BICENTENARIO DE RICARDO WAGNER. 22 DE MAYO DE 2013.
A los 19 años ya estaba totalmente inoculado en mi el virus wagneriano. Desde que me topara de frente con su música espectacular e inabarcable, envolvente y mágica, hipnotizante y enervante, escuchando un disco de mi papá de la colección llamada "La mejor música del mundo" de un álbum de LPs que aun conservo, decidí, ingenuidad cándida de adolescente, que debía escuchar toda la música que había compuesto ese embaucador de emociones. Fue la obertura de "TANNHAUSER" con la música de Venusberg la que me sedujo de golpe. Nunca había escuchado nada semejante. Ni siquiera algo parecido o cercano a ese sonido arrasador y emotivo. Emocionante y adictivo te envolvía en oleadas marinas o terremotos disfrutables. Era gozo y placer, si, pero también angustia y misterio. Wagner me ponía en órbita. Alucinante estado de recreación adictiva. Una droga, nunca he probado ninguna, era lo que esa música lograba producir en mi. Tendría entonces 15 o 16 años. Esa edad en que el niño crece y se acerca al hombre pleno todavía atisbado y lejano.
Terminada ya la preparatoria lasallista en 1966 ese año entre a estudiar la profesión de abogado en le Escuela Libre de Derecho ubicada en la calle de Basilio Badillo en pleno centro de la ciudad. La Alameda central, la Avenida Juárez. Como los horarios de clases, a las primeras horas de la mañana y las postreras de la tarde-noche nos dejaban casi todo el día libre yo aprovechaba el tiempo sobrante no para estudiar mis materias jurídicas sino para recorrer el centro de la ciudad entonces todavía fácilmente transitable a pie. Con transito moderado, sin ejes viales ni Metro. La ciudad era maravillosa y repleta de misterios y enigmas fascinantes. A pie podía recorrerse toda sin peligros ni limitaciones. O en rutas de camiones que te llevaban rápido a todas partes. De la ELD nos íbamos al viejo edificio de Mascarones de la UNAM a vocalizar con el maestro de canto Enrique Jaso Mendoza.
Gustaba de ir a las bibliotecas públicas a leer y buscar libros que solo ahí podían conseguirse. Me encantaban sobre todo la de la Academia de San Carlos en la calle de su nombre y Moneda y la Biblioteca Nacional situada en la calle de Uruguay en la antigua iglesia de San Agustín. Allí quería leer todos los libros que hablaran de Wagner.
Y ahora que me proponía escribir este texto en honor de mi querido compositor favorito, dicen que a Wagner se le ama o se le odia con igual pasión morbosa, recordé algo que había escrito en ese recinto del saber y guardado en un libro que me encontrara en una librería de viejo con las óperas del compositor titulado "LIBRETTOS of the WAGNER ÔPERAS" publicado en 1938 donde todavía puedo encontrar algunos recortes de periódico que hablan de Wagner o de temas wagnerianos. Allí me volví a encontrar con un manuscrito de letra garigoleada que escribí en ese templo-biblioteca. Esta fechado el martes 14 de mayo de 1968. Transcribo algunos párrafos de lo que escribió ese joven que soy yo hace ya la friolera de 45 años atrás:
"En la Biblioteca Nacional, frente a la estatua de Virgilio...espero que me traigan los libros que solicitè. Pasan unos minutos de las 10 de la mañana. En la primera página del libro "RICCARDO WAGNER", saggio biogràfico crìtico de Gioachino Marsillach Leonardt, se reproduce una de las mejores fotografías que conozco del genio de Leipzig; con una personalidad arrolladora, fantástica, el músico se asemeja en su magnetismo cósmico a una de esas figuras que inmortalizara; la grandiosidad de Rienzi, la sensualidad de Tanhausser, el pagano arrepentido, el misticismo de Lohengrin o la pureza de Parsifal, la furia de padre amoroso de Wotan y el heroísmo de Sigfrido se conjugan en su figura serena. (...) Recuerdo que cuando conocí su música como no tapé mis oídos, ni me amarré en el mástil, el canto voluptuoso, dulce y sensual (infinitamente sensual) de las sirenas,me atrajo y me sedujo como Venus al peregrino de Walsburg. Y desde entonces empecé a adentrarme en el mundo wagneriano, fui penetrando en él como aquel que entrara en un lugar desconocido de belleza indescifrable, donde a cada paso se se topara con cosas nuevas y maravillosas, donde a cada lugar que volviese la vista disfrutase de contemplaciones místicas y de éxtasis deliciosos de placer estético, de ilusión y fantasía en un mundo nuevo de un encanto poético sobrehumano."
Hoy el mundo celebra el Bicentenario de Ricardo Wagner, poeta y músico que nos marcó para toda la vida.
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