De
nuevo ataca el merolicronista Raúl Díaz, y su ego desmedido, ahora
autoproclamándose, sin saber que elogio en boca propia es vituperio, como “crítico
internacional”. Para entender esta nueva
faceta del egregio falsario del periodismo, hay que retroceder unos meses
en el tiempo para ver su modus operandi y entender su profunda falta de ética
profesional, que tiene por lo menos treinta o más años de ejercer
impúdicamente.
Hace
unas semanas, apareció un indefendible texto suyo en la revista Proceso, la más reciente víctima de su
deshonesto comportamiento, intitulado “¡Ave! María”, un ejemplo de su continuo
arrastrarse mostrando su falta de ética profesional. Escrito en un tono
grandilocuente y enfermizo, llena de elogios superlativos a la cantante
mexicana María Alejandres Katzarava; en él, su pluma, lejos de ser la de un
objetivo crítico musical se vuelve la de un cliquero que aplaude como perrito callejero
a la menor provocación. Por supuesto, este iletrado “crítico internacional” no
sabe qué es un cliquero, término proveniente de las casas de ópera y salas de
concierto decimonónicas europeas, a las que el pobre merolicronista jamás podrá
asistir.
En
este impresentable texto “crítico”, impresentable en cualquier revista seria
del mundo, y de donde uno podría asumir su carácter de “internacional”, Díaz da
muestras de su bajeza intelectual, de su escasa, por no decir nula, altura intelectual,
y en lugar de actuar como un profesional de la pluma, rezuma melcocha,
adjetivos ridículos, elogios gratuitos, a la manera del esclavo que quiere
congraciarse con su patrón, y de manera más moderna, del esclavo de la pluma
que desea ver recompensado su lamentabilísimo lamehuevismo público.
No
es la primera vez que Díaz da muestras de este comportamiento de sanguijuela.
En sus textos no se cansa de recordarle al objeto de su focuno aplauso, el
artista en cuestión, no el lector, cuántas veces él ha aplaudido servilmente en
el pasado, como para justificar que cualquier beneficio obtenido por ello sea
generosamente retribuido.
Ya
en ese textículo sobre la cantante mexicana, Díaz actúa como el esclavo que es
y que no conoce otro perfume que el de sus sucios pies, pues vive arrodillado, como
el buen plantígrado que es. Allí señalaba la próxima, ahora pasada, presencia
de la cantante mexicana en la pomposa Florida Grand Opera, que no es sino como
hablar de la Gran Opera de Tepito Arte Acá, una casa de escasa, si no es que
nula trascendencia, pues después del Met de Nueva York y de la Opera de
Washington, ninguna otra casa de ópera en Estados Unidos merece la menor
atención, salvo local.
Hace
unos días la Katzarava estuvo en Palm Beach, que es como decir el auditorio de
la secundaria 18, y con motivo de eso, Díaz celebró su presencia, es decir la
de ella, en un programa que básicamente era orquestal, y donde la participación
de la cantante mexicana se limitaba a un breve pasaje inicial de El amor brujo. De nuevo, Díaz,
obnubilado por su estulticia, y con los ojos a punto de soltar lagrimones
dignos de mejor causa, ni siquiera se percata que Palm Beach es un lugar sin la
menor relevancia artística, y que la participación de la Katzarava carece, en
ese contexto geográfico y músico-programático, de cualquier importancia. Jamás
aparecerá en su CV. Pero lo que Díaz estaba haciendo es lo que siempre ha
hecho, desde hace treinta años o más: llenar de elogios gratuitos torpemente
para después cobrar la factura. Y esa factura es impartir un curso introductorio,
en una librería en Miami, sobre La Traviata.
Sólo
en una ciudad sin cultura musical alguien como Raúl Díaz podría impartir un
curso introductorio de lo que sea. En Nueva York sería expulsado como lo fueron
los mercaderes del templo de Jerusalén en tiempos de Jesús. Pero ese es el pago
por su mercenaria pluma a la venta las 24 horas del día los siete días de la
semana. Ya veremos muy pronto las impúdicas fotos del merolicronista presumiendo
su facha de mapache en las calles de Miami.
Y
sólo a manera de pura retórica es que hacemos las siguientes preguntas: ¿Qué le
confiere a Raúl Díaz cualquier autoridad, por mínima que sea, para impartir un
curso introductorio sobre La Traviata?
¿Alguna vez ha cantado siquiera “Las mañanitas”? ¿Sabe algo de montajes
escenográficos, que no sean los suyos propios de presentarse como “crítico internacional”?
¿Qué institución académica, u obra periodística, lo avalan para presentarse de
esa manera? Normalmente los críticos, pienso en George Steiner o Harold Bloom,
son respaldados por la academia, pero al mismo tiempo ellos son objeto de
prestigio para aquéllas. ¿Podría el merolicronista decirnos a quién o a qué le
da él prestigio, que no sea un inodoro viejo y abandonado?
Lo
dicho, sólo en una comunidad de analfabetos funcionales podría Raúl Díaz
impartirles un curso introductorio… de cómo abrocharse los zapatos.
No conozco muy bien la carrera -si la tiene- de Raúl Díaz, pero me parece de muy mal gusto autonombrarse "Crítico internacional", fea frase propagandística tipo Deepak Chopra o digna de cualquier charlatán.
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