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miércoles, 29 de junio de 2011

De la tele al escenario: las hijas de ÓPERA PRIMA.

De la tele al escenario: las hijas de ÓPERA PRIMA.

Por Manuel Yrízar.

El domingo y el martes participamos del rito. De la liturgia de la ópera. Es como ir a Misa los domingos y fiestas de guardar. Obligatorio. Bajo pena de pecado mortal. O venial. Según el caso.

En el Teatro-Templo Blanco y Marmóreo del Palacio de Bellas Artes. Los congregantes íbamos confesados y contritos. Puros.

“La hija del regimiento”. Ópera en dos actos de Gaetano Donizetti.

Este ciclo tenía como atractivo principal, aparte del Belcanto y la música chispeante y romántica de la obra cómica, el hecho de que en ella participarían en el papel protagónico dos sopranos triunfadoras que dieron mucho de que hablar el año pasado de 2010 cuando saltaron a la fama y se hicieron famosas por haber participado y ganado en el Show televisivo cultural, valga la contradicción, ÓPERA PRIMA Las voces del Bicentenario que nos mantuvo a los tele adictos pegados a la pantalla durante los meses en que se desarrollo este concurso de cantantes de ópera por el Canal 22. Patricia Santos y Leticia de Altamirano.

La expectación se sentía en la sala desde el día del estreno.

Dimes y diretes en la butaquería. Luneta, anfiteatro, galería, palcos. Lleno el recinto como debe de ser. Esos murmullos y ese cuchicheo característicos de los días en que estamos ciertos que algo va a pasar. Los músicos de la orquesta tocando antes de que empiece la función. Siguen llegando los atrasados que suben presurosos la escalinata de entrada. Subir esos escalones de mármol negro y traspasar la espectacular puerta de bronce antes de que los ujieres la cierren justo en tus narices es penetrar en un espacio sagrado. Desde que los amables aunque serios porteros que te reciben con la máquina lectora de boletos que prende su luz roja y canta igual ya nada es lo mismo. Estás dentro de una ceremonia antigua y noble. Participas y comulgas ya del teatro que te saca de lo real. Lo maravilloso tiene su sede en ese lugar distinto a todos los lugares.

L'ennemi s'avance, Amis, armons-nous! (Acto 1)
 
Cuando la orquesta afina- suele hacerlo algunas veces-entra el director concertador, el público aplaude porque tiene ganas de aplaudir y porque así se acostumbra, al igual que al músico que con batuta o sin ella, saluda al respetable público que anónimo y callado espera que esto comience. A telón bajado empieza la obertura que solo en la última función logró hacer sonar bien los temas de metales y alientos que me asustaron en la Prima por lo horrible que sonaron presagiando tal vez algún desastre pues dicen algunos que lo que mal empieza mal acaba. Ya se me olvidó, o quiero que se me olvide, lo que sucedió en esa primera representación. Ahora reseño las dos últimas, donde solo cambiaron las Divas, y Sulspicio, un sargento. Pero las Divas son las Divas y la ópera se llama LA HIJA.
 
Todavía no aparece Marie, María, cuando con la música de la introducción vemos a unos adormilados soldados tiroleses 20 años antes de que suceda lo que sucedió. Allí aparecen dos mujeres misteriosas que dejan abandonada a su suerte a una niña que, lo sabremos después, que será adoptada por todo el regimiento como su hija. Ya la vemos aparecer después de que un soldado porta un letrero que nos indica que ya han pasado los 20 años en un segundo. Esa es parte de la mágica convención del género operático. Una morena, Patricia, y una rubia, Leticia, serán las que encarnen y den vida a esa niña huérfana: la hija del regimiento.
La historia es sencilla y simpática. El libreto lleno de militares y de marchas narra una historia un tanto ingenua de amores y desamores de la muchacha y su enamorado donde se van develando los misterios de quien es esa niña abandonada. El final feliz como en estas historias cómicas culmina con obviedad.
 
 
Sainte Madone! Douce patronne! A tes genoux, Chacun te prie! 
 
Esta historia divertida sirve al compositor italiano Gaetano Donizetti, avecindado en ese entonces en Paris, 1838, escribir y estrenar en la Opéra-Comique su ópera en 1840. Lo único importante para esta crónica es que en ella el compositor creo un personaje, Marie, que tiene una de las músicas más endiabladas y difíciles del repertorio belcantista asignadas a una soprano que salga avante del apuro. Y que en estas funciones, por azares del destino y decisión de quienes organizan, es un decir, la ópera en Bellas Artes, decidieron que estaría bien para el debut en un rol protagónico, estelar, a la ganadora de ese concurso de canto televisado: Patricia Santos. Y también por esos mismos azarosos azares se unió al elenco otra de las triunfadoras de ÓPERA PRIMA, la también soprano Leticia de Altamirano. La cosa entonces se puso buena.
 
Rataplán, rataplán, plan, plan! 
 
Toca aquí al cronista narrar lo que a su particular criterio sucedió.
 
Lanzadas al ruedo con un toro bravo las novilleras Paty y Lety salieron avantes sin ser revolcadas ni corneadas. No es poca cosa.
 
Patricia Santos tiene el don del carisma escénico. Debutar con esta ópera difícil y plagada de dificultades para cualquier cantante la obligó a subir al coso máximo de México, el mítico Teatro de Bellas Artes, donde ya sabemos que cantaron Lily Pons y María Callas, entre otras linduras, con las armas, capa y espada, de su voz y su talento. Desde que sale al escenario la soprano empieza a cantar y no sabemos si termine de hacerlo. Dos horas de belcanto le esperan. Duetos, arias, trios, más duetos, más arias, trios, concertantes, más arias. Una tras otra sin descansar. Verdadera hazaña de Sísifo. En el infierno Sísifo fue obligado a empujar una piedra enorme cuesta arriba por una ladera empinada, pero antes de que alcanzase la cima de la colina la piedra siempre rodaba hacia abajo, y Sísifo tenía que empezar de nuevo desde el principio. Solo quien esta allá arriba del escenario sabe lo que es eso. Y Patricia Santos lo supo. Debemos agradecerle su entrega y compromiso. La fogosidad y el trabajo realizado. Su entrega apasionada y amorosa. Hizo de su Marie un personaje dotado de fibra y garra. Al finalizar y recibir el aplauso del público se inclino y toco el suelo del teatro de Bellas Artes. Había logrado su sueño.
 
Lo mismo hizo Leticia de Altamirano. Su Marie estuvo vestida de su presencia cálida y rubia. Una caracterización muy suya. Con entrega y donaire salió a cumplir a cabalidad con el reto que se le presentaba. Y acometió la diabólica partitura dotando de voz y alma a su personaje. Poseedora de una bella voz bien timbrada de soprano lírica doto con todos sus recursos a esta Marie enamorada y romántica que logra concretar su ideal amoroso y al final sale avante y triunfadora. 
 
El tenor español Antonio Gandía tuvo la suerte y el honor de participar con más pena que gloria de ser el enamorado de estas dos bellas debutantes. Los agudos sonaron a veces y no faltó el gallo que le cantó a san Pedro al final de su aria incantable.
 
Todos los demás cantantes cumplieron como profesionales. Y el coro muy bien. José Areán dirigió con pundonor y acierto.
 
 
 

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