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jueves, 18 de abril de 2013

Otra muestra de oportunismo y lamehuevismo del merolicronista Raúl Díaz


De nuevo ataca el merolicronista Raúl Díaz, y su ego desmedido, ahora autoproclamándose, sin saber que elogio en boca propia es vituperio, como “crítico internacional”. Para entender esta nueva faceta del egregio falsario del periodismo, hay que retroceder unos meses en el tiempo para ver su modus operandi y entender su profunda falta de ética profesional, que tiene por lo menos treinta o más años de ejercer impúdicamente.

Hace unas semanas, apareció un indefendible texto suyo en la revista Proceso, la más reciente víctima de su deshonesto comportamiento, intitulado “¡Ave! María”, un ejemplo de su continuo arrastrarse mostrando su falta de ética profesional. Escrito en un tono grandilocuente y enfermizo, llena de elogios superlativos a la cantante mexicana María Alejandres Katzarava; en él, su pluma, lejos de ser la de un objetivo crítico musical se vuelve la de un cliquero que aplaude como perrito callejero a la menor provocación. Por supuesto, este iletrado “crítico internacional” no sabe qué es un cliquero, término proveniente de las casas de ópera y salas de concierto decimonónicas europeas, a las que el pobre merolicronista jamás podrá asistir.

En este impresentable texto “crítico”, impresentable en cualquier revista seria del mundo, y de donde uno podría asumir su carácter de “internacional”, Díaz da muestras de su bajeza intelectual, de su escasa, por no decir nula, altura intelectual, y en lugar de actuar como un profesional de la pluma, rezuma melcocha, adjetivos ridículos, elogios gratuitos, a la manera del esclavo que quiere congraciarse con su patrón, y de manera más moderna, del esclavo de la pluma que desea ver recompensado su lamentabilísimo lamehuevismo público.

No es la primera vez que Díaz da muestras de este comportamiento de sanguijuela. En sus textos no se cansa de recordarle al objeto de su focuno aplauso, el artista en cuestión, no el lector, cuántas veces él ha aplaudido servilmente en el pasado, como para justificar que cualquier beneficio obtenido por ello sea generosamente retribuido.

Ya en ese textículo sobre la cantante mexicana, Díaz actúa como el esclavo que es y que no conoce otro perfume que el de sus sucios pies, pues vive arrodillado, como el buen plantígrado que es. Allí señalaba la próxima, ahora pasada, presencia de la cantante mexicana en la pomposa Florida Grand Opera, que no es sino como hablar de la Gran Opera de Tepito Arte Acá, una casa de escasa, si no es que nula trascendencia, pues después del Met de Nueva York y de la Opera de Washington, ninguna otra casa de ópera en Estados Unidos merece la menor atención, salvo local.

Hace unos días la Katzarava estuvo en Palm Beach, que es como decir el auditorio de la secundaria 18, y con motivo de eso, Díaz celebró su presencia, es decir la de ella, en un programa que básicamente era orquestal, y donde la participación de la cantante mexicana se limitaba a un breve pasaje inicial de El amor brujo. De nuevo, Díaz, obnubilado por su estulticia, y con los ojos a punto de soltar lagrimones dignos de mejor causa, ni siquiera se percata que Palm Beach es un lugar sin la menor relevancia artística, y que la participación de la Katzarava carece, en ese contexto geográfico y músico-programático, de cualquier importancia. Jamás aparecerá en su CV. Pero lo que Díaz estaba haciendo es lo que siempre ha hecho, desde hace treinta años o más: llenar de elogios gratuitos torpemente para después cobrar la factura. Y esa factura es impartir un curso introductorio, en una librería en Miami, sobre La Traviata.

Sólo en una ciudad sin cultura musical alguien como Raúl Díaz podría impartir un curso introductorio de lo que sea. En Nueva York sería expulsado como lo fueron los mercaderes del templo de Jerusalén en tiempos de Jesús. Pero ese es el pago por su mercenaria pluma a la venta las 24 horas del día los siete días de la semana. Ya veremos muy pronto las impúdicas fotos del merolicronista presumiendo su facha de mapache en las calles de Miami.

Y sólo a manera de pura retórica es que hacemos las siguientes preguntas: ¿Qué le confiere a Raúl Díaz cualquier autoridad, por mínima que sea, para impartir un curso introductorio sobre La Traviata? ¿Alguna vez ha cantado siquiera “Las mañanitas”? ¿Sabe algo de montajes escenográficos, que no sean los suyos propios de presentarse como “crítico internacional”? ¿Qué institución académica, u obra periodística, lo avalan para presentarse de esa manera? Normalmente los críticos, pienso en George Steiner o Harold Bloom, son respaldados por la academia, pero al mismo tiempo ellos son objeto de prestigio para aquéllas. ¿Podría el merolicronista decirnos a quién o a qué le da él prestigio, que no sea un inodoro viejo y abandonado?

Lo dicho, sólo en una comunidad de analfabetos funcionales podría Raúl Díaz impartirles un curso introductorio… de cómo abrocharse los zapatos.

1 comentario:

  1. No conozco muy bien la carrera -si la tiene- de Raúl Díaz, pero me parece de muy mal gusto autonombrarse "Crítico internacional", fea frase propagandística tipo Deepak Chopra o digna de cualquier charlatán.

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