Tosca, bellas voces: escenografía gacha
Manuel Yrízar Rojas
Regresamos este jueves 19 de mayo al Palacio de Bellas Artes a ver una vez más la función de la Tosca, de Puccini que no nos gustó en el estreno del domingo 15. Bastante mala estuvo
El mismo dilecto amigo me informó: “Se compuso muchísimo el martes. Ya fue otra cosa.” Así que decidimos ver que había pasado. Esta es mi crónica.
Casi todo el elenco tenía como marca de fábrica un nombre: Enrique Jaso. Con alguna excepción los cantantes protagonistas y los secundarios eran sus alumnos. Me imagino a mi maestro comentando en la sala del teatro: “La producción estuvo “gachita”. Pero mis hijitos cantaron bien.” Que sería resumir lo acontecido. Yo le echaría en mucho la culpa a la escenografía disfuncional del arquitecto Legorreta. Una eminencia que hace recordar lo del zapatero.
Imaginen ustedes un gran cascarón de huevo agujerado partido a la mitad como una parábola donde transcurren los tres actos. Iglesia, Palacio, Cárcel. Todo dentro del mismo huevo ovoidal. Además de fea es acústicamente peligrosa: defectuosa. Quienes cantan dentro de ella padecen el suplicio de Tántalo. No pueden escucharse bien a si mismos ignorando si sus voces también son escuchadas en la sala. En lugar de salir y regresar la voz se pierde y rebota allí mismo dentro del escenario. Descontrolados los cantantes tratan de suplir estos desfiguros cantando de manera diversa a la que están acostumbrados. Gritan, engolan, oscurecen, hacen mil malabarismos para salir adelante. No siempre lo consiguen. En la primera función el descontrol fue abismal. Ya en la que reseñamos, tercera de este primer elenco, habían aprendido la lección. Algunos conversamos con ellos y los tratamos de despreocupar. “En la sala si te oyes. No te preocupes. Canta de manera natural y cubierta.” Se acoplaron a ese espacio molesto.
Y que bueno que lo hicieron. Despreocupados y más confiados los artistas lucieron esas voces bellas que poseen. Sobre todo los tres protagonistas.
Bertha Granados cantó el rol epónimo de la ópera.
Muchos deseos teníamos de ver y escuchar en un rol protagónico al tenor Diego Torre a quien elogiamos como “la voz que hacía falta” cuando nos sorprendio la belleza y calidad de su instrumento vocal. Tiene el cantante una de las voces más importantes surgidas en México en los últimos años. Instrumento poderoso de gran sonoridad Torre es un tenor lírico spinto con capacidades dramáticas. Una voz singular dotada de hermoso color oscuro en sus registros grave y central y un agudo brioso y lumínico que surge con esplendor y se proyecta con gran fuerza y vigor. Cuajado de armónicos la voz de Diego logra no obstante su tamaño y poder cantar bien logrando matices que se agradecen. Inteligente y muy musical su Mario Cavaradossi es el héroe romántico y emotivo: el amante de Tosca; un volteriano. Prometió y cumplió con pundonor. Bravo.
Juan Orozco es un barítono que ha ido escalando con esfuerzo y gran dignidad los roles de su cuerda más destacados. Desde el año 2001, en que ganara el Concurso de Canto Carlo Morelli, Orozco lleva diez años de ascenso en el panorama internacional interpretando papeles verdianos, veristas, de Richard Strauss y el que cantó ahora, el Barón Vitellio Scarpia, tirano si los hay, malo de la obra que han hecho famoso los grandes barítonos que lo son de verdad. Madurará seguramente este atroz personaje pues cada día va encontrando en el siniestro personaje nuevos toques y secretos.
Los papeles secundarios del Sacristán, Angelloti, Spolleta, Sciarrone-Carcelero, Un pastor, fueron llevados con solvencia por Charles Oppenheim, Ricardo López, Victor Campos, Óscar Velázquez, y el párvulo Arturo Sotelo Salas.
La dirección y concertación musical la llevó el cada vez más familiar Nicksa Bareza, el coro dirigido por Xavier Rives, el de niños Schola Cantorum Alfredo Mendoza y una puesta en escena de Raúl Falcó.
Mi estimado Rencillas, su blog pierde credibilidad y nunca se hara critica seria y objetiva en Mexico, si permite que las criticas las haga la Manuel Yrizar, que todo mundo sabe que es una persona que esta hasta el cuello de compromisos con todos los cantantes del medio, y que espera complacer a las autoridades de Bellas Artes para que le den un hueso, situación que se le cebo en la época de Alonso Escalante, o como mínimo hacer recapacitar a Charles Oppenheim para que lo restituyan en la revista de donde lo corrieron por mal elemento.
ResponderEliminarEstimado Luis:
ResponderEliminarNo conozco la situación (o situaciones) que me señalas, pero me parece que las cosas no se solucionan censurando la posibilidad de expresarse, incluso si se está en desacuerdo. En el medio literario, de donde yo provengo y donde me he formado, el disenso es necesario y la censura nunca ha sido buena consejera, incluso si, como me señalas, las cosas fueran tal cual las cuentas.
Más que censurar, yo te invito a que escribas aquí para dar espacio a la diversidad, en lugar de una sola voz que opine desde una palestra como si fuera la única. No me interesa el unanimismo, el estar todos de acuerdo en lo mismo, sino en abrir el espectro de la discusión sobre temas de relevancia para la comunidad musical.
Por lo demás, es bastante evidente que todo mundo en el medio musical tiene compromisos con otros músicos, o intereses particulares. Si buscásemos alguien que no tuviese ningún vínculo como los que amablemente me señalas, te garantizo que no hallaríamos a nadie. La objetividad absoluta no existe, y nunca ha existido en el mundo del arte.
La invitación está hecha. Puedes aceptarla, o no. Eso no mengua mi agradecimiento hacia tu observación.
Gracias, y saludos cordiales.