empleo que en cuatro meses se quedará
sin el suyo, ya ha demostrado sus enciclopédicos conocimientos. Para el mundo
de la literatura tanto como para el de la música, su llegada al poder significa
lo peor que pudo haberles pasado a las comunidades de músicos y escritores. Regresa
el peor PRI imaginable: más marrullero, más corrupto, intolerante y discriminador
que nunca. Y con él las viejas formas de trato: el corporativismo y el influyentismo,
nunca del todo idos.
Esto significa, entre otras cosas, que a partir del
1° de diciembre tendremos una Gaviota en la presidencia de la república, y una Alondra
en la Sinfónica Nacional. Y este aparentamiento avícola en la vida política y cultural
del país será posible porque el viejo dinosaurio regresó, con todo su
repertorio de triquiñuelas, más vivo que nunca, supuestamente renovado. La posibilidad
de otro siglo de retroceso en la vida del país no es ya una amenaza: es una
triste realidad.
En este panorama, la alianza de Alondra de la
Parra con todo lo que simboliza el regreso maléfico del PRI puede considerarse
uno de los más ominosos signos del new
deal cultural que tendrá que padecer la comunidad musical. Sin duda alguna,
las palabras que escribí el 31 de agosto de 2010, con motivo de la aparición de
su disco Mi alma mexicana, adquieren
hoy un carácter que lamentablemente parecía profético, el cual finalmente se ha
cumplido:
Si en términos
conceptuales el disco es realmente desalentador (sólo hay que ver su lamentable
portada, que incluye ¡un balón de fútbol!, ¿por qué no de una vez el logo de
Televisa?), la dirección musical no se queda atrás. No contiene y no aporta
absolutamente nada nuevo. Disco rutinario a más no poder, no me produce más que
sopor y deseos de recuperar el tiempo invertido en escuchar semejante bodrio
(cierto, quien no sea mexicano agradecerá tal vez la oportunidad de escuchar
por primera vez estas obras, de emocionarse más allá del aspecto ideológico) y
lamentar que Alondra de la Parra haya perdido una oportunidad de oro para
apostar por un México nuevo, emergente, renovado, y verdaderamente cosmopolita,
en lugar de ofrecernos el retrato descolorido del país que su padre ayudó a
erigir, y que es el México del fracaso, de la corrupción, de las mentiras. No,
ella desea el aplauso de los amigos de su papá, y de todos aquellos influyentes
que sin ser músicos ni especialistas puedan ayudarla en su anhelado ascenso.
Todo ello en vez del aplauso y reconocimiento de los músicos serios, y por
supuesto de la nueva generación de músicos mexicanos que están por todo el
mundo. Triste es ver que miembros de la nueva generación mexicana no “aleguen”,
en el sentido original de la palabra, es decir, no aporten ni enriquezcan con
revolucionarias u originales visiones su propio momento histórico. Todo en pos
de la fama estéril.
En efecto, la alianza de Alondra de la Parra con
el pasado, con un pasado aborrecible que su familia ayudó a solidificar, llega
a su coronación en esta alianza estratégica con los representantes del peor México
posible: el de la corrupción, el del amiguismo, el del influyentismo, el de las
componendas en lo oscurito, el de la opacidad, el de la violencia, el de la
ignorancia, el de los tratos por encima de la ley, el del abuso, en la presencia
de su candidato electo: Enrique Peña Nieto.
Alondra de la Parra llegará a la OSN a través de
una serie de posicionamientos que le permitirán hacer de las suyas a lo grande,
y los oscuros tiempos que parecen avecinarse sobre esta agrupación musical no
son para envidiarse. No sólo se trata de un retroceso para las mujeres en
general ─se sabe que hay otras colegas suyas que llevan más tiempo dirigiendo
orquestas en el país, que conocen mejor a los músicos y que se han ganado el
respeto de sus colegas con esfuerzo, trabajo y dedicación─, tal como lo fue la patética
candidatura de Josefina Vázquez Mota para el finalmente derrotado Partido
Acción Nacional. No, también se trata del arribo de la arbitrariedad, de la
incompetencia y del capricho, rasgos ya conocidos de la directora de orquesta
mexicana.
Desde el capricho original de una muy joven
Alondra de la Parra hace muchos años, exigiéndole a su padre le comprara una
vida ─la que ahora tiene─, hasta los renovados antojos por imponer su
voluntad a la presidenta del Conaculta en el encuentro de mujeres mexicanas en
el siglo XXI, de triste memoria, tanto como a la directora del INBA, así como
sus berrinches ante su propia incapacidad como “directora orquestal” en los
diversos ensayos que tuvo al frente de la Sinfónica de Xalapa, así
como sus lágrimas y lloriqueos y su incapacidad comunicativa ante músicos a
quienes se supone debería de tratar como músicos dignos y no como niños de un
kindergarden, la vida entera de esta ya no tan joven “directora de orquesta” se
ha movido por apetencias inmediatas y anhelos personales, basados todos en la
tradición familiar de cumplirle hasta el último de sus caprichos, hallando
muchas veces incluso justificaciones entre quienes se ven afectados por su
errático comportamiento.
Esa es la pesadilla que parece avecinarse sobre
la Orquesta Sinfónica Nacional.
La cercanía de Alondra de la Parra con los dos
Enriques del estado de México, y en especial con el nuevo y flamante presidente
de la república, no es casual ni fruto del accidente. Se trata de una alianza
que le permitirá alcanzar el máximo podio de la república, pero acaso con los
mismos resultados que empieza a vivir su nuevo aliado y amigocho: el repudio
público incluso antes de que llegue a hacerse de la batuta general.
Las similitudes entre ambas figuras públicas son
más de las que se podrían imaginarse: ambas son el fruto de la construcción de
una imagen “impecable” por fuera para un producto que por dentro no ofrece casi
nada. Cabellos bien peinados y llenos de goma fijadora, movimientos estudiados
de lo que creen debe de ser su comportamiento en público, pero una palmaria
incapacidad expresiva para comunicar las “ideas” que pudiera pensarse tienen.
Adicionalmente, está la alianza con Televisa: uno será una más de las estrellas
del canal de las estrellas, la otra será parte de la campaña México suena.
La llegada del PRI a la presidencia de la
república es un hecho lamentable, y un día la Historia registrará a quienes
decidieron subirse al tren de la ignominia, sólo para cumplir anhelos y
caprichos infantiles, a costa de una comunidad que no es muy diferente a la
comunidad que hoy repudia públicamente a Peña Nieto. Seguramente veremos (re)aparecer
innúmeras sabandijas que saldrán de sus cuchitriles para aspirar a un cargo
público, para llevarse su tajada del pastel inmundo de la fiesta de celebración
del triunfo nunca llevada a cabo por el priísmo nacional ─acaso porque ellos
mismos saben que no hay nada qué celebrar.
Por lo pronto, tal vez a partir del 1° de diciembre no tendremos una
presidencia imperial, como en el pasado, ni un águila orgullosa en el escudo
nacional, hoy devorado por el dinosaurio, sino de una Gaviota en Palacio
Nacional, y una Alondra en el Palacio de Bellas Artes. Y tal vez, una Alondra no haga verano.
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