En
una nota firmada por Raúl Díaz, publicada por el semanario Proceso (#1882), en torno al estreno de la versión coreográfica
sobre El mesías de Handel, se puede
observar el inicio de una polémica que seguramente ya ha despertado la molestia
en buena parte de la comunidad vocal del país. En ella, Díaz da cuenta, de
manera chabacana y sin el menor asomo de análisis o inteligencia, del estreno
de esta obra. En la breve nota el autor no da la menor señal de ser un experto,
de tener algo que aportar en torno al posible conocimiento de la obra.
En
términos dancísticos, sus comentarios muestran su chabacanería y falta de seriedad:
“Afortunadamente [fue …] un montaje dancístico creado para el Royal Ballet of
Flanders en 1996 y que el domingo 18 estrenó en Bellas Artes nuestra Compañía
Nacional de Danza, que supo estar a la altura de las circunstancias”. Al final
de la nota vuelve a referirse a la pieza dancística con palabras más o menos
similares, dignas de un boletín de prensa oficioso: “un estreno digno de
festejo que viene a enriquecer el de por sí ya rico repertorio de nuestra
Compañía Nacional de Danza”. Para el interesado en asuntos dancísticos tales
comentarios, abiertamente ignorantes, no le dicen nada de qué fue lo que se vio
sobre el escenario. Seguramente Patricia Cardona tendría muchísimo más que
decir al respecto.
Pero
es en sus comentarios musicales donde se observa no sólo la misma chabacanería
periodística, sino la semilla de la polémica que viene. Al referirse al elenco
que cantó, dice lo siguiente: “el tenor Alan Pingarrón, a quien la gente
aplaude, independientemente de sus buenas o malas participaciones, por el hecho de ser ciego”. Así, de un
plumazo, Raúl Díaz introduce un comentario que nada dice de la efectividad o no
del tenor en la puesta en escena de la obra en cuestión. Con tan desafortunado,
por decir lo menos, comentario, Díaz se coloca en el ojo del huracán y muestra,
una vez más, no siendo el único que suele usar comentarios tan desafortunados,
sus limitadas capacidades ya no digamos analíticas en torno a la música, sino
simplemente informativas.
Su
torpe y superficial nota sólo da cuenta del elenco que participó en El mesías, y aprovecha el espacio para
recordarnos que se ha dedicado a festejar y aplaudir el trabajo de Xavier Ribes
“en más de una ocasión”, pero no dice nada más al respecto. Su superficial
comentario sobre el tenor mencionado seguramente hará historia en el mundillo
de la crítica musical, y probablemente le ganará un desprestigio que el autor
viene cultivando desde hace años.
Por
ello sería importante referirme a otro asunto que ya he mencionado varias veces
al referirme a la crítica musical. Más allá del aspecto “anecdótico” de la
nota, está el aspecto de qué se dice y para quién va dirigido. Muchos en el
medio musical esperan que quien escriba sobre estos temas sepa del tema. Y que
desde allí se hable con conocimiento de causa, y no con supina chabacanería.
Pero el asunto real es que, escriba un experto en canto o en danza, o en
materia musical sinfónica o instrumental, el resultado, en mi opinión, es el
mismo. Da igual si el redactor de la nota es Raúl Díaz o Lázaro Azar, o si es
Sergio Vela o Samuel Máynez, todo lo que sucede en el mundo de la música se
reduce a lo que uno ve al final del concierto: aplaudir o abuchear, con mayor o
menor sabiduría, a lo que se acaba de ver.
A
esa actividad se reduce el juicio que alguien emite sobre un espectáculo
musical: convertirse en un diminuto César que gira el dedo en aprobación o
desaprobación de lo que acaba de suceder sobre el escenario. Equivale a
felicitar a un grupo de niños en el Kindergarden por presentarnos un grupo de cubos
en un montón de arena ingeniosamente colocados. A eso se reduce la crítica musical,
sin importar qué tan brillante, sabio, conocedor sea o no quien escribe.
Por
su misma naturaleza escenográfica y ontológica, la música no admite diálogo ni
forma alguna de intercambio intelectual. Es un discurso que no admite otra
respuesta que la aceptación o el rechazo, el aplauso o el abucheo. Como discurso
unidireccional, es una actividad inmensamente arbitraria, y desmesuradamente
infantil, le duela a quien le duela. Imposible demostrar lo contrario. El mundo
de los adultos implica el auténtico diálogo, la aceptación de no tener que
estar de acuerdo en algo o en todo, del disenso, del intercambio de opiniones,
de ideas y de puntos de vista. El mundo del puer
aeternus, del niño eterno, es el mundo del capricho, del voluntarismo, del
todo o nada, del estás conmigo o estás contra mí. No hay forma auténtica de dialogar
con una sinfonía o una ópera: se le aplaude o no, punto. Así de arbitrario, así
de infantil es ese mundo. Y por supuesto, se está o no de acuerdo con lo aquí
dicho.
La
ofensa de Raúl Díaz hacia un tenor ciego es una grosería y una falta argumentativa
del tamaño de una catedral, pero es algo que sólo podría ocurrir en un mundo
como el de la música. A Jorge Luis Borges la gente se le entregaba en sus conferencias
públicas no porque fuera ciego, sino por su memoria y sabiduría, pero sobre
todo, porque siempre había la posibilidad de dialogar con él, sin importar si
el dialogante era un profesor universitario o un simple estudiante o un lector
de a pie.
Habría
que reflexionar sobre eso.
Buen texto de José Manuel Recillas. La verdad es que el susodicho Sr Díaz no critica y sí ofende ¿Qué pasó?
ResponderEliminarMaestro Recillas:
ResponderEliminarNo se si usted ha sido parte de una orquesta o ha estado en un escenario siendo parte de una experiencia musical, pero yo, además de haber estado en ambos lados, como intérprete y cómo publico, sí percibo una comunicación y una relación. Una comunicación que está más allá de las palabras, porque el lenguaje se "queda corto". La verdad no estoy de acuerdo ni en desacuerdo con usted, para mi es un hecho! Algo que vivo y siento, y que le llame infantil es un verdadero halago, pues los niños son los seres más auténticos que existen, los más espontáneos, pues no están condicionados! Muchas gracias por su texto!