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jueves, 14 de junio de 2012

Nabucco... en voz de la comunidad musical

A propósito de la nota que escribí respecto de la puesta en escena de Nabucco en el Palacio de Bellas Artes, y la amable respuesta de algunos lectores, tal vez sea conveniente que tomen nota de lo que han dicho a propósito de ésta algunos miembros de la comunidad artística, es decir cantantes profesionales que han actuado en Bellas Artes y que también vieron la puesta en escena, con el fin de que se percaten que mi opinión, si bien minoritaria, coincide puntualmente con la de aquellos que están de acuerdo con mis juicios sobre la puesta en escena, y cuyas voces podrían considerarse incluso más autorizadas que la mía misma en virtud de ser ellos quienes tienen que padecer o disfrutar de estas puestas en escena, y porque ellos son profesionales del canto y de la escena, quienes, mejor incluso que un servidor, hacen posible el deleite auditivo de estas puestas en escena. Ojalá quienes me rebaten y critican, les rebatan a ellos y les critiquen, o reconsideren sus opiniones. De cualquier manera, el derecho a disentir es parte de la actitud en esta página, igual que en otras de mi propia autoría. Sólo que, como se podrá observar, mi actitud disidente parece ubicarse del lado de los propios protagonistas de la puesta en escena. La opinión mayoritaria, manifestada en el teatro de Bellas Artes, parece hallarse en otro sitio, ajena al sentir de los propios cantantes. Que cada quien saque sus conclusiones.

Queridos todos, estas atrocidades se permiten, porque los artistas (ya de inicio) lo permitimos (bueno, yo no, por eso sigo vetada en el Palacio), si de verdad esto es ofensivo ¿por qué nosotros, quienes somos lo que sacamos la cara ante el público, no ponemos un alto a esta masacre artística? El mayor daño es lo que generacionalmente se está desrrollando, porque a nuestras nuevas generaciones simplemente se les han quitado todas las oportunidades de hacer una carrera en un arte otrora llevado con dignidad y amor, actualmente es un asco ¡verdaderamente un asco! Eso no es Ópera, son actos repugnantes y ofensivos, barbáricos y destructivos.

El verdadero problema es que el "permisivismo" se sigue ejerciendo y vamos de peor a "más peor", pues como he leído algunas líneas atrás, que el shock fue inicial, ya después hasta bonito lo deben haber visto; da igual, aquí en México nada importa, nada pasa, todo se nos resbala. Así es que si te comes la basura que te dan, pues ya después hasta sabrosa te sabe, es decir ¿para qué nos quejamos entonces? todo está MUUUUY BIEN. Destruído el Palacio ¿podrá sobrevivir el reino?

No encuentro nada positivo en esto, de hecho me parece vislumbrar la razón que hace tiempo he buscado del por qué manosear de manera tan vil a tan bella dama como lo es la Ópera; desde mi óptica puedo observar que hay un plan para acabarla de destruir, porque de ninguna manera esta foto me dice que haya nada rescatable en lo que está produciendo el Palacio de las Bellas Artes con la Compañía Nacional de Ópera, porque este recinto es la máxima casa del Arte en todo México, y esto bien podría ser un intento (muy malo, por cierto) de teatro experimental (que no ópera). El daño más grave está llegando al fín, porque los jóvenes al no haber podido tener acceso a la verdadera ópera, ya no tienen punto de comparación. No creo que las autoridades sean tan estúpidas de no advertir que la ópera de seguir así, está en vías de la total extinción; mas bien cada vez confirmo más que son personas con muy mala actitud ante su trabajo, dinero mal empleado en tiempos de peligro social y económico.

A ver si me explico: Una cosa es una puesta en escena tradicional y otra podría ser vanguardista, pero otra cosa son las porquerías y esto es una porquería.

Yo pertenecí al Coro de la Ópera en mis inicios, en el año 79 u 80, tuve el privilegio de trabajar con gente y artistas maravillosos, gente que amaba su quehacer artístico y que dedicaba su vida y esfuerzo en ello. Al paso de los años he visto corromperse a tanta gente, que ya poco me extraña (y no hablo de los compañeros del Coro de la Ópera ni de nadie en específico, cada quién sabe su cada cuál) pero la cuestión es que no se hace ópera ni se hace arte haciendo como que haces. Humberto, me parece que eres bastante joven y observo que eres un chico muy positivo y educado, gracias por ser así, pero que quizá no tienes la óptica aún para apreciar el terrible fondo del tema que se trata en este espacio, esto viniendo de ti es alarmante porque es precisamente el resultado de un daño irreversible y mortal para el Arte de México. Algún día lo entenderás. Recuerdo una comparación acerca de cierto caballero que queriendo quedar bien con una dama de paladar exigente, solicitó caviar y champange en un fino restaurante, el mesero les sirvió frijoles negros y pulque, ambos los comieron, una por educada y el otro por ignorante, al final el caballero pagó agradecido y satisfecho el precio que correspondía al caviar y la champange ¡y hasta propina dejó!
Caridad Acosta

Caridad: Acuérdate que vivimos en un país de impunidad, aquí no pasa nada, ni nadie va a llamar a cuenta a los culpables de este horror, simplemente carpetazo y otra cosa, y ¿sabes porqué? Porque se hacen de la vista gorda el coro, la orquesta, los delegados sindicales, las autoridades del INBA y sobre todo el público que aplaudió contento. Todos ellos le están dando su visto bueno a este asunto. Imagina que tú vas a un restorán italiano y pides spaghetti a la boloñesa, y te llevan algo que ni es spaghetti ni tiene salsa boloñesa, pero no dices nada, te lo comes gustosa, y además felicitas al chef, le das propina y pagas gustosa. Estás propiciando que le hagan ese mismo engaño a otro cliente. Yo hubiera protestado (y lo he hecho) "Señores, esto ni es spaghetti ni es salsa boloñesa, no lo quiero, llévenselo". Tenemos derecho de exigir que se nos dé lo prometido y no otra cosa. Si no reclamamos, repito, somos cómplices, y propiciamos la impunidad.
Mauricio Rábago Palafox

Se debe aprender de esta experiencia para no repetir algunas cosas... a mí la puesta en escena no me convenció ¡y yo sé de varios integrantes del coro que no estaban de acuerdo con esta puesta...! pero ante todo son profesionales y buscan hacer su trabajo lo mejor posible, cosa que a mi muy humilde opinión, consiguieron..., una cosa  esque consideres la puesta en escena un "horror" y otra muy distinta que vayas ya directo contra los colegas cuando bien sabemos que ellos no participan en las decisiones... por otro lado yo sí soy muy cercano a lo tradicional y lo ortodoxo, así me educaron mis maestros... pero creo también debemos ver esto con un poco de actitud positiva...
Humberto Ross

Que tristeza que quienes manejan y producen la ópera en Mexico lo hacen en detrimento de su calidad, sucediendo todo lo contrario con sus cantantes, que cada vez acumulan un sin fin de éxitos en varios escenarios del mundo, incluyendo las mejores casas de ópera, con esa calidad excelsa que los caracteriza.....
Néstor Enrique Jiménez Guinto 

En efecto, nada positivo hay en ver "algo bueno" donde no lo hay. Mi estimado Humberto Ross, estás tan habituado a la mediocridad que estás acostumbrándote a su miseria. Debido al empoderamiento del incompetente, todo bajo su dominio es un imperio de transigencias con el error, la mentira, el fraude. La calidad y la excelencia son conceptos contrarios a las metas de la política cultural populista, cuantitativa y obscena que nos ofrece el Estado mexicano. La máxima casa de la lírica nacional empieza a desmoronarse. No es algo fortuito sino todo lo contrario. A la ópera le han dado ya su sentencia de muerte, por lo menos en el ámbito oficial. El arte es una actividad peligrosa en donde lo que se persigue es una sociedad inpensante, dócil, miserable.

Donde ya no existe dignidad artística es porque la moral de sus actores ha sucumbido ante el temor de perder sus mas básicos principios y en donde la existencia depende de satisfacer las primeras necesidades.

Todos desarrollamos una "ceguera" de aquellas cosas o situaciones que nos molestan pero que, imposibilitados de cambiarlas, terminamos por "no verlas" y decir que "esta bien". Nadie niega lo bueno, pero quien no repara en el error, está condenado a sufrirlo sin remedio. Un Nabucco que solo conserva de su argumento original la letra sin sentido y el nombre que hace referencia al mismo, no merece ser visto con un "pero está bonito". De esto hace referencia Mauricio Rábago Palafox.
Héctor Augusto Arizmendi Ruiz

martes, 12 de junio de 2012

"NABUCCO" de Verdi en Bellas Artes 2012.


VERDI ESTRENA “NABUCCO”.
Por Manuel Yrízar.

En el escenario del teatro de Bellas Artes se alza el telón y lo primero que vemos aparecer es al mismísimo Giuseppe Verdi sentado ante una mesa escribiendo en unos papeles y dirigiendo mentalmente la orquesta que suena en su cerebro prodigioso. Empieza a dirigir la música que brota de su mente genial cuando en el foso escuchamos la obertura que estrenara en el “Teatro alla Scala de Milano” hace 170 años precisamente el 9 de marzo de 1842 como nos anuncia un letrero allá arriba donde leeremos la traducción del libreto de Temistocle Solera basado en el Antiguo Testamento bíblico y en el drama “Nabuchodonosor” (1836) de los franceses Francis Cornue y Anicète Burgeois. Desde esta escena inicial vamos a presenciar, de manera paralela, la representación completa de la ópera ambientada en la época del siglo XIX cuando Italia aún no existía como nación unida sino que estaba dividida y sometida a la potencia extranjera que los invadió: los austriacos.
A ese palacete donde empezaran los ensayos de la nueva obra de este joven compositor de 29 años llegan otros jóvenes como él que participan en revueltas populares con la intención de pelear para deshacerse de ese yugo que los oprime.

La propuesta del director de escena de esta reposición del primer gran triunfo de quien llegará a ser el más importante operista italiano de su tiempo consiste en llevar a feliz término una doble tarea que lleva aparejada problemas estructurales serios por resolver. Lograr una propuesta coherente que sepa entreverar historias diversas y al mismo tiempo representar, de una manera lógica, la obra teatral y musical, de manera que el público disfrute de una representación que lo satisfaga.
La discusión de las puestas en escena de obras tradicionales del repertorio operático aún continúa pues hay quienes quisieran que se respetara absolutamente todo lo que “literalmente” ocurre en la obra teatral. Algunas historias actualmente son adaptadas a nuestro tiempo pues las situaciones que en ellas se narran pueden ocurrir también hoy y en estos días. Juan Ibáñez, director cinematográfico y teatral llamaba a quienes querían que nada cambiara en las representaciones “Operópatas” y de gustos “arqueológicos”. Lo primero porque oían la ópera con “las patas” y lo segundo porque respingaban con cualquier novedad. Algunos distraídos no se percatan que, el mismo Verdi lo decía, volver al pasado será nuevo hoy. A mi en lo personal me gustó muchísimo la puesta en escena. Me pareció un sentido homenaje al gran Verdi y su lucha por la unificación italiana donde es el propio creador la figura principal y más importante sobre el escenario. Ya se cumplirán el próximo 200 años, otro Bicentenario, en 2013, del nacimiento de quizás dos de los máximos colosos del género del drama musical que nacieron ambos en el año de 1813: Verdi y el alemán Ricardo Wagner, revolucionarios.

Para un amante de esta ópera desde que la vi en ese mismo teatro en 1967, a los 19 años, con la soprano griega Elena Suliotis, el barítono Peter Glossop, Joshua Hecht, bajo, Rubén Dominguez, tenor y otros más. La batuta de Luis Herrera de la Fuente y la dirección de escena de Renzo Frusca. Para quienes como yo ya habíamos escuchado esta ópera en los LPs negros con la misma cantante y Tito Gobbi, era casi de no poder creerse que los viéramos en vivo y tuviéramos la oportunidad de  convivir con la cantante a quien invitamos a la casa de una de las compañeras de la Escuela de Música, la soprano Graciela Castellanos, donde compartimos con ella maravillosos momentos inolvidables. Dos años después, en 1969, volvimos a asistir a “Nabucco” con los mismos directores Herrera y Frusca con Aldo Protti y la soprano española Ángeles Gulín, quizá la voz más poderosa, potente y sonora que haya escuchado jamás, y el tenor mexicano David Portilla, de quién se presentará su CD de Homenaje el próximo miércoles 13 de junio. El escandalazo que se produjo cuando aparecieron unos soldados nazis sobre unas montañas al cantarse el coro de los esclavos judíos fue de antología y aún lo recuerdo. Yo estaba con Renzo Frusca “BACSTAGE” ( nombre de una nueva novela que recomiendo al 100% de José Noé Mercado) y el italiano de origen judío se carcajeaba pues había logrado lo que se proponía. En 1978 volvimos a escucharla con la gran soprano Ghena Dimítrova, una de sus más grandes intérpretes, Stoyan Popov, Rogelio Vargas, y mis queridísimos amigos Ignacio Clapés y Estrella Ramírez con quienes vocalizaba en Mascarones con el maestro Enrique Jaso, de inolvidable memoria. Todavía lo vimos la última vez que se presentó en 1994 con Luis Girón, Linda Roark, un bajo chino llamado Don Jian Gong, entre otros. He tenido la suerte de verlos todos. Y ahora vuelvo a adentrarme en esa obra consentida con verdadero deleite. He revivido dichoso todos estos recuerdos entrañables y he gozado de cada nota y cada acción con genuina emoción.  Otro “NABUCCO” me fue concedido.

Y ver a Giuseppe Verdi en el escenario viendo nacer su obra triunfal primigenia me emocionó hondamente. También pude ver en la escena como va naciendo una ópera en los ensayos, con los hombres de la tramoya, los utileros, las costureras, las maquillistas, el director del coro y el de escena, todos los cantantes que le dieron vida por primera vez, incluido el gran barítono Giorgio Ronconi en el rol protagónico y la soprano Giuseppina Strepponi que llegará a ser la esposa de Verdi. Allí Verdi disfruta y sufre el nacimiento de su obra, se emociona con los intérpretes, ayuda y da sugerencias a la soprano, besa su mano, se acerca a ella, va naciendo entre ellos la llama del amor y la amistad que los unirá para siempre. Mientras los austriacos reprimen al pueblo, lo persigue, lo mata. Entre los ensayos se esta escribiendo a la par otra historia, la de la futura unificación italiana que llegara muchos años después. Personal visión la mía rica en antecedentes de esta obra tan querida. La convivencia con los artistas, como lo hice en mi juventud primera, me permiten aplaudir con el mismo entusiasmo en esta renovada segunda juventud. Una puesta original que rinde tributo a quien más lo merece: el propio compositor.
¡VIVA VERDI ¡

México D.F. a 12 de junio de 2012.

lunes, 11 de junio de 2012

¿Nabucco? en Bellas Artes

El pasado domingo 10 de junio acudimos al Palacio de Bellas Artes para ver la puesta en escena de Nabucco, de Giuseppe Verdi. Eso dice el programa de mano que acompaña la representación. Eso dicen los anuncios en las secciones culturales de los diversos diarios, así como la cartelera correspondiente al mes de junio por el INBA. Y esperábamos ver Nabucco, de Giuseppe Verdi. Pero pocas veces una reseña de un concierto debe ajustarse a lo que se vio en escena, y dejar de lado los muchos aspectos de los cuales debería ocuparse, incluyendo, en este caso, una del todo rutinaria dirección orquestal, acorde a la venerable edad, suponemos, de Niksa Bareza, lo que nos lleva a pensar, ¿para qué invitar a un anciano extranjero, con todo su cansancio, a dirigir una orquesta mexicana si con menos dinero y tal vez con mejores resultados podría dirigirla un mexicano, por el mismo precio o más barato?

Pero como en aquella película de Jim Carrey, el desastre estaba a punto de hacerse presente. De las muchas libertades que los directores escénicos se toman, la de esta representación debe de ser la más lamentable, por decir lo menos, que haya visto en toda mi vida. O la peor, para ser justos. Como cualquier villamelón sabe, Nabucco transcurre en la antigua Babilonia, de modo que uno espera ver los palacios del emperador asirio y las humildes casas de los judíos caídos en desgracia y finalmente liberados. Pero eso no ocurre ¡sino hasta el cuarto acto! Quien no haya asistido a la función de apertura de este domingo pasado se preguntará, “entonces, ¿qué diablos pasa en los tres actos previos?” Y eso es exactamente lo que uno se pregunta.

Primer asunto, no veo cómo pueda alguien justificar que el director de escena haga, literalmente, lo que se le dé la gana, si a los músicos no se les permite. Si un aria fue escrita para tenor, y tiene una letra específica, el tenor no pude sustituirla y cantar lo que le venga en gana: un tango, rap, una canción de Lady Caca. Simplemente no puede. Para eso sirve la partitura, por un lado, y el libreto, por el otro. Por supuesto, en incontables ocasiones vemos que el director de escena se toma la libertad de “modernizar” el libreto, y en Nabucco eso podría hacerse en una gran variedad de modos: judíos prisioneros en un campo de concentración nazi, una metaforización entre empresas dominantes y consumidores, o entre dos naciones, aun cuando en este último caso algunos aspectos narrativos tal vez se diluirían.

Un antecedente de estas libertades que se toman los directores escénicos fue la última representación del Don Juan Tenorio, efectuada hace ya algunos años en el mismo Palacio de Bellas Artes, puesta en escena que cambió el recitado en español en verso por un “hablado” más contemporáneo, y escenas “modernizadas”, como la escena del panteón trasladada a una morgue; pero sobre todo, la absurda inclusión del fusilamiento de Maximiliano y el respectivo encuentro con Juárez. Todo ello, como una suerte de contrapunto histórico que buscaba resaltar los hechos de la época en que fue creada la obra, además de la obra, no en su lugar.

Lo visto en el Palacio de Bellas Artes fue exactamente eso, una puesta en escena que retrata hechos históricos reales, pero que no corresponden a lo establecido por el libreto. Eso es válido siempre y cuando haya aviso de por medio. Pero no lo hay, por ningún lugar. Uno se queda pasmado al ver unas escaleras y a un grupo de italianos muy elegantemente vestidos, yendo de aquí para allá, muy agitados, como salidos de El Padrino, y uno se pregunta en qué momento aparecerán las ametralladoras, mientras inexplicablemente todos cantan los consabidos coros de Nabucco, con alusiones a los judíos. Instantes después, los mimos que antes cantaron maldiciones contra los judíos, ahora cantan advertencias hechas por éstos, pero todos visten igual. Cantan y van de aquí para allá, y hablan del templo, de los dioses y de Dios, pero en escena uno ve otra cosa, y dado el carácter visual de un espectáculo como este, es la narrativa escenográfica lo que más compacta la atención del espectador, y por tanto lo que hace más confuso seguir “la trama”, cualquiera que esta sea.

Es cuando acaba el primer acto cuando me informan que en realidad lo que estamos viendo se supone es una versión de los hechos reales que condujeron al estreno del Nabucco, en octubre de 1842, en donde se retratan los preparativos y ensayos de la obra así como el contexto histórico del nacionalismo italiano de la época y los conflictos con el Imperio austriaco ─para esa época todavía no era austrohúngaro. Entonces resulta claro, en toda esta confusión, que uno de los personajes silentes ─y sin crédito escenográfico ni en el programa de mano─ es el mismo Giuseppe Verdi. Y uno se pregunta, en total ingenuidad: ¿Qué los ensayos de una ópera no se realizan adentro del teatro, en lugar del vestíbulo? Desconozco si la descripción escenográfica corresponda a la realidad histórica, pero a final de cuentas eso ya no importa, porque en realidad nada importa entonces.

Así transcurren tres actos, salidos como de una pesadilla, con pasajes cargados de humorismo involuntario, como cuando un sacerdote ─suponemos que lo es, aunque ni por el vestuario ni escénicamente nada parezca indicarlo─ le habla a su hija, pero esta no se encuentra en el escenario, y uno se pregunta, ¿a quién le habla? O como cuando alguien habla de destruir el templo maldito de los babilonios y derriban cuatro mesitas plegables. ¿Para derribarlas era necesaria la presencia del dios de los judíos? Cualquiera, de una patada, las habría derribado sin mayor esfuerzo. Y así transcurren diálogos, pleitos, unos les dicen a otros sepa la bola qué, y nadie entiende, escénicamente hablando, qué diablos está pasando, por qué dicen tal o cual cosa. Y nada importa ya. Las arias o duetos, que usualmente son para el lucimiento de los cantantes principales, son interrumpidos escénicamente por cualquier cantidad de cosas que distraen al espectador, al grado en que en varias ocasiones es más importante lo que sucede atrás o en torno a estos que el aria misma.

Al final de uno de los actos, ¿el segundo o el tercero? entra en escena un personaje al que han matado. Lo llevan en una camilla, y uno se pregunta, ¿y éste cuándo se murió? ¿Quién era? ¿Quiénes lo mataron? Mi acompañante me dice: “Fueron los austriacos que se lo llevaron hace unos momentos, ¿no te acuerdas?” Y de repente recuerdo que, en efecto, unos cinco minutos antes unos austriacos se lo habían llevado, pero como uno no sabe qué está ocurriendo, ni hacia dónde se dirige la acción, uno asume que no tiene importancia si se lo llevan los austriacos o si hubiera sido raptado por una tribu de caníbales vegetarianos. Para esas alturas del partido, ya nadie sigue la trama de lo que sucede en escena, y a nadie parece importarle. Podría suceder cualquier cosa, como que aparezca una pancarta con loas al rey Vittorio Emanuele. Igual podrían haber aparecido los personajes del Chavo animado, que se presentan en el Teatro Blanquita, a unas cuadras de allí, o Gabriel Quadri borracho, y a nadie le habría extrañado. ¿Quién habría protestado?

Cuando finalmente, en el cuarto acto, el silente Giuseppe Verdi sube las escaleras del ficticio teatro donde se escenificará su Nabucco, uno ya ni siquiera se pregunta ¿Qué verá este ficticio Verdi de petatiux, la misma porquería que estamos viendo nosotros? Finalmente aparece la escenografía de un templo babilonio, pero para ese momento ya no importa. Lo que uno quiere es que la pesadilla acabe.

El "genio creador" de la pesadilla llamada Nabucco
¿Cantaron bien los cantantes? ¿El coro o la orquesta hicieron bien su trabajo? La respuesta es la misma: ¡a quién le importa! Probablemente ni a ellos. A la salida uno se topa con algunos de los miembros del elenco, y comprueba que así es. Pero lo peor es la respuesta del público asistente. No sólo aplauden semejante cagada escénica, sino que ovacionan con sonoros “¡Bravo!” al creador de semejante atropello, un genio llamado Luis Miguel Lombana, a quien sólo tres personas en todo el teatro abucheamos. Es vergonzoso que el público asistente a estas representaciones acepte, literalmente, cualquier ocurrencia, cualquier baratija, cualquier deyección que se le ofrezca, y encima la aplauda y la ovacione. Pero si el público asistente es tan idiota, pues eso y más merece, que lo estafen a toda hora y encima diga “muchas gracias, no se hubiera molestado”. Uno esperaría del “culto público” mexicano una actitud madura, crítica, informada, y no una de total sumisión e incultura, indigna de personas que se dicen “cultas”.

Pero no tiene la culpa el indio… decía el clásico. ¿Dónde está el gerente del teatro? ¿Dónde algún responsable que dé cuenta de lo sucedido y por suceder en las tres funciones siguientes? Porque no hay forma de justificar semejante atropello, así se haya estudiado en Londres, o en la academia Pato de música, crítica musical o taller de palitos y bolitas III. No hay forma de aplaudir una puesta en escena que dice es una obra, escrita por un autor, y de repente se presente otra, sin relación alguna con lo que uno escucha, escrita y planeada por otro autor. En el menor de los casos, es una arbitrariedad. En su justa dimensión, es una falta de respeto a los autores de la obra, y es el equivalente posmoderno a ponerle brassiere a las bailarinas autóctonas de algún país africano que visitaron Bellas Artes hace más de medio siglo, o cubrir la desnudez de la Diana cazadora de Reforma en tiempos de Uruchurtu. ¿Podría alguien, que no sea un cretino, justificar tales despropósitos del pasado?

Lo que se representó en Bellas Artes no fue Nabucco, sino una ficción ─¿o será micción?─ elaborada por, suponemos, Luis Miguel Lombana, quien creó una obra que tal vez nadie habría ido a ver si la pone con su nombre en algún teatro del INBA, así que decidió recetársela al público villamelón que acude a la temporada de ópera de Bellas Artes, sabedor que se tragan lo que les den, así sea una mierda. Y habrá que decirlo con toda justicia, se ve más seriedad y crítica entre los aficionados al fútbol, que abuchearon a la selección mexicana el viernes en el Estadio Azteca por su pobre desempeño ante la potencia futbolística de Guyana, que entre el “culto público” melómano que se tragó sin chistar semejante mamotreto.