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lunes, 9 de julio de 2012

Una Gaviota en Palacio Nacional, y una Alondra en el Palacio de Bellas Artes


Debo advertirle al lector, que esta nota, como todas las del blog, está debidamente respaldada en mi archivo personal, por lo que si un día alguien atenta contra este espacio eliminándolo, no ganará nada, ya que puedo, sin ningún problema, recuperar los textos y volverlos a subir tan rápido como hubiesen desaparecido. Lo que aquí se publica se hace dentro del derecho de libertad de prensa y de expresión consagrados en la Constitución mexicana.


La inminente llegada del candidato del PRI, Enrique Peña Nieto, a la presidencia de la república significa en los hechos pésimas noticias para el conjunto del país, incluida la cultura, donde el presidente de la cultura, como podría llamársele en homenaje al presidente del empleo que en cuatro meses se quedará sin el suyo, ya ha demostrado sus enciclopédicos conocimientos. Para el mundo de la literatura tanto como para el de la música, su llegada al poder significa lo peor que pudo haberles pasado a las comunidades de músicos y escritores. Regresa el peor PRI imaginable: más marrullero, más corrupto, intolerante y discriminador que nunca. Y con él las viejas formas de trato: el corporativismo y el influyentismo, nunca del todo idos.
Esto significa, entre otras cosas, que a partir del 1° de diciembre tendremos una Gaviota en la presidencia de la república, y una Alondra en la Sinfónica Nacional. Y este aparentamiento avícola en la vida política y cultural del país será posible porque el viejo dinosaurio regresó, con todo su repertorio de triquiñuelas, más vivo que nunca, supuestamente renovado. La posibilidad de otro siglo de retroceso en la vida del país no es ya una amenaza: es una triste realidad.
En este panorama, la alianza de Alondra de la Parra con todo lo que simboliza el regreso maléfico del PRI puede considerarse uno de los más ominosos signos del new deal cultural que tendrá que padecer la comunidad musical. Sin duda alguna, las palabras que escribí el 31 de agosto de 2010, con motivo de la aparición de su disco Mi alma mexicana, adquieren hoy un carácter que lamentablemente parecía profético, el cual finalmente se ha cumplido:

Si en términos conceptuales el disco es realmente desalentador (sólo hay que ver su lamentable portada, que incluye ¡un balón de fútbol!, ¿por qué no de una vez el logo de Televisa?), la dirección musical no se queda atrás. No contiene y no aporta absolutamente nada nuevo. Disco rutinario a más no poder, no me produce más que sopor y deseos de recuperar el tiempo invertido en escuchar semejante bodrio (cierto, quien no sea mexicano agradecerá tal vez la oportunidad de escuchar por primera vez estas obras, de emocionarse más allá del aspecto ideológico) y lamentar que Alondra de la Parra haya perdido una oportunidad de oro para apostar por un México nuevo, emergente, renovado, y verdaderamente cosmopolita, en lugar de ofrecernos el retrato descolorido del país que su padre ayudó a erigir, y que es el México del fracaso, de la corrupción, de las mentiras. No, ella desea el aplauso de los amigos de su papá, y de todos aquellos influyentes que sin ser músicos ni especialistas puedan ayudarla en su anhelado ascenso. Todo ello en vez del aplauso y reconocimiento de los músicos serios, y por supuesto de la nueva generación de músicos mexicanos que están por todo el mundo. Triste es ver que miembros de la nueva generación mexicana no “aleguen”, en el sentido original de la palabra, es decir, no aporten ni enriquezcan con revolucionarias u originales visiones su propio momento histórico. Todo en pos de la fama estéril.

En efecto, la alianza de Alondra de la Parra con el pasado, con un pasado aborrecible que su familia ayudó a solidificar, llega a su coronación en esta alianza estratégica con los representantes del peor México posible: el de la corrupción, el del amiguismo, el del influyentismo, el de las componendas en lo oscurito, el de la opacidad, el de la violencia, el de la ignorancia, el de los tratos por encima de la ley, el del abuso, en la presencia de su candidato electo: Enrique Peña Nieto.
Alondra de la Parra llegará a la OSN a través de una serie de posicionamientos que le permitirán hacer de las suyas a lo grande, y los oscuros tiempos que parecen avecinarse sobre esta agrupación musical no son para envidiarse. No sólo se trata de un retroceso para las mujeres en general ─se sabe que hay otras colegas suyas que llevan más tiempo dirigiendo orquestas en el país, que conocen mejor a los músicos y que se han ganado el respeto de sus colegas con esfuerzo, trabajo y dedicación─, tal como lo fue la patética candidatura de Josefina Vázquez Mota para el finalmente derrotado Partido Acción Nacional. No, también se trata del arribo de la arbitrariedad, de la incompetencia y del capricho, rasgos ya conocidos de la directora de orquesta mexicana.
Desde el capricho original de una muy joven Alondra de la Parra hace muchos años, exigiéndole a su padre le comprara una vida ­­─la que ahora tiene─, hasta los renovados antojos por imponer su voluntad a la presidenta del Conaculta en el encuentro de mujeres mexicanas en el siglo XXI, de triste memoria, tanto como a la directora del INBA, así como sus berrinches ante su propia incapacidad como “directora orquestal” en los diversos ensayos que tuvo al frente de la Sinfónica de Xalapa, así como sus lágrimas y lloriqueos y su incapacidad comunicativa ante músicos a quienes se supone debería de tratar como músicos dignos y no como niños de un kindergarden, la vida entera de esta ya no tan joven “directora de orquesta” se ha movido por apetencias inmediatas y anhelos personales, basados todos en la tradición familiar de cumplirle hasta el último de sus caprichos, hallando muchas veces incluso justificaciones entre quienes se ven afectados por su errático comportamiento.
Esa es la pesadilla que parece avecinarse sobre la Orquesta Sinfónica Nacional.
La cercanía de Alondra de la Parra con los dos Enriques del estado de México, y en especial con el nuevo y flamante presidente de la república, no es casual ni fruto del accidente. Se trata de una alianza que le permitirá alcanzar el máximo podio de la república, pero acaso con los mismos resultados que empieza a vivir su nuevo aliado y amigocho: el repudio público incluso antes de que llegue a hacerse de la batuta general.
Las similitudes entre ambas figuras públicas son más de las que se podrían imaginarse: ambas son el fruto de la construcción de una imagen “impecable” por fuera para un producto que por dentro no ofrece casi nada. Cabellos bien peinados y llenos de goma fijadora, movimientos estudiados de lo que creen debe de ser su comportamiento en público, pero una palmaria incapacidad expresiva para comunicar las “ideas” que pudiera pensarse tienen. Adicionalmente, está la alianza con Televisa: uno será una más de las estrellas del canal de las estrellas, la otra será parte de la campaña México suena.
La llegada del PRI a la presidencia de la república es un hecho lamentable, y un día la Historia registrará a quienes decidieron subirse al tren de la ignominia, sólo para cumplir anhelos y caprichos infantiles, a costa de una comunidad que no es muy diferente a la comunidad que hoy repudia públicamente a Peña Nieto. Seguramente veremos (re)aparecer innúmeras sabandijas que saldrán de sus cuchitriles para aspirar a un cargo público, para llevarse su tajada del pastel inmundo de la fiesta de celebración del triunfo nunca llevada a cabo por el priísmo nacional ─acaso porque ellos mismos saben que no hay nada qué celebrar.
Por lo pronto, tal vez a partir del 1° de diciembre no tendremos una presidencia imperial, como en el pasado, ni un águila orgullosa en el escudo nacional, hoy devorado por el dinosaurio, sino de una Gaviota en Palacio Nacional, y una Alondra en el Palacio de Bellas Artes. Y tal vez, una Alondra no haga verano.

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