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sábado, 1 de noviembre de 2014

Horacio Franco. Una gala de ópera barroca o Una aproximación a la problematización del campo musical mexicano

En el panorama musical actual mexicano (y con actual me refiero al último cuarto de siglo), pocos músicos han dado tanto a nuestro campo musical (para usar la terminología bourdieana, ajena al vocabulario de los musicólogos mexicanos, no se diga al de los inefables “críticos” y criticastros musicales de nuestro medio) como Horacio Franco. Con más de tres décadas de trabajo continuo profesional, y con una madurez adquirida digna de elogio, finalmente Horacio decidió concentrarse únicamente en aquello para lo cual se formó en los Países Bajos: la música barroca. El resultado es espectacular, y pone de relieve muchas cosas, no sólo del propio Franco y su compromiso con este duro oficio, sino también del medio que le rodea, tanto de músicos (y cantantes, como veremos más adelante) como de críticos.

Con esto quiero señalar algo que resulta patente en su más reciente concierto, un hecho insólito, al que la comunidad de criticastros y críticos pagados dieron la espalda (algo que, por supuesto, al propio Horacio no le debe quitar el sueño en lo más mínimo, y hace bien). Porque el pasado jueves 30 de octubre la Capella Barroca de México, fundada por Horacio hace ya 21 años, ofreció el segundo de cuatro conciertos en los que escuchamos la primera gala de ópera barroca en México, interpretada con instrumentos réplica de originales del periodo y un notable grupo de cantantes en su mayoría muy jóvenes.


https://www.youtube.com/watch?v=U1jRva5tzmw

El primer aspecto digno de aplauso es justamente el repertorio elegido, en un momento en que en todo el país se realizan galas de ópera con las mismas arias de óperas decimonónicas de todos los años, repetidas ad nauseam, y casi con los mismos y vomitivos cantantes de siempre, algunos de ellos ya en abierta decadencia. Aunado a esto, está la también evidente crisis de la ópera decimonónica así como la lenta, dolorosa y lamentable agonía de la Gran Era dorada de la ópera mexicana que se marchita y pudre en manos de Ramón Vargas. Frente a un panorama operístico de evidente falta de imaginación y desafíos, y frente a la visita reciente también de notables especialistas en interpretaciones historicistas como lo fueron John Eliot Gardiner, William Christie y Giovanni Antonini, la gala operística de Horacio Franco es una cachetada con guante blanco a los pericos babeantes de siempre y a los prejuiciosos que sólo aplauden como cliqueros baratos de teatros provinciales.

Como ocurrió con la práctica misma de la interpretación historicista, con unos muy jóvenes Nikolaus Harnoncourt, Gustav Leonhardt, André Rieu sr., y el recientemente fallecido Frans Brüggen, surgida de las cenizas de la Alemania de la posguerra pero que paulatinamente se expandió a otros países, como Francia, Bélgica, los Países Bajos, para llegar a Italia y finalmente a Rusia y España, Horacio no sólo abrevó de esa misma y, desde hace ya casi diez o más años, triunfante tradición interpretativa, sino que ha empezado a pasar la estafeta a muchos otros músicos jóvenes, que le acompañan y le han acompañado en otras ocasiones, diseminando una fructífera semilla.
Es importante señalar que justamente en esta elección de músicos es donde se encuentra el reto y desafío más grandes tomados por Horacio Franco, y en ella se encuentra tanto su fortaleza, como algunas debilidades, inherentes a la misma. Que elija jóvenes mexicanos es digno de encomio (en un país donde basta que llegue un españolete a diseminar chismes para que se cierren puertas debido a los obesos lengua-largas viperinos) en lugar de irse por la fácil de traer músicos extranjeros. Pero en ello está, también, parte de su debilidad. En algunos casos, especialmente en el que nos concierne, no siempre los resultados son los que un amante de la ópera barroca podría esperar, pues la educación vocal que se imparte en conservatorios y escuelas de música sólo considera como canto o digno de ser cantado eso que los operópatas y especialistas llaman bel canto. Ni siquiera el Lied alemán es considerado en estas instituciones “formativas”, y es curioso constatar cuántas veces tenores y sopranos cantan canciones cultas mexicanas como si fueran arias de Verdi o Puccini, por no mencionar el mero hecho de que no existen ciclos de canciones en Bellas Artes, algo que es más raro que la epidemia de ébola que azota a África en estos momentos.


Aquí es donde es necesario señalar justamente lo que se decía hace unos momentos. Si bien la elección de algunas voces podría considerarse no la más adecuada para el repertorio elegido por Horacio Franco, es justamente esa misma la que evidencia el problema del campo musical (Bourdieau), que estrecha en vez de ampliar las posibilidades de desarrollo de los futuros cantantes en nuestro país. La ópera barroca, igual que la música instrumental del periodo, es una especialización que los conservatorios y escuelas de música prácticamente ignoran, y los resultados son más que evidentes. 

Si la elección de estos muchos jóvenes para esta gala de ópera barroca pone de manifiesto asuntos educativos y de formación que deben ser corregidos, también evidencia algo de ese llamado campo, y que incluye, como nos ha demostrado Bourdieau, tanto a quienes lo hacen posible desde dentro (músicos e intérpretes) como desde fuera (público, críticos, gestores y promotores culturales, si los hubiera, y hasta los escasos productores de discos, sólo interesados en vender ejemplares afuera de la sala). No me ocuparé aquí de este problema en particular por rebasar el interés del asunto que nos concierne, con la promesa de ocuparme de éste más adelante.


La gala de ópera barroca que ofreció la Capella Barroca de México dirigida (y fundada) por Horacio Franco es una muestra de valentía ex cathedra y un ejemplo de imaginación y compromiso musical. El programa constó de una selección  de doce arias de óperas barrocas que abarcó tres estilos nacionales: el inglés, representado por Henry Purcell y Georg Frideric Handel, con una y seis arias respectivamente, el francés, representado por Jean-Philippe Rameau, con apenas dos arias, y el italiano, representado por Antonio Vivaldi, con tres arias y dos sinfonías u oberturas, una al inicio de cada mitad del programa.


Personalmente hubiera deseado un programa más equilibrado, con cuatro arias por estilo nacional, y dos oberturas contrastantes, una italiana y otra francesa. De hecho, el estilo italiano es el predominante, si se considera que de las seis arias de Handel, sólo la de Hercules corresponde a una ópera de su periodo inglés, pues las otras cinco están cantadas en italiano, de modo que realmente sólo hay dos arias específicamente inglesas y dos francesas, frente a una predominancia del estilo italiano. Esta observación es sólo mía, y expresa más mis expectativas que un defecto intrínseco en el programa, el cual me parece impecable, irreprochable.


Primera lección de arrojo. Contrastando con las galas de ópera que usualmente vemos en el país, donde estas se programan para el lucimiento de uno o dos solistas, y no más, en la de Franco presenciamos doce arias, con doce cantantes diversos, lo cual me parece una proeza y un acto de valentía supremo, pues, ¿cuál de nuestros belcantistas aceptaría cantar sólo una aria en una gala, con el ego que la mayoría se echa al talego? La gala que Horacio preparó no fue planeada para que brillaran los cantantes por encima de la música, como sucede en las galas tradicionales, sino que el canto estuvo, como sucede en la ópera barroca, al servicio de la música, y no a la inversa.


Esto no significa que no brillen los cantantes, ni que no haya arias endemoniadas, que harían palidecer a las de Verdi o Puccini, como el aria de bravura que cerró el programa, ni que no haya divas. Sabemos que Vivaldi y Handel tuvieron siempre en cuenta a las exigencias de sus divas; pero en ellos, como en casi todos los demás músicos de la época, la música es la más importante siempre.

Los doce solistas que eligió Horacio para esta gala fueron, en orden de aparición: para la primera mitad del programa, el bajo Daniel Cervantes, la soprano Denise de Ramery, el tenor Eduardo Díaz Cerón, el espléndido contratenor Javier Coronado, la soprano Nadia Ortega, el barítono Vladimir Rueda; para la segunda mitad, la mezzo Paola Gutiérrez Candia, el tenor Emilio Gutiérrez, la soprano Nayelli Acevedo, la mezzo Nurani Huet, la soprano Katia Reyes, y la mezzosoprano Guillermina Gallardo.


En general, los solistas masculinos de la primera mitad del programa brillaron conm mayor luz que las voces femeninas; el contratenor Javier Coronado, quien se llevó la noche con “Sol da te mio dolce amore” de Orlando furioso, de Vivaldi, el tenor Eduardo Díaz Cerón, con “Pregi son d’un alma grande”, de Alessandro, de Handel, y el barítono Vladimir Rueda, con “Del minacciar del vento” de Ottone, de Handel, mostraron una prestancia y calidad sobresaliente. El caso del bajo Daniel Cervantes, con “Arise, ye subterranean winds”, de The Tempest, de Henry Purcell sobre textos de William Shakespeare, pese a su pundonor y entrega, dejó entrever todo el tiempo su formación belcantista, y lo difícilmente endemoniado de este repertorio. No diría que estuvo a la altura de los mencionados, pero logró sacar avante la difícil labor de interpretar su parte. La soprano Denise de Ramery, con gran dignidad y empeño logró sacar a flote la difícil y peligrosa aria “Ah, think what ills”, de Hercules, de Handel, la única aria en inglés de la noche. La soprano Nadia Ortega con “L’amour est le dieu de la paix”, de Anacrèon, de Rameau, se vio en serias dificultades con esta aria. Sin duda el estilo francés barroco de cantar es complejo y sumamente distinto del estilo italiano. Es el resultado de ese desarrollo y oposición a la predominancia del estilo italiano que los orgullosos franceses y nobles dieron en aquella época, y que quedaría interrumpido por la Revolución  francesa. Logró sacar a flote una muy complicada parte, colindante con el desastre.


Para la segunda mitad, la mezzosoprano Paola Gutiérrez Candia interpretó la demandante y virtuosa aria “Al lampo dell’armi”, de Giulio Cesare, de Handel, una de sus mejores óperas y una de sus más conocidas y hermosas arias, cantada por mezzosopranos y contratenores, y que habría sido interesante escucharla de las dos formas, en una suerte de bis al final del concierto, alternando uno y otro. Magnífica mezzo, con gran soltura y presencia, nos ofreció una de las mejores arias de la noche. El muy joven tenor Emilio Gutiérrez interpretó la endiablada aria “D’instabile fortuna”, de Rinaldo, de Handel, con gran prestancia y solvencia líricas, un verdadero tour de force para cualquier tenor. La especialista en Monteverdi, Nayelli Acevedo, se enfrentó a una complicadísima aria como “Aux langueur d’Apolon”, de Platée, de Rameau, una pieza llena de matices y contrastes que la soprano pudo sortear con temeraria habilidad. Por su parte, la mezzosoprano Nurani Huet interpretó con soltura “Nel profondo cieco mondo”, de Orlando furioso, de Vivaldi, una vistosa y complicada aria que se mueve sobre el registro bajo todo el tiempo. La soprano Katia Reyes se lució con una de las más bellas y dramáticas arias de la noche, “Ah, mio cor! Schernito sei”, de Alcina, de Handel, una de mis óperas favoritas salidas de su brillantísima inspiración. Y finalmente, para concluir la gala, la mezzosoprano Guillermina Gallardo se llevó la noche con la conocida aria di bravura “Agitata da tue venti”, de Griselda, de Vivaldi.

La apuesta en su mayoría por voces jóvenes hecha por Horacio Franco para esta gala constituye uno de sus mayores logros pero también de sus debilidades, y esto porque no todos los cantantes son especialistas en este repertorio y estilo de canto, ni todas las voces están en madurez plena; sin embargo, es un logro gigantesco, ya lo mencioné, que Horacio haya reunido a un solista por cada aria, algo en verdad inusual, pues podemos decir que nos ofreció, él sí, un catálogo de voces en activo que pueden afrontar este difícil repertorio, algo que no ha hecho la malhadada Administración de la Ópera de Bellas Artes con sus pomposas audiciones para cantantes y su lamentable Estudio de Ópera, en donde no hay un solo tenor ni para levantar los papeles del baño.

https://www.youtube.com/watch?v=41JsiPZB2Q0

Horacio Franco, de esta manera, nos ofreció un repertorio inusual, con una gran variedad de voces y registros, unas más maduras y con más experiencia que otras, y en ese envite, en ese riesgo está, es cierto, una parte de su debilidad, pero también su mayor logro: apostar por voces jóvenes, lo mismo que por sus músicos, un notable grupo de jóvenes que un día serán nuestro orgullo y ampliarán nuestro horizonte musical.

Quizá también sea de agradecer, aunque eso sea una ventaja no contemplada in principio por Horacio Franco, que no hayan acudido ni el trío de pericos babeantes de la ópera lírica conducidos por el autodenominado líder de los operópatas, ni ningún funcionario de la OBA ni sus oficiosos criticastros, ni mucho menos los azalariados críticos de siempre.

Como sea, Horacio Franco nos ofreció la gala operística del año, mostrando su capacidad y talento, su generosidad con el público y con la juventud cantora e interpretativa de nuestro país, y nos lleva a aplaudir su compromiso y dedicación, con la certeza de que siempre será mejor arriesgarse y ofrecerlo todo, que subirse al tren de la mediocridad y el arribismo. ¡Enhorabuena a Horacio y sus músicos!