José Manuel Recillas
El reciente estreno nacional de la ópera Rusalka, de Antonin Dvorak, en el Palacio de Bellas Artes, no pasó desapercibido, como era de esperarse, en el ámbito de la crítica musical. Es de esperar que aparezcan más comentarios sobre esta puesta en escena en fechas próximas. Sin embargo, ya en los primeros comentarios es posible detectar las discrepancias entre los testigos que presenciaron la misma función. Habiendo estado yo presente también en la misma, agregaré los míos propios, no sin ocuparme, adicionalmente, de las razones para este tipo de divergencias.
Lo primero que llamó mi atención, habiendo llegado al teatro sin poder consultar el programa de mano, es que sin ninguna información adicional salvo la escénica, resulta muy difícil entender que los personajes del primer acto se encuentran en un lago y que viven bajo el agua. La ninfa que habla con su padre no parece tal ni en términos escénicos ni de vestuario, por lo que incluso los personajes no resultan muy claros. Las olas que rodeaban el lago son identificables como tal sólo después de un buen rato, después que los personajes llevan un rato dialogando entre sí. Los niveles en que se movían sobre el escenario parecían más bien pequeñas colinas, y se podía intuir que los personajes provenían del subsuelo porque justamente el padre sale de la parte inferior, pero, de nuevo, escénicamente no resultaba muy claro que estuviesen sobre o en el agua. El director escénico no hizo el menor esfuerzo porque sus actores-cantantes hicieran algún movimiento que sugiriera dónde estaban, y la escenografía misma, que en muy poco reflejaba el ambiente narrativo original, no concordaba con el trasunto dramático-mitológico, por lo que no había en realidad una relación entre el dramatismo de la música y el canto, y el trasfondo escénico. Si esto era ya bastante confuso en el primer acto, en el segundo simplemente ya no existió la menor relación entre el drama que se desarrolla y la escenografía, llena de tanta luz que llegaba a molestar. Lejos que la escenografía sirviera para presentar un ambiente acorde a lo que dramatológicamente se escenificaba, la excesiva luz, producto de un piso de metal que reflejaba la luz hacia arriba, destruía toda posibilidad de que lo que sucedía musicalmente tuviera un complemento escenográfico.
En general, las divergencias entre la historia mitológica original y el diseño escenográfico, así como la dirección actoral o escenográfica fueron tan grandes que me resultó casi imposible hacer el traslape entre una y otra y hallar un equilibrio general. En realidad, pareciera que ni el director de escena ni el diseñador escenográfico hubiesen tenido idea de qué trataba la historia, o, en el mejor de los casos, que el diseñador escenográfico buscase a toda costa aprovechar para su escenografía el nuevo sistema del teatro de Bellas Artes a fin de utilizar los diversos elevadores al mismo tiempo, en beneficio no de la obra, sino de su propia escenografía.
El estreno nacional de Rusalka me pareció desafortunado, poco convincente, el resultado de una lectura del libreto muy superficial o errónea. Y eso lamentablemente hizo que, desde mi perspectiva, todo el montaje naufragara sin dirección alguna. Los cantantes hicieron lo que mejor pudieron, pero en realidad la escenografía fue demasiado caótica, demasiado libremente elaborada, como si no importara en qué obra se iba a utilizar.
Una mención especial merecen lo subtítulos que tuvimos que soportar. Y no tanto los subtítulos cuanto su lenguaje. De una pobreza y valemadrismo en verdad exasperante, su vocabulario resultaba un verdadero distractor más que una ayuda para la comprensión de lo que sucedía. El ejemplo más evidente de esto es cuando la ninfa se dirige a su padre y constantemente le dice “Papito”. ¿”Papito”? Sí, no señalo aquí las asociaciones que tal palabra hizo rebotar en mi cabeza, pero evidentemente cada vez que aparecía (incluida su variante “Papaíto” ¿o fue sólo mi imaginación?) las asociaciones metalingüísticas me distraían, o, como la primera vez que apareció, me hizo preguntarme “¿Leí bien o le llamó ‘Papito’?” Imaginen el resto ustedes.
En general, me pareció poco afortunado este montaje, y eso ya parecía presagiarlo el hecho de que, siendo la obra que inauguraba el FMX, no hubiese estado presente, como el año pasado, por ejemplo, ninguna autoridad de relevancia (ni la titular del Conaculta ni el jefe de gobierno de la ciudad de México) en la primera función, para dar un mensaje oficial de inauguración, seña tal vez inequívoca que anticipaba el abucheo que recibiría la titular de Bellas Artes, quien apareció sin compañia de nadie y cuyo discurso inaugural quedó en el olvido. Como sea, el montaje de esta ocasión pasará al olvido y su peso específico no dejará huella, salvo la de haber servido (aunque de muy poco en realidad) para el estreno nacional de Rusalka.
El otro asunto sobre el que deseo centrar mi reflexión es, por supuesto, sobre las diferencias de percepción que un mismo espectáculo genera en diversos testigos presenciales. Y no es tanto que cada quien vea obras o montajes diferentes, sino que así es la percepción humana, regida no sólo por los gustos e intereses particulares, sino también por los muy personales backgrounds culturales que cada quien lleva consigo, además de las expectativas que cada quien carga. Es en este sentido en el que la ópera, muy particularmente, no podrá alcanzar ese estatus que Wagner quería para ella como Gesamtkunstwerk u obra de arte total. No existe tal cosa salvo en la mente de quienes quieren pensarlo así, pero en los hechos, al pasar revista al montaje de una ópera, cualquiera que éste sea, necesariamente se tienen que fragmentar los diversos elementos que se ven conjugados en éste, y ver si todos ellos terminan por formar una unidad, la solución perfecta para un momento específico.
La comparación entre otro arte multidisciplinario como es el cine puede ayudar a entender por qué la dimensión total de la obra de arte que pretende una puesta en escena como la que se presentó en Bellas Artes no termina de ser convincente, tal como sucede con un espectador que llega al teatro sin la oportunidad de leer la trama general de la obra en cuestión. En una película tanto la trama como el ámbito espacio-temporal en el que suceden los acontecimientos resaltan desde el principio, y salvo casos excepcionales, no es imposible seguir la trama ni valorar la verosimilitud de lo que se está contando, incluso si se trata de pura fantasía o ciencia ficción. Las razones de esto son bastante evidentes, pero uno se pregunta, ¿por qué en la puesta en escena de una obra no puede ocurrir esto? ¿O por qué no ocurrió? Porque la coordinación que debe existir entre todos los ámbitos de la escenificación: música, escenografía y actuación, no se dan y al parecer a nadie le interesó que se dieran. Un triste montaje para un estreno nacional que no tuvo nunca conciencia de lo que podría significar como tal.
Lo primero que llamó mi atención, habiendo llegado al teatro sin poder consultar el programa de mano, es que sin ninguna información adicional salvo la escénica, resulta muy difícil entender que los personajes del primer acto se encuentran en un lago y que viven bajo el agua. La ninfa que habla con su padre no parece tal ni en términos escénicos ni de vestuario, por lo que incluso los personajes no resultan muy claros. Las olas que rodeaban el lago son identificables como tal sólo después de un buen rato, después que los personajes llevan un rato dialogando entre sí. Los niveles en que se movían sobre el escenario parecían más bien pequeñas colinas, y se podía intuir que los personajes provenían del subsuelo porque justamente el padre sale de la parte inferior, pero, de nuevo, escénicamente no resultaba muy claro que estuviesen sobre o en el agua. El director escénico no hizo el menor esfuerzo porque sus actores-cantantes hicieran algún movimiento que sugiriera dónde estaban, y la escenografía misma, que en muy poco reflejaba el ambiente narrativo original, no concordaba con el trasunto dramático-mitológico, por lo que no había en realidad una relación entre el dramatismo de la música y el canto, y el trasfondo escénico. Si esto era ya bastante confuso en el primer acto, en el segundo simplemente ya no existió la menor relación entre el drama que se desarrolla y la escenografía, llena de tanta luz que llegaba a molestar. Lejos que la escenografía sirviera para presentar un ambiente acorde a lo que dramatológicamente se escenificaba, la excesiva luz, producto de un piso de metal que reflejaba la luz hacia arriba, destruía toda posibilidad de que lo que sucedía musicalmente tuviera un complemento escenográfico.
En general, las divergencias entre la historia mitológica original y el diseño escenográfico, así como la dirección actoral o escenográfica fueron tan grandes que me resultó casi imposible hacer el traslape entre una y otra y hallar un equilibrio general. En realidad, pareciera que ni el director de escena ni el diseñador escenográfico hubiesen tenido idea de qué trataba la historia, o, en el mejor de los casos, que el diseñador escenográfico buscase a toda costa aprovechar para su escenografía el nuevo sistema del teatro de Bellas Artes a fin de utilizar los diversos elevadores al mismo tiempo, en beneficio no de la obra, sino de su propia escenografía.
El estreno nacional de Rusalka me pareció desafortunado, poco convincente, el resultado de una lectura del libreto muy superficial o errónea. Y eso lamentablemente hizo que, desde mi perspectiva, todo el montaje naufragara sin dirección alguna. Los cantantes hicieron lo que mejor pudieron, pero en realidad la escenografía fue demasiado caótica, demasiado libremente elaborada, como si no importara en qué obra se iba a utilizar.
Una mención especial merecen lo subtítulos que tuvimos que soportar. Y no tanto los subtítulos cuanto su lenguaje. De una pobreza y valemadrismo en verdad exasperante, su vocabulario resultaba un verdadero distractor más que una ayuda para la comprensión de lo que sucedía. El ejemplo más evidente de esto es cuando la ninfa se dirige a su padre y constantemente le dice “Papito”. ¿”Papito”? Sí, no señalo aquí las asociaciones que tal palabra hizo rebotar en mi cabeza, pero evidentemente cada vez que aparecía (incluida su variante “Papaíto” ¿o fue sólo mi imaginación?) las asociaciones metalingüísticas me distraían, o, como la primera vez que apareció, me hizo preguntarme “¿Leí bien o le llamó ‘Papito’?” Imaginen el resto ustedes.
En general, me pareció poco afortunado este montaje, y eso ya parecía presagiarlo el hecho de que, siendo la obra que inauguraba el FMX, no hubiese estado presente, como el año pasado, por ejemplo, ninguna autoridad de relevancia (ni la titular del Conaculta ni el jefe de gobierno de la ciudad de México) en la primera función, para dar un mensaje oficial de inauguración, seña tal vez inequívoca que anticipaba el abucheo que recibiría la titular de Bellas Artes, quien apareció sin compañia de nadie y cuyo discurso inaugural quedó en el olvido. Como sea, el montaje de esta ocasión pasará al olvido y su peso específico no dejará huella, salvo la de haber servido (aunque de muy poco en realidad) para el estreno nacional de Rusalka.
El otro asunto sobre el que deseo centrar mi reflexión es, por supuesto, sobre las diferencias de percepción que un mismo espectáculo genera en diversos testigos presenciales. Y no es tanto que cada quien vea obras o montajes diferentes, sino que así es la percepción humana, regida no sólo por los gustos e intereses particulares, sino también por los muy personales backgrounds culturales que cada quien lleva consigo, además de las expectativas que cada quien carga. Es en este sentido en el que la ópera, muy particularmente, no podrá alcanzar ese estatus que Wagner quería para ella como Gesamtkunstwerk u obra de arte total. No existe tal cosa salvo en la mente de quienes quieren pensarlo así, pero en los hechos, al pasar revista al montaje de una ópera, cualquiera que éste sea, necesariamente se tienen que fragmentar los diversos elementos que se ven conjugados en éste, y ver si todos ellos terminan por formar una unidad, la solución perfecta para un momento específico.
La comparación entre otro arte multidisciplinario como es el cine puede ayudar a entender por qué la dimensión total de la obra de arte que pretende una puesta en escena como la que se presentó en Bellas Artes no termina de ser convincente, tal como sucede con un espectador que llega al teatro sin la oportunidad de leer la trama general de la obra en cuestión. En una película tanto la trama como el ámbito espacio-temporal en el que suceden los acontecimientos resaltan desde el principio, y salvo casos excepcionales, no es imposible seguir la trama ni valorar la verosimilitud de lo que se está contando, incluso si se trata de pura fantasía o ciencia ficción. Las razones de esto son bastante evidentes, pero uno se pregunta, ¿por qué en la puesta en escena de una obra no puede ocurrir esto? ¿O por qué no ocurrió? Porque la coordinación que debe existir entre todos los ámbitos de la escenificación: música, escenografía y actuación, no se dan y al parecer a nadie le interesó que se dieran. Un triste montaje para un estreno nacional que no tuvo nunca conciencia de lo que podría significar como tal.
Mi estimado Manuel:
ResponderEliminarLa ópera es antes que nada canto, después música y luego teatro. Es un convencionalismo teatral como ningún otro. El hecho de que hayas llegado a ver esta función sin saber de qué se trata, es tu culpa y es algo que te deja fuera del convencionalismo, y nadie te advirtió: Señores, lo que van a ver en el primer acto ocurre en el fondo de un lago y en la superficie de este, en un bosque encantado, el segundo acto es en el palacio del príncipe y el tercero otra vez en el lago y ojo: esto es un cuento de hadas, es fantasía pura (nada es real) es el "Había una vez" es La Sirenita. Pero pensándolo bien, sí se les advirtió a todos los asistentes por medio del programa de mano, ya si no lo lees, no culpes a la luna, no culpes a la playa. Imagínate si vas a ver el Oro del Rhin, si no te explican dónde están en cada acto, es casi imposible de adivinarlo con sólo ver la escena. Que los cantantes no hacían como que nadaban todo el tiempo, pues no, de verdad no, pero eso en la ópera no es importante. Mira en Youtube otras propuestas de Rusalka, de diversos teatros, en ninguna he visto que hacen como que nadan, sería risible, no es necesario, se acuerda entre público y actores que lo que se ve es el fonde de un lago y listo, es una convención. Las prioridades en la ópera van como te dije, primero el canto, si no se canta muy bien no hay nada que hacer, luego la música, luego el teatro, etc. Imagínate en Traviata, el tenor hace el personaje de Alfredo un jovencito de 17 a 20 años y sale Pavarotti con más de 60 años ¿quién se lo va a creer? pues nadie, y a nadie se le pide que le crean, la gente va a oirlo cantar y le perdonan su aspecto, su falta de actuación todo lo demás. Claro que si en vez de Pavarotti sale un Roberto Alagna o un Villazón, jóvenes ambos apuestos y llenos de enrgia y de muy buena figura, pues qué mejor. No así en el cine ni en el ballet; ahí no se le perdona a nadie que no se parezca lo más posible a su personaje. Cada género tiene sus convencionalismos y si basas tu crítica de la ópera en la puesta en escena y en la escenografía y luego te quejas de que no parece que los personajes nadan, que no parece el fondo de un lago, equivaldría a decir en el Ballet que porqué nadie habla.
Te digo todo esto con infinito respeto y cariño. Ya ves que en México ningún "crítico" tolera que le digan nada.
Mauricio Rábago.
Mi opinión al respecto es que sí, de acuerdo, la ópera primero es canto, luego música y luego teatro, pero si te ofrecen el paquete completo lo mínimo que esperas es que todo guarde cierta armonía (cosa que no sucedió en este montaje de Rusalka), de otra manera ¿para qué el escenógrafo, el vestuarista, el coréografo, el director de escena, el iluminador, etcétera? Finalmente un mal montaje te distrae como espectador y no te permite concentrarte y apreciar el espectáculo en su totalidad, es decir, canto, música y actuación. Es como pretender que si compras una edición de lujo de algún cuento o novela, por ejemplo, pases por alto o perdones los errores de ortografía o un mal cuidado editorial, incluso una mala portada pensando en que lo importante es el texto y no el libro en su conjunto. Digo es mi opinión y aunque en muchas ocasiones difiero en alguna medida de las opiniones de José Manuel en esta ocasión concuerdo con él por completo.
ResponderEliminarPor cierto, J.M., el día de la inauguración efectivamente no estuvieron presentes ni Ebrard ni Consuelo Sáizar, pero sí estuvo presente Teresa Vicencio, y no estaba sola, hubo otras personas que hablaron y dijeron el discurso inaugural, pero como bien supones Vicencio recibió algunos abucheos e insultos que seguramente la hicieron desistir de tomar el micrófono. Más tarde, cuando recorrí la sala principal de Bellas Artes, entendí la razón de los abucheos y de haber visto antes cómo quedó luego de la "remodelación" (una completa violación al estilo y a la grandeza que conservaba) me hubiera unido a los abucheos... quizá hasta a los insultos.
Igualmente con cariño y respeto para ambos. Rebecca Ocaranza.