La cálida y melodiosa voz del tenor Javier Camarena, tenor lírico ligero mexicano que ya es un triunfador en grandes teatros europeos, tiene la capacidad energética y el poder de rayo láser de suscitar en el oyente, a la par que el placer y el gozo del fenómeno acústico, el grito casi orgásmico de damas y caballeros de ¡Bravo!
Fue esa palabra gozosa y armoniosa, estridente y malévola, susurrada con timidez o expelida con furia y pedantería por algunos exhibicionistas que quisieran decirnos "Óiganme que aquí estoy", la que más prevaleció en el marmóreo recinto del teatro de Bellas Artes esta tarde dominguera que congregó a un público entusiasta que llegó a escuchar al nuevo prodigio vocal. La voz de que había cantado un tenor, su alumno en el Homenaje a Francisco Araiza, corrió como reguero de pólvora en las redes sociales y muchos quisieron oírlo, escucharlo, disfrutarlo, conocerlo. Y no salieron decepcionados. Todo lo contrario. Pocas veces hemos visto coincidir con tanta unanimidad a un público tan variopinto y diferente como este dominguero que incluía a muchos jóvenes a la par que los aficionados y críticos de siempre.
Emocionados y llorosos, llanto de alegría y sentimiento positivo, comentaban encantados sobre la voz que habían escuchado. Una muchachita adolescente acompañada de su mamá platicaba que no había podido contener el llanto. Una pareja sesentona tomada de la mano como cuando se hicieron novios se mostraban satisfechos y contentos y no querían que el canto hubiese terminado.
Observador del evento que tantos ¡Bravos! este villamelón cronista había suscitado, trataba de desentrañar el porqué del misterio que acababa de presenciar y sacar algunas conclusiones.
Apostar por alguna en particular o aventurarse a teorizar este fenómeno de catarsis colectiva placentera tendría tal vez una sola explicación: Javier Camarena cantó totalmente entregado a su arte sin respingos no disimulos. Cantó, como decían los cursis de antaño, con el alma, con el corazón, con las vísceras. Era tanta esa entrega amorosa al canto que las vibraciones energéticas que salían de su ser contagiaron al público. Un programa de canción italiana de la Antología, aunada a algunas otras de autores de ópera belcantista, como la trilogía ejemplar de Bellini, Donizetti y Rossini, junto a algunos títulos más de arias y romanzas de zarzuela y una selección de canción romántica mexicana bien dosificado, lograron llevar y transportar al auditorio al territorio del placer. Las características de esa voz pletórica de matices, plena de colorido idealizado, que lo mismo transita del más tenue y delicado matiz al más estruendoso y sonoro, está dotado del don mágico de conmover. Poseedor de una técnica rigurosa totalmente dominada, de una manera elegante y precisa de adornar, de improvisar, de una simpatía y un carisma admirables, de una sencillez y trato amable, de comunicación con la gente, el éxito del tenor, muy bien acompañado del pianista cubano-mexicano Ángel Rodríguez, perfectamente acoplado, inspirado y feliz mancuerna del cantante, lograron que este recital quedará en la memoria de quienes nos unimos a gritar ¡Bravo! apoyando la voz baritonal dejándola salir plena del plexo solar.
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