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miércoles, 26 de junio de 2013

Parturien montes: Il Trovatore de Ramón Vargas

Se cumplió la fecha en que la Administración del prestigiado tenor mexicano y embajador del canto, Ramón Vargas, dio sus primeros pasos, y como un bebé tambaleante, por fin se vio en el máximo escenario del país su incipiente trabajo. Y si como dice el Evangelio, al árbol se le conoce por sus frutos, entonces podemos decir algunas cosas a título estrictamente personal, pero también provisional, de lo escasamente hecho hasta el día de hoy.

Hay que decir que desde el primer momento de esta Administración operística se dijo, en un tono superlativo y a veces rimbombante, especialmente por parte de sus corifeos, que ésta sería una nueva era para la ópera en México. Se aplaudió acríticamente la llegada de Ramón Vargas como para señalar que se empezaba de cero. Pero algunos dudamos que su sola presencia fuera a significar la entrada a una Edad de oro del género en nuestro país. No era, como creen algunos trasnochados, de "estar en contra de Ramón Vargas"; era, y es, simple memoria histórica y desconfianza natural por casos similares en otras áreas de la Administración pública en el pasado. Pero el optimismo no suele tener memoria ni visión dialéctica de los hechos: sólo conoce el entusiasmo y se rige por un afán celebratorio y festivo muchas veces infantil.

Y si por sus frutos los conoceréis, los de este árbol no parecen los del jardín del Edén, precisamente. Il Trovatore fue la ópera con que la Administración Vargas se presenta, y la vara que pusieron sus cliqueros (maiceados o no) y el propio Vargas fue tan alta que no era necesario tener bola de cristal para anticipar que el resultado no sería una fiesta llena de maná y panes multiplicados.

Y si de empezar de cero se trataba, de darle una lección a todos los anteriores directores de la OBA, pues que mejor que hacerlo con una puesta en escena que sugiera ese nuevo amanecer de una humanidad más pura, salvada por el amor, como dice la presentación de Mario Espinosa, director de esta puesta en escena. No obvio decir lo infantil que suena dicha pretensión. Empezar de nuevo todo es un sueño muy bello, pero hasta El gordo y El flaco se enfrentaron a la dura realidad: no se puede empezar de cero.

Y ese es el problema con la Administración de Vargas: en su afán de demostrar que, como dice la publicidad de una universidad pato de la Ciudad de México, sus cartas credenciales dicen "sí se puede", él cree en verdad que basta ese voluntarismo tan característico de los personajes unidimensionales del género lírico que él encarna para insuflar de nueva vida un cuerpo ya casi putrefacto y corrupto en extremo. Una mirada más adulta, lo he dicho en repetidas ocasiones, moléstele a quien le moleste, mostrará que las cosas son más complejas y llenas de matices, alejadas del maniqueísmo que sólo ve polos irreconciliables.

Il Trovatore ha generado reacciones encontradas. Pero en general no ha sido bien recibida. Un montaje caótico e irregular, un empecinamiento de Ramón Vargas por imponer (finalmente se salió con la suya) a la soprano italo-estadounidense Joanna Paris por tercera ocasión consecutiva, por encima de otras cantantes mexicanas. El testimonio de algunos miembros del Coro de Bellas Artes señala que es una cantante bastante equis, cosa que ya habíamos comprobado tanto en la Gala Verdi como en el Réquiem de Verdi donde participó. Los aplausos con que el público premió a Maribel Salazar no fueron producto de un nacionalismo trasnochado sino la recompensa a una cantante que lució y que supo dar dignidad y realce a un papel para el que la Paris no supo o no pudo. Y el hecho mismo de que Vargas haya cancelado su participación por razones de salud (cualquier parecido con el pasado es pura coincidencia) y no porque la ley, simple y llanamente, se lo impide, habla por sí sólo de lo que hemos señalado desde el principio.

Como si algo más faltara, la sinopsis del programa de mano de la obra es caótico a más no poder, en particular el casi ilegible primer párrafo, ejemplo de pésima redacción; no se diga los errores ortográficos, como en la Escena segunda del Acto tercero, donde se lee: "mientras se escuchan los cantos religiosos para la celebración, llega un escudero a informar al trovador que Azucena ha sido aprendida [sic (en lugar de aprehender)] por el Conde de Luna". Además de esta redacción pedestre y lamentable, está lleno de imprecisiones en cuanto a la descripción de la trama de la obra, faltas de ortografía y criterios claros en lo relativo a acentuaciones.

Así, entre pifia y pifia, la Administración de Ramón Vargas no parece estar haciendo las cosas mejor que sus predecesores, y por el contrario su obstinación en imponer a sus cuates, como el serbio Sbra Dinic al frente de la orquesta de la ópera sin pensar en la posibilidad de darle una oportunidad a algún joven director mexicano, sólo nos lleva a pensar, como dice el dueto en la escena final del primer acto del Don Giovanni, lo que empieza dulce podría en amargo terminar.

Que no piense Vargas, y su monito cilindrero, que le deseamos el fracaso. Todo lo contrario. Pero debería escuchar algo más que su estentórea voz a la hora de tomar decisiones, o la de su asesor de confianza, que ya ha demostrado ser bastante incompetente.

Por lo pronto, podemos decir que, como en el poema de Ovidio, ya vimos, de nueva cuenta, el parto de los montes. Es la obra de más éxito en nuestro país, y ya sabemos cómo termina.

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