José Manuel RecillasEn uno de esos comentarios que se ven en las redes sociales, Ana García Bergua escribe: “Reviso mis notas para posibles cuentos y leo: ‘un grupo de músicos sinfónicos enfermos de envidia’.” Más allá de la ficción que supone esta idea para un posible relato, lo que queda en la mente es el concepto de una comunidad enferma, la musical, y que en cierto sentido realmente lo está.
Hablar y convivir con músicos, en cualquier lugar del mundo, es como ingresar de nuevo al
kindergarden, pero en México esta situación se ve agravada (agraviada) por la debilidad institucional, la fragmentación del medio mismo, y por las sanguijuelas que rodean el cuerpo enfermo. El caso más paradigmático de esto lo podemos ver en el futuro incierto, o más bien certero, de la principal orquesta del país: la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN).
La OSN vive tiempos de zozobra, no sólo por los tiempos políticos del país, sino por los intereses de una zacapela familiar que parece una copia posmoderna de las disputas principescas del Renacimiento y el despotismo ilustrado, pero sin el amor ni el pedigrí de aquéllas. O como lo dijo un amigo: una versión de los Montescos y los Capulescos
de petatiux.
En efecto, las familias que hoy se pelean la OSN son la de Carlos Miguel Prieto y la de Alondra de la Parra. Si tuviera que juzgar a ambos podría decir que parece tratarse de dos jóvenes con un gran futuro por delante, y que de no haber nacido en México, en el contexto actual, habrían sido el orgullo de cualquier país, y una pareja artística de p

osible enorme influencia. En otras circunstancias, de seguro habrían sido amigos, colegas cercanos que se apoyaran mutuamente, la punta de lanza de toda una nueva generación de músicos que se sentirían orgullosos de ser representados por ellos. Pero en medio están sus familias, sus turbios intereses y el sucio mundo simbólico que representan.
Por supuesto, esta guerra sorda no llega todavía a los titulares y ninguna revista se ha hecho eco de ella, pero es un secreto a voces en el medio musical, y la preocupación de muchos, que ven en esta batalla de egos, intereses económicos, familiares y simbólicos, un panorama nada halagüeño para el medio musical.
¿Por qué ningún músico habla en público de este asunto? Por miedo, y porque saben que ellos son como los pueblos y burgos del Medievo: mudos testigos de voluntades e intereses

ciegos a los cuales poco o nada importa destruir carreras o vidas enteras. Mejor esperar a que la tormenta pase, pues tarde o temprano pasará. Pero quizá cuando pase sea demasiado tarde para muchos.
Cuando uno se asoma al medio musical mexicano, y convive un tiempo con éste, la sensación que queda es la de vivir en el gabinete de Stalin: sospechas de conspiración por todas partes, frases que uno esperaría escuchar de una amante o una esposa despechada: “¿Me estás traicionando?”; “No me esperaba esto de ti” y otras del estilo, son más comunes de lo que uno imaginaría.
El caso de las familias de Carlos Miguel Prieto y la de Alondra de la Parra, y sus alianzas reales con, por ejemplo, Grupo Bimbo y Televisa respectivamente, habla de esos acuerdos tácitos y nada ocultos para manejar un sector de la cultura, el más desprotegido de todos, el musical, y hacer de éste un territorio de cadalso, más que de conquista.
Ya me referí en su
momento a lo que el disco de Alondra de la Parra

representaba simbólicamente: el elogio de un México aborrecible, el que su padre y abuelo ayudaron a mantener con vida. No es extraño, entonces, que Alondra se mueva con la gracia de un elefante comprando voluntades, como la de Lázaro Azar, siempre al servicio de quien le pague. Es lo que aprendió de su familia: el dinero compra cualquier capricho. Ese es el México que su familia ayudó a construir.
En este pleito de familias, los Capuprieto llevan las de perder frente a la de los Montevid. Ya lo vimos hace poco en el foro organizado por Consuelo Sáizar para promoverse ante un gremio que desconoce, el de las mujeres, y cómo Alondra de la Parra y su dinero postraron al Conaculta para su engrandecimiento.
Sin duda, Carlos Miguel Prieto está contando las horas faltantes para su irremediable exilio, mientras Alondra cuenta las de su cada día más cercana unción al frente de la OSN. Y es, por supuesto, imposible imaginar un gesto de nobleza que tomara en consideración al derrotado, o a cualquier otro joven director que no sea alabado por la
pluma Waldo’s de Lázaro Azar, quien seguramente pasará a ser el cliquero de planta de la OSN y Alondra de la Parra. Habrá que enterrar de una vez a Enrique Bátiz y sus sueños de

grandeza, si no es que ya están en el Panteón de San Isidro. Ni modo, maestro, todo lo que le pagó a Lázaro para que lo alabe no valió siquiera un cacahuate. Aprenda desde ahora: no hay que arrojar margaritas a los cerdos.
Y en medio de esta batalla de titanes, están los músicos, que desde ahora sienten un desprecio olímpico por su futura titular, quien llegará al podio en medio de las alabanzas de Lázaro Azar, pero sin autoridad y sin el debido respeto hacia sus músicos. Y allí, en el podio, la pluma de Lázaro no la va a poder ayudar.
No puedo sino sentir más que lástima por Alondra de la Parra y por Carlos Miguel Prieto, dos jóvenes cuyo futuro pudo haber sido distinto, pero que tienen el alma envenenada, para quienes no hay prótesis alguna que pueda ayudarlos.
AddendaSin duda, el
affaire Alondra de la Parra vs. Carlos Miguel Prieto no es un asunto reciente, sino el resultado de comportamientos condicionados, heredados, del viejo priísmo que desfiguró muchas actividades, y que aún hoy condicionan el proceder de ingentes personas en el país. Las familias de ambos directores de orquesta (ninguno de los cuales tiene un título en dirección orquestal) son igualmente el resultado de ese pasado (del que todos somos deudores y herederos en mayor o menor medida) que aún hoy corrompe y envilece todo, como plutonio enterrado en suelo patrio sin que nadie estuviese enterado.
Es en este contexto en el que el capital político y económico de Alondra ha derrotado al de Carlos Miguel. La familia de la primera se alió con Televisa y con ello garantizó que su hija, igual que su hermano, sean una estrella más del canal de las estrellas. No me parece desdeñable que una familia con dinero apoye a un hijo o hija suya en el ámbito de la cultura. La mayoría no lo hace, tenga o no dinero.
El problema es que en esta batalla por el, o un reconocimiento, no miden las consecuencias. Sus vástagos no deben pasar por la ordalía de los ciudadanos de a pie, formarse, hacer colas, pedir becas, abrirse camino como cualquier hijo de vecina. No, ¿para qué sirve el dinero si no es para ahorrarles todo ese trabajo y esfuerzo? ¿Para qué esperar que un crítico hable de sus hijos si se puede comprar la siempre barata pluma de Lázaro Azar para que aplauda como foca amaestrada?
Estamos hablando de dos familias que pueden pagar, y muy bien por cierto, para que escriban libros sobre ellos y los presenten como ejemplos a seguir. La ética del empresario mexicano no empata con la ética de trabajo del artista que debe labrarse un futuro, en vez de empeñar su alma como Fausto.
Ciertamente, quien ve la comunidad musical mexicana desde lejos, desde las plateas de Bellas Artes, y asume que todo es pura nobleza porque la música clásica es el arte supremo y un ejercicio estético que saca lo mejor de nosotros, pues sólo ve una parte del panorama (y olvida que los nazis oían a Mozart y Beethoven mientras asesinaban judíos en Auschwitz y Buchenwald).
Los músicos difícilmente hablan de esto en público, porque saben, además, que carecen de poder; porque el poder que deberían tener, que es el de las instituciones, es avasallado por el dinero: el Conaculta entregado, rendido a los pies de Alondra de la Parra, ungiéndola simbólicamente desde ahora por su titular, que gustosamente muestra su frivolidad por
Twitter todos los días, y quien además se muere de miedo ante Lázaro Azar pero con quien mantiene una tensa y curiosa relación oficial, como si nada pasara.
En ese ambiente como de conspiración (del cual más adelante daré otros ejemplos) es natural que el medio musical se vaya a ver afectado terriblemente. La mayoría de las revistas hablarán de esto cuando
ya haya sucedido. Aquí lo menciono
antes de, sabiendo lo que eso significa.